Topic: cuento corto
Desde el exterior el Imperial Palace Hotel se veía como un refulgente navío en la oscuridad de la noche. El sorteo se había iniciado.
- Barrioviejo, Francisco -proclamó la ayudante después de extraer la bolilla del primer equipo.
- ¡Embajador en Pakistán! -gritó la encargada del segundo bolillero.
- Pérez , Dulcinea Dolores.
- ¡Delegada ante la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra!
- Gil, Gustavo.
- ¡Embajador ante el Principado de Mónaco!
- Frías, Celestino.
- ¡Embajador itinerante en Malasia, Indonesia y Filipinas!
- Lugones, Nemesio Raúl.
- ¡Embajador en Birmania, llamada ahora Myanmar!
Sorteados todos los destinos diplomáticos, ni Freud, ni Jung, ni Lacan habrían podido explicar los terremotos internos desatados en cada uno de los candidatos.
Al pie de una escalera de mármol los electos para Nueva York, París, Roma y Washington para se felicitaban y consultaban de paso entre sí, en torno a un globo terráqueo, dónde estaban Tegucigalpa, Kabul, Nairobi , Leopoldville, Sidney. Preguntaban si eran representaciones diplomáticas de primero, segundo o tercer grado; qué sueldos tendrían allí; si se jugaba al fútbol; si se podía comer carne vacuna o estaba prohibido; si se podía conseguir dulce de leche o si algún bailarín de tangos había hecho una jira por esos lugares. Un embajador retirado y ahora senador nacional, las oficiaba de gran maestro académico. "¿Por qué se preocupan por esas pequeñeces -los aconsejaba-. Para eso tenemos asesores, y si no hablamos inglés, francés, alemán e italiano como los diplomáticos europeos y norteamericanos, contratamos traductores y sanseacabó. Por algo somos diplomáticos".
Los disconformes mascullaban en el jardín su disgusto por el resultado del sorteo. "Ojalá se lo coman los tigres", susurraba con sigilo el frustrado aspirante al cargo en Birmania, a lo cual agregaba otro perdedor: "Bueno, para morirse no hace falta ir tan lejos. Basta con que se corte aquí un dedo y chupe su sangre envenenada."
Ganadores y perdedores pertenecían al mundo de la farándula nocherniega, ataviados con peinados estrambóticos, collares, pendientes, dijes y tachas, copas en mano y lenguas borboteantes. Intercambiaban comentarios sobre sus próximas funciones. Un ex guitarrista protestaba que no iba a ponerse a leer los libracos de derecho constitucional que nadie entiende ni aplica y que concentraría sus esfuerzos para lograr que en las escuelas los niños aprendieran a soplar flautas, rasguear las guitarras y hacer sonar bombos, que eran más atractivos que las tablas de Pitágoras. Un pianista mezclado con contorsionista que tocaba el instrumento con las manos y los pies, confesaba que tendría que acostumbrarse a usar zapatos porque en las embajadas y consulados del exterior no se permitía el acceso en sandalias. Cada uno opinaba sobre sus próximas obligaciones y sus conocimientos artísticos, hasta que un ex payaso de circo los tranquilizó diciéndoles que no tendrían necesidad de recurrir a ninguna sabiduría libresca, ni siquiera a las reglas de ortografía, debido a que no estaban exigidos de hablar en público ni de escribir ningún proyecto de convenio internacional porque de eso se encargaba el jefe del Partido. "Para mí es ideal -comentaba un malabarista de clavas y bolos-, porque en mi profesión no se habla nunca."
Los de la escalinata y los del jardín interrumpieron los diálogos y se concentraron en el vestíbulo central del hotel fantasmagórico, cuando el maestro de ceremonias se subió al estrado y anunció que después del sorteo la hora de festejarlo había llegado, y entre exhortación y exhortación al gozo, intercaló una frase perdida en su mente, Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus , que atribuyó al escritor italiano Giovanni Papini, sin saber que la frase no era de Papini sino una anónima de la Edad Media y significaba "Gocemos, pues, mientras seamos jóvenes", olvidando al mismo tiempo que ninguno de los presentes militaba ya en la
edad del acné.
