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cuento corto
Monday, 25 January 2010
ARTISTAS CONTRA DEPORTISTAS


 

 

     Los políticos estaban inquietos porque las encuestas de opinión mostraban su descrédito entre los ciudadanos quienes en sus cotidianas manifestaciones exigían que se fueran del poder. Pero, como es de imaginar, estaban atornillados a sus puestos.  

     - Lo que es a mí no me sacan del sillón ni a cañonazos -decía a sus íntimos  un gobernador-; que se vayan del país los votantes si quieren, que yo me quedo aquí.

     - Pues si yo tengo que irme, la dejo en reemplazo a mi esposa o a mi suegra, pero no me quedo como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.

     El partido oficial llevaba cincuenta años en  el gobierno, y por sucesivos enroques de puestos, un intendente pasaba a ser diputado en la siguiente elección, luego senador, más tarde gobernador provincial y por fin ministro, con la secreta esperanza de ser presidente en la próxima.

     Pero en cincuenta años, el electorado había agotado su paciencia y no parecía dispuesto a tolerar más la continuidad del gobierno. Los políticos realistas coincidían en que había llegado el momento de cambiar de estrategia, y que para salir del problema, lo mejor era incorporar en las listas  de candidatos electorales a otras figuras populares.

     - ¿Y quiénes son los héroes populares?

     - ¿Cómo quienes? Los artistas y los deportistas.

     - Pero no saben nada de gobernar, gracias que cantan y hacen goles.

     - ¿Y quién ha dicho que los pondremos a gobernar? Son unos piojos resucitados. Basta que sepan levantar la mano en el congreso. Nosotros les mandamos las leyes hechas y ellos la aprueban. La democracia no da para más.

     Los artistas y deportistas no opusieron reparos al aumento de sus ingresos más las excepciones en el pago de impuestos y demás privilegios. Unos y otros pensaron que con los millones que tenían más las gangas que les vendrían iban a estar definitivamente bien. En lo que no pensaron fue en que no había tantos lugares disponibles para ambos bandos.  

    Malabaristas, dibujantes de paredes, guitarristas, cantores,  salieron a demostrar sus habilidades para atraer la atención de los caciques políticos. Walter Punk, flaco como un lápiz, feo irrecuperable y boca sucia como un puerco, se hacía acompañar en sus recitales al aire libre por una claque mujeril intercalada entre el público que lo levantaba en andas al término de sus espectáculos. Charles Calembour, tocado con un fez tunecino  corría por el escenario persiguiendo luciérnagas que encendían y apagaban los farolitos de sus abdómenes e insultándolas en un lenguaje intraducible.

     Los deportistas, ni lerdos ni perezosos, trataban de seducir a su vez a los caudillos políticos para no quedar fuera del festival de prebendas. Dieron un paso adelante ofreciendo gratuitamente a sus admiradores participar en sus demostraciones. "Hágale su propio gol al arquero olímpico" -decía uno-. "Pedalee en la bicicleta del campeón nacional", ofrecía otro. Aunque no está aún determinado si el pimpón  y el yoyó son deportes, los maestros nacionales participaron de la puja ofreciéndose para jugar con  los interesados, amén de regalarles firmados esos adminículos con su firma personal. El país se había convertido en una especie de Olimpo donde los dioses y semidioses jugaban y cantaban.  Zeus jugador de fútbol,  su hermana y esposa Hera, cantora de tangos. 

     Los vecinos, acostumbrados a votar a desconocidos, festejaban complacidos la generosidad del gobierno al ofrecerles candidatos conocidos y sentir que al fin su vocación democrática había sido atendida. Asistían a las representaciones de uno y otro bando y aplaudían a sus preferidos. La puja, sin embargo, después de dos meses seguía sin definirse y los comicios se acercaban. De la competencia leal se pasó a la mentira,  de la mentira al insulto, del insulto a la infamia y de la infamia a las agresiones. A Joe White, el deportista del trapecio, los artistas le desataron uno de los cables de la red de seguridad  y fue a dar con sus huesos molidos a un sanatorio para ponerlos en su lugar, como se hace con la osamenta de los dinosaurios patagónicos.

     La venganza de los deportistas no se hizo esperar. Ocurrió en el recital de Cacho Borinquen. El artista corría con un paraguas como perro de presa por el escenario bajo una lluvia artificial, entonaba sus canciones abrazándose a cachorros animales, dando vueltas mortales, fumando y bebiendo latas de cerveza, peleando con gorilas de utilería,  sentándose en sanitarios para necesidades comprensibles entre estallidos de petardos y luces de bengalas. Ni un afroamericano lo haría mejor. El político que lo patrocinaba, observando las maravillas  de su ahijado, comentaba: "Si no gano con éste, me hago monja:" Para su felicidad, no tuvo que cumplir con su promesa, porque cuando el Borinquen se enroscaba en el caño, una palangana de alquitrán lo embadurnaba de pelos a pies. Dos barricas de querosén y tres días de paciencia fueron menester para desalquitranarlo.

     Como pregona el refrán popular, una de cal y otra de arena, con la diferencia de que                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

esta vez una fue de alquitrán y otra de espuma. En la sede de un local político el candidato hacía la presentación de su acompañante artístico, un prestidigitador de naipes, conejos en la galera y monedas, una nube de espuma invadió el tablado desde las bambalinas y el desaparecido fue el mago. "Para un circo vaya y pase, para el Congreso le falta seso", se oyó decir desde un megáfono oculto. El político patrocinador   

comprendió que con ese artista no iría a ninguna parte. Le obsequió una galera con su respectiva paloma  adentro, un mazo de naipes españoles y una moneda de la Segunda Guerra Mundial, y lo descartó de sus planes.

