Topic: cuento corto
El tren debía partir ese domingo a los ocho de la mañana. Previsor como era, el señor Einstein llegó media hora antes. Con su cabellera revuelta de león descuidado, sus gafas sin marco sostenidas por la misericordia de la punta de su nariz y su paraguas colgado de uno de sus brazos, se deslizó por la plataforma del andén a pasos rápidos y se trepó presuroso al tren. Se instaló en el asiento correspondiente, depositó su bolso repleto de libros, dos manzanas y un emparedado de carne y pepinos para almorzar y suspiró aliviado. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo sin planchar, suspiró aliviado y se puso a pensar en el diálogo sostenido con el jefe de la estación:
- ¿Por favor, de dónde sale el tren para Winterthur?
- Andén 7, a la derecha.
-¿A la derecha suya o a la derecha mía?
El jefe, creyéndose burlado, lo miró entre sorprendido y molesto, pero disimuló su enojo y le contestó:
- A mi derecha, por supuesto- y le señaló con la mano el lugar.
- Disculpe, señor, pero la derecha suya no es la mía y la información era incompleta.
El señor Einstein estaba convencido de que su pregunta había sido correcta, se resignó ante la ignorancia ajena y tomó un libro de física para distraerse mientas esperaba la salida del tren. Al poco rato, el convoy inició la marcha.
- Las ocho en punto -le comentó el pasajero de al lado-.Como siempre los suizos, son los reyes de la puntualidad.
- Buenos, las ocho de la mañana aquí, pero en la China son las ocho de la noche -comentó como de paso el señor Einstein.
- ¿Y eso qué? Es lo natural. Cada lugar tiene su hora propia.
- Entonces en el espacio la Tierra no tiene un horario único.
- Seguramente que no, ¿Y por qué había de tenerla?
- Por nada -agregó el señor Einstein.- Fue una ocurrencia mía, nada más. Disculpe.
El tren partió y ambos pasajeros se dedicaron a mirar por la ventanilla el paisaje de la campiña entre montañas. A los pocos minutos, el señor Einstein tomó nuevamente la palabra y le preguntó a su vecino de asiento:
-¿ Desearía compartir esta manzana?-y le mostró la fruta-. Los médicos dicen que es un alimento completo.
- Si ellos lo dicen... -contestó lacónicamente el viajero tratando de eludir la conversación con el atrabiliario desconocido.
- ¡Qué curioso! Estaba pensando que no sé donde caerán los bocados de esta fruta.
El compañero de asiento lo miró frunciendo el ceño casi en actitud de enojo:
- Discúlpeme, señor -agregó-. ¿Usted me habla en serio o en broma? Todo persona sensata sabe que los bocados caen dentro del estómago. ¿No lo sabía usted? ¿Dónde habrían de caer? Hasta los niños del jardín de infantes lo saben.
- De acuerdo, caen en el mismo estómago pero no en el mismo espacio. Fíjese si no. Tragaré un bocado cuando el tren pase por el comienzo de aquella próxima estación y caerá en el estómago, pero cuando estemos al final de la estación. Luego el bocado no habrá caído en el mismo sitio del espacio.
El señor Einstein quiso hacer un demostración ante el asombro de su interlocutor. Mordió un pedazo de la manzana, lo masticó y lo engulló. Los movimientos de la boca y la garganta confirmaron su explicación. El bocado había comenzado a caer al comienzo de la estación y había caído al final. Una vez que terminó de deglutir, tomó nuevamente el libro de física y continuó la lectura. El interlocutor jamás había pensado en semejante curiosidad. ¿Qué se traería entre manos semejante personaje?
La belleza del paisaje que se veía a través de la ventanilla distraía el diálogo de los viajeros. La creación era para ambos el espectáculo más bello que los ojos humanos podían observar, y poco a poco confraternizaron. El señor Einstein, ese aparente loco dejó de serlo y se transformó en un inexplicable personaje. ¿Qué inteligencia superior, casi siniestra, anidaba su cerebro? La conversación ser puso más cordial y espontánea..
Entre parlamento y parlamento, las afirmaciones del señor Einsten confundían al ocasional acompañante, quien llegó a poner en su duda sus creencias anteriores. Una pelota de goma que se desprendió de las manos de un niño sentado en el extremo del vagón que se dirigía hacia ellos complicó aún más la situación .
- Dígame, amigo, esa pelota que corre por el piso hacia nosotros, ¿marcha hacia delante o hacia atrás?
- Entiendo que hacia adelante.
- Pues está equivocado. Como el tren corre a más velocidad que la pelota, la pelota se mueve hacia un sitio de más atrás, hacia la próxima estación, digamos. ¿Vio cómo las cosas no son como parecen?
Se estrecharon las manos y cada uno por su lado se fue a gozar de las delicias de la naturaleza y de la cordialidad de sus habitantes.