Para iniciar se jugaría a "la gallina ciega". Entregó el pañuelo para tapar los ojos a una joven elegida al acaso y la lanzó a capturar a quien pudiera, sin mirar. Los demás contertulios le decían "Nena, nena, aquí, aquí" y se le escapaban sin dejarse tocar. La gallina ciega chocó con una mesa, se dio de bruces contra una farola, y se enredó en una alfombra, hasta chocar con el borde de una piscina de champán instalada a propósito y caer adentro. El siguiente festejante fue un gallo ciego, sorteado como futuro embajador, al que nadie se animó a conducirlo a ciegas al chapuzón, sino más bien a alejarlo. Al fin y al cabo, embajador es embajador y gallo ciego es gallo ciego, y aunque la venganza es el placer de los dioses, también es cierto que para burlarse de un necio con poder es más prudente esperar hasta que haya muerto.
A todo esto, entre el alcohol ingerido en las zambullidas y el extraído de las copas ofrecidas por los camareros, la alegría progresaba. Conforme nos lo han enseñado nuestros abuelos, en el vino está la verdad, y si en una copa de champán hay una verdad, en dos hay dos, y en diez hay diez. Las burbujas de la champaña, al principio con cierta reticencia y después con total libertad, explotaron en confesiones públicas de adulterio, soliloquios obscenos, pantomimas escandalosas, desnudamientos provocativos y por último ofrecimientos desvergonzados de estupefacientes. Los camareros no intervenían en el festejo, impertérritos y estatuarios como soldados de la guardia presidencial.
Cada cual daba rienda suelta a sus demonios interiores. La máxima expresión estuvo cargo de Luquita, que se quitó el vestido de fiesta y se exhibió casi desnuda, cubierta únicamente en su anatomía inferior con una redecilla más pequeña que el palmo de una mano y dos estrellitas como pétalos de rosas en sitios superiores. Mostraba y demostraba su cuerpo girando sobre su eje e inclinándose como para recoger violetas del suelo, y desafiaba a los concurrentes con alcohólica sinceridad: "Cuando me muera les mostraré mis huesos; por ahora les muestro mis carnes." Varias damas se contagiaron de la filosofía corporal de Luquita, treparon al escenario y confirmaron con sus actos algo que los humanos saben desde los tiempos de Babilonia.
Varios varones, contaminados con las licencias femeninas, se treparon luego al escenario para ostentar, sin motivos valederos, sus abultadas barrigas, sus pelambres de pecho y espalda, sus calvicies prematuras, sus piernas arqueadas como paréntesis y sus facies equivocadas. Otros, más conscientes de su inanidad corporal, satisficieron sus impulsos de sobresalir mostrando sus inteligencias con cuentos picantes, adivinanzas obscenas, juegos infantiles de magia, naipes y otras destrezas. El sorteado cónsul en Seattle demostró con un palote improvisado cómo se juega al golf en una habitación cerrada, y el de Miami, para no ser menos, enseñó al auditorio la técnica de convertir una bola blanca en tres negras con sólo mover los dedos de una mano. El próximo representante en Chihuaha no se quedó atrás en el desfile y enseñó la habilidad de cantar boleros con falsetes mexicanos.
Un asistente se decidió por las exhibiciones intelectuales. Se arrogó la facultad de poder responder a cualquier pregunta que le formularan, ignorando que los dos últimos genios universales, Leonardo da Vinci y Juan Wolfgang Goethe, habían muerto ya. Sus respuestas pasmaron a los presentes quienes no obstante le retacearon los aplausos para no menoscabar el prestigio del señor Presidente, que por definición debía ser considerado el hombre más inteligente del Partido. Sus contestaciones se consideraron una obra maestra del pensamiento posmoderno y merecedoras de ser recogidas en una antología.
-¿Por qué los chanchos se llaman chanchos?
- Porque son sucios.
-¿Por qué la luna se llama luna y no sol?
- Porque brilla menos.
- ¿Quién es superior, el hombre o la mujer?
- Un hombre inteligente es superior a una mujer tonta y viceversa.
- Y si un transexual se transforma en mujer, ¿cuál de los dos es superior, el
primero o la segunda?
- Depende de cómo haga la operación el cirujano.
- ¿Cuánto pesa el agujero de un queso?
- Cada uno según el diámetro. Uno de tres centímetros pesa el triple que otro de uno.
- ¿De qué nacionalidad es Dios?
- Como Dios hizo a la tierra primero que a los países, entonces no tenía nacionalidad. Pero luego se ciudadanizó argentino.
-¿Qué hacen los presidentes para saber tantas cosas?
- Preguntan.
- ¿Es lo mismo un "ilícito" que una "desprolijidad"?
- Depende del diccionario que se use. Cada partido tiene el suyo.
-¿Son equivalentes "asesinato" y "muerte dudosa"?
- Eso lo deciden en cada caso los forenses del gobierno en el acta de defunción.
- Pero en definitiva vienen a ser lo mismo, en los dos hay un hombre muerto.