     Los artistas tienen fama de ser débiles, meditabundos y mansos, pero Félix                                                                                             Macramé, tejedor de pulseras rojas contra la mala suerte, era la negación viviente de estas tres facultades, porque era forzudo, atolondrado y agresivo. En una oportunidad había arrastrado con una soga atada al pecho un vagón de ferrocarril y en otra había vencido a quince rivales juntos que tironeaban de una cuerda. Este Sansón contemporáneo decía en la intimidad. "Qué se creen esos estúpidos, ¿qué los artistas                                      

nos alimentamos con leche en polvo? " Y para demostrar que no era mentiroso se trepó al tablado donde un levantador de pesas revoleaba una bala de cien kilos y los revoleó a ambos juntos y los mandó mutis por el foro. De inmediato su patrocinador comprendió que con los artistas forzudos no se juega y lo anotó en su lista como candidato a diputado.

     Avergonzados los deportistas, se reunieron en cónclave en la casa de Cuco Larramendia para convenir la forma más eficiente de desacreditar a sus rivales. Las frases de despecho más insultantes y jactanciosas  circularon en el cónclave, "Son estiércol de paloma, sin olor", "Si siguen jorobando los vamos a echar a patadas del país", "Me los meto por un bolsillo y los saco por otro". "Hablan de rosas y  perfumes, y apestan hasta por las suelas ", "Crecen como las zanahorias, para abajo" y cosas de este y aún mayor tenor. Después de minuciosas idas y venidas, convinieron en que la mejor venganza ocurriría con la llegada de la primavera y que como a la ocasión la pintan calva, había que tomarla del pelo y no dejarla pasar.

     Llegó la primavera y con ella la oportunidad. Los artistas harían la exposición de sus obras y la demostración de sus habilidades en el Coliseo de la ciudad. Desde muy temprano comenzaron a congregarse grupos de curiosos frente al local.  Unos iban a husmear la ropa y los peinados de las artistas para copiar los modelos, otros para tener argumentos para sus chismes, una gran mayoría para llenar las horas vacías del día, una minoría rica para ver si el Mercedes Benz  del año pasado había sido cambiado por un  BMC . Curiosidad, envidia, antipatía y escándalo se escondían en el trasfondo de esas almas. Un hombrón de cabello recortado y traje negro anotaba en una libreta los nombres de algunos asistentes, hábilmente disfrazado de periodista cuando en realidad era un agente del Servicio de Inteligencia.

     Adentro la ceremonia se cumplió conforme al programa estipulado. Después de izarse la bandera y entonarse el Himno Nacional, el presidente del Coliseo se puso de pie en el estrado y pronunció el único discurso del acto ("No más de dos minutos, por favor, señor presidente"). En el primer párrafo dejó translucir el talento literario de su redactor privado:                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

     "Egregios y plausibles hermanos y hermanas: Desde los arcanos insondables de nuestra inmarcesible historia, un hálito volátil y evanescente nos congrega en esta radiante efemérides, para mantener vivo el fulgor prístino e intangible de nuestro amor por la inmaculada belleza del arte." Los asistentes se pusieron de pie en la platea, los palcos y el paraíso al tiempo que coreaban el estribillo unánime de "¡Vivan nuestros padres, abuelos y tatarabuelos artistas!"

     Todo se desarrollaba con normalidad. Habían pasado ya por el podio el Flaco Funes,

guitarrero de oído y escritor de panfletos clandestinos; Nabugana Kan, japonés bailarín de tangos; Pocho Valente, pintor de manchas con aerosol; Añurito Sumay, tocador de charango;  Martinique Lafleur, tarotista de origen marsellés, y Cacho Garay, soplador de fuego por la boca, cuando ocurrió algo imprevisto.

     Una explosión de petardos, bombas de estruendo y fuegos artifíciales estalló en la calle. Ruidos y luces coincidieron con la invasión en el teatro de unos mil murciélagos a todo volar, y la consiguiente confusión de músicos, pintores, recitadores, tenores y sopranos. Desmayos, gritos, ayes de dolor, improperios, hombres y mujeres pisoteados, guardianes y custodios sin saber qué hacer,  convirtieron la velada en un campo de batalla. El presidente del Coliseo se descolgó con sus noventa años por debajo del estrado, el secretario extrajo de su chaleco una pastilla de valium y la engulló así no más sin agua. Algunos artistas o artesanos (no podría precisarlo) insuflaban sifones de soda al aire, otros sostenían a las mujeres desmayadas de susto. Dos oficiales de policía entraron a los pitazos para poner en fuga a los invasores y un sargento como gato acorralado probó suerte con dos disparos de pistola a los cielos. Una hora más tarde artistas y curiosos externos comentaban la vergonzante acometida de los quirópteros y expresaban sus diversas opiniones. El regocijo fue general entre los deportistas, quienes por instintiva precaución no dijeron esta boca es mía. .

     Los dirigentes políticos de todos los partidos seguían minuto a minuto la pugna de artistas y deportistas para incorporarlos en sus listas electorales. El jefe del partido interesado por los artistas tenía anotados entre sus preferidos a los siguientes:

     Baltasar Luna, poliglota, que cantaba La Marsellesa en griego antiguo y latín, e imitaba a la perfección los ladridos de los perros pequineses.

     Ramón Hernández, escultor, por haber levantado en la playa un monumento en homenaje a los piratas del Caribe y que de paso enviaba luces indicativas del lugar exacto del contrabando a los narcotraficantes actuales. .

     Heriberto Lunajero, poeta lírico, por haber redactado una Oda al Despelote, en versos endecasílabos,  que se coreaba en los festivales al aire libre con gran aceptación de la juventud.

     Antonio el Historiador, por haber hallado varios manuscritos en una antigua iglesia parroquial , en los cuales se revelaba que el verdadero fundador de la ciudad no era Álvaro Núñez de Vaca sino Álvaro Núñez de Toro.

     El guitarrista Juan Nogales, por haberse sumergido con sus manos atadas con cadenas y una guitarra, y haber emergido del agua desatado y ejecutando una canción.

     La locutora de televisión Malvina por haber ganado el certamen nacional de más palabras en menos tiempo, batiendo el récord mundial en castellano.

     Los interesados en deportistas, anotaban también escrupulosamente las hazañas de sus preferidos para las listas electorales.