- Por supuesto, pero el primero es un muerto político y el segundo uno civil. .
- ¿Y las funerarias qué dicen ante el cadáver?
- Nada, ¿qué quiere que digan? Verifican que el hombre esté muerto, y si no respira, lo entierran.
Pero a la fiesta había que pagarla y el Presidente se había negado a poner un peso de su bolsillo. Que saquen la plata de sus alcancías y la paguen entre todos a cuenta de los beneficios que tendrán, ordenó. Una legión de conejitas aterciopeladas de negro invadió la sala con canastillas para recoger las donaciones voluntarias. Con el objeto de evitar que los partidarios se escabulleran haciéndose los distraídos, las conejitas colocaban insignias del Partido en las solapas de los candidatos que contribuyeran con más de cinco mil pesos. Ninguno se atrevió a depositar menos de esa cifra, porque como en tiempos de guerra, los méritos excepcionales en los combates se miden por la cantidad de medallas en el pecho.
Las quejas no tuvieron oportunidad de manifestarse porque una nueva oleada de camareros invadió el recinto con sus bandejas pletóricas de copas. "Debieron pedirnos las contribuciones antes del sorteo y no después" -se quejaban en voz baja los más osados-. Como en el cine, nos cobran la entrada antes de ver la película". Un tercero apoyó: "De acuerdo, un hombre civilizado no debe llorar antes de que el pariente haya muerto."
El sorteado representante ante el paraíso fiscal Luxemburgo, muy satisfecho por su nominación, trató de suavizar las quejas con un pensamiento salomónico. "Bueno -sentenció-, seamos agradecidos. Como no podemos pagar con nuestros currículos, pagamos con el bolsillo. Ya vendrá el tiempo de compensarnos con creces. Así de sencilla es la cosa."
A las cinco o seis de la mañana, cuando los gallos despertaban con sus cacareos al sol, y los tangueros se retiraban a dormir sus borracheras, hicieron su entrada al hotel los huéspedes invitados a manifestar su adhesión a los candidatos beneficiados. Un campeón de fútbol prometió dedicarles su primer gol contra los brasileños. El propietario de un club nocturno vip en la Costanera ofreció un asado criollo a los ganadores, con mollejas a discreción, testículos de jabalí pampeano y lengua de ciervo neuquino a la vinagreta. Para los asistentes con impotencias dentarias habría a su disposición un servicio paralelo de pizza napolitana con champán francés, enchiladas mexicanas y sushi japonés, para fomentar la hermandad mundial.
Otros regalos ofrecidos fueron una alfombra de Esmirna, un collar de perlas auténticas del Japón, una docena de pepitas de oro de Alaska, un diamante de 101 quilates de las minas de Transvaal, un cuadro al óleo del maestro uruguayo Pedro Blanes y un cúmulo de antigüedades que empalidecieron su atracción ante la donación de un cachorro de canguro traído especialmente de Australia, y que se reservó por decisión unánime para regalo del Presidente.
A modo de coronación del alborozo, la Luquita se ofreció para ser subastada al mejor postor por una semana. Llegaron a proponerse tres, cinco y veinte pesos, hasta que el futuro delegado ante el Banco Mundial, obstinado mujeriego y rico por donde se lo buscara, subió la oferta hasta los noventa y cinco mil y ganó la subasta. "¡Qué inmoralidad! -protestaban los perdedores envidiosos-. Con ese dinero se podría dar de comer medio año a los niños desnutridos". El vencedor abrazó al trofeo humano y ante los gritos del auditorio de que se besaran, que se besaran, el beneficiado obedeció. "Si los reyes y príncipes de Europa lo hacen, ¿por qué no puedo hacerlo yo, un humilde servidor de la democracia? Globalización es globalización", exclamó ante el aplauso general.
Bajaron del estrado tomados de la mano como niños de jardín de infantes, mientras que Luquita, defendiéndose de las chanzas y bromas, al pasar al lado de un camarero estatua, le comentó con sorna por un costado de la boca, transgrediendo los niveles de jerarquía: "En esta vida uno pone el deleite, otro el cheque. Volveré intacta." El sirviente, incólume y ceremonial, la sorprendió contestándole por el otro costado de su boca: "Íntegra puede ser, pero intacta lo dificulto."
Practicada así toda la gama de alegrías humanas, los huéspedes se retiraron zambulléndose en sus automóviles oscuros, sin saber que el Presidente había manipulado los bolilleros, convencido de que con el poder lo mismo se puede aplastar a un gusano que a un ser humano.