     Encabezaba la serie en todos los casos la figura del Titán del Boxeo, que había resistido un pugilato de una hora y quince minutos con un oso pardo de trescientos kilos de peso importado de California. Aunque había resultado con cuatro costillas rotas en la demostración, si resultaba elegido en los comicios no habría inconveniente alguno en tomarle juramento en una silla de ruedas para lo cual se construiría una rampa especial.          

     Le seguía en las preferencias de los políticos el domador Prudencio "Macho" Funes, vencedor por tres años consecutivos del certamen nacional, algo más afortunado que el anterior, pues el equino lo había desmontado de su lomo sin destrabarlo del estribo premiándolo con un arrastre de dos vueltas para que conociera el sabor del polvo. 

     El nadador olímpico de cien metros estilo pecho, Antonio Bermejo, optó por demostrar sus maestrías en el muelle de la ciudad, ofreciendo fumar debajo del agua. Hizo la imposible hazaña sumergiéndose seis metros en una campana de cristal sostenida por una grúa y alimentada por dos caños de goma que le suministraban aire puro y le extraían el usado desde el muelle; el cigarrillo encendido había sido adherido al cristal de la campaña para los chupazos pertinentes. Uno de los políticos lo anotó en su lista, mientras que el otro pretendiente desestimó a Bermejo por haber empleado un cigarrillo extranjero en lugar de uno nacional.

     Al cabo de varias semanas de concursos y demostraciones, las listas para los próximos comicios parlamentarios aparecieron pintadas, pegadas y colgadas en cuanto espacio libre había en la  ciudad, postes, puertas y portones, hilos telegráficos, vehículos, árboles, incluso en los lomos de perros y gatos vagabundos. Los ciudadanos, ilustrados y deslustrados, no salían de su perplejidad. Fuera de los políticos, y de los aristas y deportistas que vieron sus nombres escritos, nadie sabía quiénes eran Francisca Luna, Rudecinda Barrioviejo, Anastasia Gómez (esposas y cuñadas de los políticos con nombres de soltera), Felipe Fernández (jardinero del caudillo), Claudio Estrada  y Pedro Salcedo (cocinero y chófer respectivamente del gobernador). Nadie se percató de la ausencia de los nombres de don Bernardo Tussay y de don Francisco Beauvoir (premios  Nóbel ), ni de los presidentes de las academias de Letras, de Medicina y de Ciencias. Comprendieron la inclusión del presidente de la Asociación del Fútbol y de la Asociación del Teatro.

     Llegó por fin el ansiado domingo de las elecciones. Salvo varios robos de urnas, cambios de  votos en oficinas postales, alteración de los telegramas, algunas bombas de estruendos, tres paros cardíacos y el parto de una embarazada en las colas de votación, el acto eleccionario fue calificado de cristalino y ejemplar. Siete muertes en distintas provincias fueron computadas como actos de homicidios pasionales, desvinculados de los comicios. Únicamente un periodista y un camarógrafo por país fueron admitidos, y ningún observador foráneo. Los primeros resultados oficiales del escrutinio se darían  a conocer a las ocho de la noche, pero sólo se anunciaron a las cuatro de la madrugada, cuando los vecinos dormían. Al amanecer los candidatos supieron si el pueblo democrático los había votado para el Congreso

     Los escogidos recibieron elogios, besos y abrazos de vecinos y amigos (no habían aparecido aún ni la peste de las vacas locas, ni la aviaria, ni la porcina ni los mosquitos del dengue). Sus lenguas estaban resecas y agrietadas por falta de uso y sólo pudieron hacerlo mediante gestos y ademanes, como ponerse la mano derecha sobre el corazón, levantar el pulgar hacia arriba como en el Coliseo romano para liberar a los gladiadores vencedores. Ninguno se pasó el índice  por la garganta como en tiempos de Rozas, porque las fórmulas convenidas de los festejos era dos: "Ni vencedores ni vencidos" y "El único ganador es el pueblo."

     Los nuevos diputados y senadores se apresuraron a dejarse crecer barbillas de intelectuales, quemar sus antiguas corbatas, diseñar vestimentas novedosas, ponerse anteojos de sabios, caminar dando la mano a sus seguidores, dar besos al aire, recibir cartas con pedidos de puestos, viviendas, pensiones graciables, abrazos a los párvulos de pecho, toques en las cabecitas infantiles, sin que faltara algún ateo que besara el suelo como  el pontífice Juan Pablo II, con perdón sea dicho en su memoria.

     Como todo lo que empieza ha de terminar, la puja cívica acabó, y la convivencia comenzó. Los elegidos prestarían juramento el 2l de septiembre, Día de la Primavera
para unos y otros, y  Día de San Mateo, apóstol y evangelista según el  santoral.

      La Asamblea de incorporación de los electos se cumplió conforme al ceremonial establecido; bandera e himno, palabras del presidente y formación de comisiones internas. La más discutida fue la de presupuesto, clave en la administración de los fondos fiscales, para la que se propuso en un debate de dieciséis horas a Tintón Testaloca, campeón sudamericano de yoyó. Se objetó que no podía ser elegido para tan importantísima función pues no estaba aún definido si el yoyó era un arte o un  deporte. En eso estaban los congresales, cuando un artista perdió la paciencia, sacó de entre sus ropas una bomba de humo y  se la arrojó al presidente de la asamblea. Un deportista se desquitó con una bomba de mal olor, hasta que el recinto se convirtió en un gallinero invadido por un zorro: gallinas por el suelo patas arriba, pollitos asustados entre las alas de sus madres, el gallo patrón cacareando desde lo alto, huevos rotos, regueros de claras y de yemas por todo el piso, plumas flotando por el aire, combinadas con quiquiriquís y cocorocós  sinfónicos.

     El presidente de la Asamblea, desorientado, perplejo, confuso, vacilante e indeciso, sin tiempo suficiente para reflexionar  sobre el suceso, extrajo de su bolso un panal de abejas, se cubrió la cabeza con una escafandra como si fuera a descender en la luna, golpeó con un palo la patria de las avispas y se tomó las de Villadiego.

     Yo lo imito en mis fabulaciones. Punto y a otra cosa, que no me han dado vela en este entierro.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         


Posted by Carlos A. Loprete at 8:54 PM BRT
Updated: Monday, 25 January 2010 8:58 PM BRT
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Sunday, 10 January 2010
ALICIA LA PIQUETERA


 

      Se levantó ese día para cumplir su trabajo habitual. Desayunó, acomodó en su biblioteca los libros en que había estudiado para su último examen, desayunó y se endilgó su uniforme de trabajo, zapatillas deportivas, pantalón vaquero descolorido y deshilachado, camisa colgante y gorro pasamontaña. Extrajo de un bolsillo un papelito arrugado con una dirección y salió hacia la estación de trenes Constitución.  Gritó "Chau, vuelvo tarde", sin esperar respuesta y salió dando un portazo. Una vez en la estación se juntó con sus compañeros que aparecieron de los baños y salas de espera.     

     El grupo formó fila a la entrada cubiertos sus rostros y con bastones en sus manos. En el centro de la fila Alicia daba los órdenes. Nadie podía entrar ni salir del edificio. La policía uniformada cercaba el local para evitar desmanes sin intervenir en el conflicto, conforme a las consignas recibidas. Dos ambulancias estaban disponibles para emergencias, un helicóptero sobrevolaba el espacio y los periodistas y camarógrafos garabateaban sus movimientos entre la multitud observadora. La fuerza del orden

reconocía a los dirigentes piqueteros pero prestaba particular atención a Alicia, al centro de la primera fila. Podían carteles y pancartas con las conocidas leyendas de "Yanquis afuera", "Basta de Fondo Monetario",  "Los pobres al gobierno", y así tantas otras. Alicia sabía que sus compañeros no conocían esas instituciones, ni distinguían entre el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, y le bastaba con que quemaran cubiertas de automóviles, soplaran pitos, revolvieran matracas, y saltaran al compás de tambores y tamboriles.

     Hacia la caída del sol, un hombre de pelo recortado, impecable traje negro y anteojos oscuros, se dirigió directamente hacia Alicia, y en tono respetuoso tono dijo:

     - Señorita, el señor Presidente tendría mucho gusto en poder conversar esta noche con usted.

     - ¿Conmigo? ¿Para qué?

     - No lo sé, señorita. Si acepta la invitación, nosotros nos encargaríamos de lo demás.

     Alicia le pidió cinco minutos para consultarlo con sus compañeros y así lo hizo, al cabo de los cuales la propuesta fue aceptada. La entrevista se efectuaría a las once en un lugar reservado y sin testigos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

         Dicho y hecho. A la hora convenida dos individuos parapetados detrás de anteojos oscuros y sombreros aludos la subieron a un automóvil negro con vidrios del mismo color y cortinillas internas, y al término de una media hora de viaje le desataron la venda de los ojos, le pasaron un detector de metales por el cuerpo, y la introdujeron en un despacho sobrio, con un mínimo de muebles y ninguna insignia ni fotografía en los muros.

     - Adelante, señorita, tome asiento -le dijo el Presidente sin ponerse de pie y señalándole una silla delante del escritorio.

     Alicia, aunque descarada, concurrió vestida con un coqueto traje sastre, y la  cabeza  descubierta. La entrevista duró una hora, durante la cual intercambiaron palabras, café y cigarrillos. El Presidente administró la conversación y Alicia redujo su papel a responder. Confirmó a su interlocutor que acababa de graduarse en licenciada en sociología, que trabajaba en  favor de los pobres y desprotegidos de la sociedad, y eludió con astucia las preguntas sobre sus autores favoritos, porque eso habría dado indicios sobre su ideología. Admitió que había creado un velatorio de lujo para los muertos humildes, donde se velaba por una noche a los fallecidos y se los retiraba a la mañana siguiente en un ataúd de pino para ser inhumados en el cementerio. Al menos por una noche conocerían el esplendor de la riqueza. La reunión y los temas tratados no se dieron a publicidad, pero algo había quedado pendiente, según podía esperarse del saludo final: "Nos veremos, Alicia."

     Los piquetes continuaron realizándose, pero en un tono más alarmante. La fila de encapuchados de primera fila se había triplicado, los manifestantes vestían pecheras amarillas, blancas, rojas y verdes distintivas de cada grupo disidente, banderas de por lo menos treinta grupos y países, y los mismos ruidos anteriores incrementados con explosiones de petardos y bombas de estruendo. Detrás de ellos venían mujeres con sus niños en brazos y cochecitos, ancianos e inválidos en sillas de rueda reclamando aumentos de sueldo y pensiones,  casa propia, vacaciones pagadas y turismo gratuito, canastas de comidas diarias, remedios gratis y hasta alimentos para los pobres de Biafra.

       Habrían pasado unas dos o tres semanas cuando Alicia  comprobó que el dinero disponible para dar de comer a los manifestantes se agotaba. Remedió la escasez con una nueva idea, cobrar peaje para entrar o salir de la estación. Aunque los trabajadores protestaron al principio, poco a poco se acomodaron a la nueva exigencia porque más perjudicial les resultaba perder el salario del día, y en cuanto a los seguidores de Alicia, aplaudieron contentos la iniciativa que los beneficiaba con el agregado de dos tazas de café a la dieta diaria. Los empresarios del ferrocarril simulaban en declaraciones públicas repudiar el atropello pero en secreto se sentían reconfortados en recuperar en parte los ingresos perdidos en los últimos tiempos. El único perjudicado era el Presidente del país por el creciente aumento del caos popular y los insultos personales que se iban agregando en las pancartas. Su paciencia estalló cuando le hicieron conocer un insulto personal, "Cambio Presidente por diablo. Pago la diferencia.".

     De inmediato hizo venir a su despacho a Alicia, que en definitiva se llamaba Alicia Monteavaro, y mantuvo con ella otro diálogo privado:

     - Le ofrezco un trato: si usted abandona la conducción de los piquetes, le aseguro un escaño en la Legislatura y un subsidio vitalicio para su madre y otro para su padre.   

     - Por mis viejos no se preocupe, Presidente, hace tiempo que me separé de ellos. ¿Cómo se puede ser hija de un obrero más pobre que las ratas que va una vez por mes a la iglesia de San Cayetano a rezar para le aumenten el salario?

     - Bueno, Alicia , elija usted.

     - Está bien, ¿me da unos días para pensarlo? Mis camaradas me tomarían por una traidora.

     - Categóricamente no, Alicia. El tiempo apremia y si usted no acepta, tengo otras opciones para manejarme.

    - Si es así, entonces acepo, Presidente. Preferiría un cargo en la UNESCO  en París.

    Alicia se puso a delinear el plan con los ayudantes del magistrado y a moverse sin descanso entre los piqueteros. Conforme a lo pactado recibió su nombramiento como asesora de la delegación nacional y un monto indeterminado de dólares para gastos de traslado, instalación, alquileres, propinas y anexos imprevistos. Tomó el avión a París y alquiló un departamento en el Barrio Latino a nombre de Alicia Monteavaro, de profesión pedicura. Si el agua de un río se encuentra en su camino con una fractura del lecho, no le queda más opción que convertirse en cascada, decía y pensaba. Por eso se había hecho oficialista, lo cual no le impedía que se reconvirtiera en piquetera una vez

que corriera por cauce llano. En su adolescencia le habían dicho  que las clases sociales      se han hecho para odiarse, y ella, odiar por odiar,  se había  inclinado por odiar a los ricos que tenían poder, sin diferenciar entre ricos buenos y ricos malos, y sin darse cuenta tampoco de que el bien y el mal son asunto de las personas y no de las clases. Su lema había sido siempre  "Todo puede ser de otra manera" y nadie había podido hacerla cambiar de opinión.

     Se guardaba muy bien de hablar de sus ideas por lo peligroso que resultaba publicarlas. Su lema lo había reforzado con el de un compañero de ruta creador del lema "Si me escupen y me conviene, digo que llueve."  Y en homenaje a la verdad no le había ido mal. Alicia se involucró con grupos de disconformes y rezongones europeos y latinoamericanos y acompañó cuanta manifestación callejera se presentaba. Abogó por la disminución de la semana laboral, por la venta libre de estupefacientes, por las vacaciones anuales gratuitas de los desocupados, sin importarle si la demanda era justa o injusta, razonable o antojadiza. A falta de esposo, se había casado con la idea del caos, y con esa comía, dormía, piqueteaba y rompía.

     Alojó clandestinamente en su departamento a un terrorista canadiense, ocultó cocaína en su desván, invadió con activistas un supermercado parisiense exigiendo como regalo paquetes de golosinas para los niños pobres y sirvió de apoyo a dos amigos en el robo de tres cajeros automáticos. No buscaba,  para decirlo con justicia, dinero en los asaltos, dejaba que los camaradas se lo repartieran entre sí y su diversión consistía en ver sufrir a los contrarios.  El saber no cambia nada, las bombas sí. Su actividad llegó al escándalo cuando se enfureció con un agregado cultural africano, a quien agravió en una reunión oficial diciéndole que su patria era un zoológico de tigres, elefantes y negros, y a un hispanoamericano que su país era una colonia bananera. Con los franceses no se metía porque estaba en su territorio, pero no desperdiciaba ocasión para cuchichear que "endiosan la revolución pero no quieren el cambio."

     Mientras tanto en Buenos Aires el Presidente estaba al corriente de las malandanzas         

de su compatriota que ponía en peligro las buenas relaciones con Francia.y le ordenó el inmediato regreso al país. Pero Alicia no acató la orden, y una madrugada su cuerpo fue hallado estrellado contra el suelo de la acera. La policía recogió el cuerpo, lo enfundó en una bolsa de plástico negro y lo llevó a la morgue. La hipótesis aceptada de la muerte fue que la extinta se había suicidado arrojándose por el balcón. Nadie reclamó su cuerpo y fue sepultado en el cementerio de Père Lachaise como N.N.

     Sin embargo, aunque las conjeturas no coincidieron por algún tiempo con la versión policial francesa, nadie volvió a ver otra vez en Buenos Aires a Alicia Monteavaro, más conocida como Alicia la Piquetero.   


Posted by Carlos A. Loprete at 10:09 PM BRT
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Saturday, 12 December 2009
CUANTIDAD DEBIDA


 Al fallecer el padre de don Adeodato Saravia de un ataque de apoplejía, sus familiares y amigos acompañaron los restos hasta su última morada en el panteón de la Sociedad Española de Socorros Mutuos. No hubo discursos fúnebres, sólo llantos y suspiros, porque no se escriben oraciones fúnebres para talabarteros. El féretro fue colocado con dos palmas de flores en el nicho 314, tercera fila a la izquierda de la entrada, hasta el día siguiente en que se lo sellaría con una placa de mármol.

     Cuando el sepulturero concurrió a la mañana siguiente para terminar la obra se encontró con el ataúd forzado y el cadáver profanado. Comunicó de inmediato la novedad al director del cementerio y en menos de una hora la población comentaba espantada la novedad: el cadáver yacía sin manos. En opinión del jefe de policía el autor debía de ser un conocedor de la anatomía humana, un estudiante de medicina o un enfermero tal vez, por la precisión y limpieza de los cortes.  Conforme a los reglamentos policiales, se selló nuevamente el nicho y se puso una guardia nocturna durante una semana. A la segunda, los custodios no se vieron más.  

     De niño, Adeodato había sido educado en la doctrina cristiana  fundamental, el credo, los diez mandamientos, las virtudes teologales, los pecados capitales y otros asuntos del catecismo. Su curiosidad intelectual no encontraba límites y un día supo sin haberlo averiguado que era un niño modelo. De sus labios no salía jamás una mentira ni un juicio perverso sobre sus semejantes.

     Llamó notablemente la atención entre los socios del Club Social la incongruencia entre el mutismo de don Adeodato y su frecuente deambular por los senderos y proximidades del nicho, siempre con la mirada fija en el suelo. Inspeccionaba todo con aparente indiferencia, desmenuzaba los montículos con los pies, recogía huesos perdidos de las exhumaciones, fisgoneaba otros panteones, hurgaba en basurales y pastizales, y se metía de rondón en los depósitos de materiales.

     No había duda de que algo buscaba don Adeodato, pero nadie se atrevía a interrumpir sus pesquisas con preguntas indiscretas. Simultáneamente dejó de concurrir a las reuniones semanales del Club y solicitó licencia por tiempo indeterminado en el colegio donde dictaba filosofía. Enclaustrado en el escritorio de su modesta casa, los vecinos aseguraban que la luz de su escritorio no se apagaba hasta la cuatro de la madrugada. Los abastecedores aseguraban que en esa vivienda no se comía mucho, a juzgar por la parquedad de los alimentos que entregaban.

     La tarde de la crisis se vio a la criada salir espantada de la vivienda pidiendo ayuda a los gritos. Alguien debió de haber telefoneado al Hospital de Emergencias porque a los pocos minutos llegó una ambulancia  con un médico y dos enfermeros que entraron en el domicilio y salieron sosteniendo a don Adeodato en mangas de camisa, encorvado y chorreando lagrimones, como quien ha llegado al límite de su resistencia. El director del hospital explicó que sería internado en una colonia psiquiátrica para su tratamiento. La casa quedó al cuidado de la doméstica y las luces se apagaron desde entonces a las diez de la noche.

     Los amigos que lo visitaban anteriormente con cierta asiduidad  no encontraban explicación al desequilibrio de don Adeodato. La casualidad hizo un día su parte. La doméstica cedió paso una tarde a un pariente, el comisario y el párroco.  Les sirvió café y se retiró.  Todo estaba en orden en el despacho atestado de volúmenes, papeletas, resmas de papel  y ceniceros. Adeodato había tomado la costumbre de escribir sus notas reservadas en latín pero con caracteres griegos. El religioso había olvidado con los años su griego del seminario y renunció a interpretar las fichas.

     Sin embargo, a punto de retirarse la comitiva , llamó la atención del religioso un grueso volumen abierto, probablemente en la página que estaba leyendo don Adeodato en momentos de la crisis. Estaba abierto en la página 691 y se trataba de la Suma contra los gentiles  de Santo Tomás de Aquino, publicada por la  editorial Porrúa de México en 1977. El sacerdote llevó su mirada a la página y leyó en silencio: “Así pues, no se requiere, para que el hombre resucite numéricamente el mismo, que todo cuanto tuvo materialmente en la vida temporal vuelva a tomarlo, sino sólo cuanto basta y se requiere para completar su cuantidad debida…”

     Súbitamente, el religioso sorprendió a los presentes con estas palabras:

     - Roguemos por la salud de nuestro querido hermano Adeodato. Buscó hasta donde pudo las manos robadas del cadáver de su padre, porque creyó que para el Juicio Final era necesario  que su cuerpo estuviera completo.

     No hizo ningún otro comentario. De regreso a la parroquia, el religioso sintió pena por el error de su  feligrés que no había leído o confiado en el texto íntegro de Santo Tomás: “Mas si algo faltare para completar su cuantidad debida, sea porque algo se le hubiese cortado en vida antes de que hubiese llegado a su cuantidad perfecta, o porque se le hubiese mutilado un miembro, lo suplirá de otra manera el poder divino.”

 


Posted by Carlos A. Loprete at 4:30 PM BRT
Updated: Saturday, 12 December 2009 4:49 PM BRT
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Sunday, 29 November 2009
LA DESAPARICION DEL PRESIDENTE

En la residencia del Presidente los vecinos notaban de noche la entrada y salida de furgonetas cerradas. Puesto que no podían acercarse a los altos muros y fisgonear por encima, ignoraban que se sacaban  bultos acordelados, cajones de madera, algunos con la leyenda de frágil y la consabida copa de cristal impresa en los costados. El misterio era impenetrable y los curiosos se resignaban a no ser más que eso, simples curiosos insatisfechos.  Los guardias armados controlaban el paso de los transeúntes y no permitían detenerse  en las inmediaciones. Si hubieran podido hacerlo, habrían visto encendida la luz del escritorio privado del Presidente, y a través de la cortina de una ventana, la sombra movediza del primer magistrado leyendo papeles, revisando expedientes, rompiendo unos y quemando otros, sentándose y poniéndose de pie, revolviendo cajones.

      En un país donde todo podía ser de otra manera, esta conducta no sorprendía a nadie. En el Río de Plata había naufragado por esos tiempos un barco procedente de Génova con un cargamento de mármol de Carrara, según se decía, aunque uno de  los náufragos rescatados aseguraba que se trataba en realidad de una estatua colosal, alta como de veinte pesos pisos, del Presidente. Ningún tripulante, ni siquiera el propio capitán, sabía a quien representaba la efigie. Lo cierto era que se trataba de la estatua de un humano con el medio brazo rescatado. Las otras partes no se recuperarían jamás por la profundidad en que se encontraban y la falta de equipos técnicos. Las dos únicas expresas capaces de hacerlo, una noruega y otra norteamericana, no estaban dispuestas a efectuar esas operaciones, y se habían negado sin dar explicaciones de su negativa.

     Pese al sigilo con que se manejaba el suceso, circularon por la ciudad varias fotografías clandestinas que los servicios de inteligencia extranjeros habían tomado en los talleres de escultor italiano, en las cuales se veía la cabeza del Presidente  y un brazo de orador arengando al público. “Se me dio vuelta la tortilla –se dijo para sí el Presidente-, pero no le daré el gusto a los opositores. Del naufragio no se habla más aquí, y si quieren saber de quién era la estatua, que se lo pregunten a Gardel.”

     Un día no se supo más del Presidente. De acuerdo con la versión de un espía extranjero había huido del país con rumbo desconocido. Algunas conjeturas lo daban por refugiado en un palacio de Bali, en Indonesia, al par que otras lo hacían avecindado en un lugar recóndito de Cuernavaca, México. Los fabuladores más imaginativos lo suponían instalado en un hotel de los fiordos noruegos pese a sus dolencias pulmonares,   mientras que otros cazadores de reyes y presidentes huidos lo instalaban en un castillo

de Mónaco, paraíso sin extradición para fugitivos internacionales. Cada tanto algún espía denunciaba haberlo visto en determinada ciudad. Los persecutores fotográficos soñaban con capturarlo con sus cámaras telescópicas, para venderlas a un diario londinense que había ofrecido comprar media docena de placas auténticas por la suma de quinientos mil dólares.

     Diga lo que se diga, el Presidente no las pasaba del todo bien, aterrado hasta los huesos como estaba. Una información daba cuenta de que había sido destrozado por una bomba en el aeropuerto de Nairobi, en Kenia, pero la noticia era desmentida al poco tiempo por otra que aseguraba haber sido detectada su presencia en una cantina del Mar Egeo embriagándose en una francachela de ricos y famosos. Los agentes de la Interpol objetaban con firmeza que uno de los cuerpos irreconocibles hallados entre los restos calcinados de un avión caído en  El Cairo pudieran ser los del Presidente.  Los bancos de Suiza se negaban a dar explicación alguna a la denuncia de que el Presidente tuviera una cuenta secreta bajo la clave 37ABX195, a menos que una orden judicial fuera extendida como sentencia final de un juicio previo. No obstante, los opositores políticos de su país insistían en que en esa caja secreta tenía depositados sus millones, monedas de oro y alhajas.

     La CIA estadounidense no comentaba sus averiguaciones bajo el argumento de que sus funciones eran proteger al propio país y a sus ciudadanos, y no investigar a extranjeros. La estrategia del Presidente consistía en permanecer oculto durante diez años, al cabo de los cuales las leyes nacionales declaraban fallecidos a los desaparecidos y sus herederos podían reclamar sus derechos de sucesión. Si lograba no ser descubierto en ese lapso, estaba en condiciones de hacer presentarse con derecho a su fortuna a una hija natural radicada en Cataluña, y recuperar sus bienes. Sospechaba, y con razón, de que en todo paraíso de fugitivos, no uno sino varios agentes secretos, pululaban disimulados bajo la apariencia de porteros, mucamos, chóferes, mecánicos y mucamos,  a la espera de capturarlo o de despacharlo al otro mundo.

     Lo que más lo preocupaba era que un agente de alguno de los países desmembrados de la Unión Soviética lo localizara para apoderarse de sus bienes.  Durante su presidencia, se había cuidado particularmente de intercambiar acuerdos secretos con presidentes de países afines, para asegurarse la protección en caso de huida, pero desconfiaba de su cumplimiento.

     Se había enterado de que en un país asiático funcionaba una organización que ofrecía cursos y entrenamientos de desaparición exclusivos para reyes, presidentes y caudillos. Las informaciones filtradas no aclaraban el precio de esos servicios, pero podía inferírselo por un simple razonamiento: si en una organización similar rusa se cobraban 2.500.000 por llevarlo al espacio  y darle de comer durante una semana, por enseñarle a salvar el pellejo el precio del servicio no podría ser inferior a los 10.000.000. El Presidente tenía reservados para gastos de ocultamiento más de esa cifra en su caja secreta en Suiza, pero no atrevía a usarla por temor a ser descubierto en el tránsito a ese  país, que seguramente estaría infestada de espías.

     Consultó entonces un antiguo manual de espionaje que usaba la Mossad judía,  considerada la agencia de espionaje más eficiente del mundo, y en ella encontró poco o nada de utilidad porque casi todos los asuntos técnicos figuraban como “clasificados”, es decir, no disponibles para el público. 

     A los seis meses y medio, los diarios de todo el mundo anunciaban en primera página la muerte del Presidente desparecido en una catástrofe aérea en el aeródromo de Manila, Filipinas.  

     - ¿Pero cómo pueden ustedes asegurar que el cadáver carbonizado es el del Presidente rioplatense, si estaba irreconocible? –inquirió un periodista en la conferencia de prensa.

     - Sobre el particular no hay duda alguna  -respondió el oficial  de relaciones públicas del lugar-. En uno de sus dedos llevaba un anillo con una inscripción grabada que lo identificaba por su nombre y el escudo de su país.

     En el Río de la Plata se esfumó la incógnita y se dio por concluido el caso. Los titulares de la prensa extranjera pasaron a un nuevo escándalo, la estafa en una sucursal de un banco inglés en Hong Kong  y la ruina de los ahorristas, con la que podría estar relacionado el Presidente.

     Éste, oculto bajo la apariencia de un sembrador de arroz contratado en una plantación de Malasia, trabajaba de sol a sol por una retribución de esclavo, pero por el momento su situación estaba segura en la espera de los diez años estipulados por la ley.

     Mas un nuevo suceso estremeció su tranquilidad. En su sección de último momento el diario Le Figaro de París publicó que el Presidente argentino no había muerto en el siniestro de Manila, pues había sido fotografiado con una cámara de larga distancia  formando fila para entrar a un templo sintoísta en Kyoto, Japón. La fotografía mostraba a una persona  idéntica al mismísimo presidente, con su cara de tigre dispuesto a dar el zarpazo, mirando al infinito por encima de los creyentes, formando fila para asistir al culto del emperador. La policía no había reparado en esa presencia, razón por la cual no pudo ser detenido e indagado.

     A las pocas horas la noticia era tema de primera página en los diarios del mundo, y de primicias en la radio y la televisión. Sin embargo, ningún medio arriesgaba su opinión y todos se limitaban a estimular la controversia. ¿Sería trucada la fotografía, como es habitual hacerlo? ¿Sería una imagen deformada por las lentes de larga distancia? ¿Cómo era posible que una de las personas más buscadas del mundo pudiera haber pasado inadvertida a los cientos de sabuesos policiales que lo husmeaban por todas partes. En Buenos Aires el presidente sucedáneo no tuvo más remedio que ofrecer un premio de 100.000 dólares a quien proporcionara datos comprobables acerca de la incógnita. Se recibieron cientos de respuestas, pero todas fueron rechazadas por falta de credibilidad.

     -¿Por qué no lo buscan en el propio país? –comentó en privado un policía internacional ¿Quién ha dicho que necesariamente deba estar en el extranjero?

     La opinión pareció sensata. Al día siguiente legiones de rastreadores revisaban con perros, palmo a palmo, los bosques, zanjas, ríos, ciénagas y cuevas, sin resultado positivo.

     -¿Y por qué no recurrimos a los adivinos?  En el hemisferio norte los llaman “psíquicos” y son  consultados por la policía. En algunos casos  han descubierto cadáveres perdidos o han señalado al criminal.   

     Fue así como surgieron entrevistas primero con curanderos del Chaco, luego con  santones y por último con adivinos brujos, que son tenidos por seres que transitan por ambos mundos en estado de trance. Un curandero de la región del Impenetrable se excusó  diciendo que estaba muy viejo y sus poderes se habían debilitado; un adivino de Villa   Crespo alegó que su videncia alcanzaba únicamente a los miembros de la colectividad judía y lamentablemente no podía ayudar en esta oportunidad. Prácticamente todos los santuarios fueron inspeccionados, sin resultados.

     - Lástima que se haya muerto la  Madre María. Ella sí que lo encontraría –expresó un lustrabotas.

     - Para mí que Pancho Sierra hubiera sido mejor –opinó un vendedor de diarios.

     Tres meses y quince días después los rastreos debieron darse por concluidos. Una nueva foto de larga distancia mostraba al Presidente acompañado de una damisela, bebiendo ambos sendas copas de whisky al borde de una piscina tropical. No faltó el comentario de un opositor: “Es que la cabra siempre tira al monte.”

    Acabados los profetas locales, quedaron los extranjeros. Se pensó primero en consultar a instituciones por su mayor confiabilidad. La American Society of Conjectures contestó que sus conjeturas eran  filosóficas y no biográficas, mientras que la Inspirational Foretelling Association lamentó no poder ocuparse del asunto por exceso de compromisos anteriores. Sugirió, como colaboración, recurrir a la vidente portuguesa Fernanda da Silva, con fama de santidad, residente en Coimbra, Portugal. “Si además de adivina es una mística, a lo mejor Dios le da una mano”, pensaron los investigadores y se refugiaron en esa esperanza. Sin dudarlo un instante, una delegación de policías y funcionarios de la cancillería tomó un avión  y aterrizó a las doce horas en Coimbra. Los delegados fueron recibidos en el aeropuerto por colegas portugueses e instalados en el hotel principal, conforme lo estipulan las normas de ceremonial. La comitiva descansó ese día, y al siguiente, muy temprano, los delegados estaban frente a ella.                                                                                       

     Fernanda se enteró del objetivo de la visita, pidió una fotografía del Presidente, le pasó su mano izquierda por la superficie, bajó la mirada, se concentró unos minutos, y comenzó a hablar:

     - Veo a ese señor y detrás una torre metálica, sí, sí, es la Torre Eiffel de París, parece preocupado, mira a cada momento su reloj, está esperando a alguien…

     - Siga, madrecita, siga…

     - Un momento, qué curioso, al mismo tiempo lo veo frente al Moulin Rouge, reconozco las aspas iluminadas del cabaret ...

     - Pero no puede ser, madrecita, en dos lugares al mismo tiempo…

     - No sé qué decirles, pero eso es lo que yo veo.

     Los investigadores agradecieron la visita, quisieron pagarle los servicios, a lo que ella replicó:

     - Muchas gracias, señores, pero no cobro nada por mis videncias. Si lo hiciera, perdería mis poderes.

    Reunidos en un café los visitantes discutieron las premoniciones de la adivina y convinieron en que no podían desecharlas. Agentes secretos disfrazados se instalarían en las inmediaciones de ambos lugares las veinticuatro horas del día, hasta que lograran alguna respuesta a la incógnita.

     A los dieciséis días la patrulla de la Torre Eiffel comunicó por celular a la del cabaret Moulin Rouge que un hombre probablemente el Presidente, encubierto bajo un sombrero de ala ancha, bufanda, impermeable y anteojos oscuros, se desplazaba con un diario en su mano izquierda hacia un puente del río Sena.

     - El nuestro también se ha puesto en marcha –replicó el otro policía-. Salimos de inmediato en su persecución.

     A la media hora se encontraron los dos desaparecidos con los dos grupos de investigadores. Los captores separaron a los sospechosos y los interrogaron: 

    - Policías –dijo uno- ¿Quién es usted?   

    - El ex presidente argentino

    El otro apresado, a la misma pregunta contestó:

    - El que ustedes buscan, el ex presidente argentino.

     Ambos personajes fueron llevados detenidos a una mansión no identificada en pleno centro de París, e interrogados por extenso. Evidentemente, uno de ellos o los dos mentían. Las indagatorias se repitieron cuatro veces cada día, en total veinte.

     Cuando la paciencia de los investigadores estaba a punto de acabarse, uno de los sospechosos, “se quebró” y aclaró la situación:

     - Está bien, yo soy el Presidente.

     - ¿Y el otro?

     - Es un doble a sueldo.

     Las dos comisiones deliberaron reunidas durante un tiempo. Sabían que en definitiva el caso se esclarecería mediante los recursos científicos disponibles. Informado de inmediato, el gobierno argentino ordenó intervenir a su embajador, quien ordenó remitir a Buenos Aires al doble y liberar al auténtico.

     - Usted será extraditado en secreto a Buenos Aires y puesto a disposición del gobierno. Una vez allí, se le entregarán 500.000 dólares por su colaboración, se le cambiará la identidad y se lo enviará sano y salvo a un país extranjero, del que no podrá salir con el compromiso de no hablar nunca más de este asunto.

     - ¿Y el otro?

     - No abra más la boca. Aquí los que preguntamos somos nosotros. Tiene media hora y ni un segundo más para decidir, sí o sí. ¿Entendido?

     Los espías filipinos  apostados en las inmediaciones de un banco suizo informaron a su gobierno que el Presidente había sido visto retirando sus fondos y alhajas del banco suizo acompañados por agentes de un país no identificado.

     A la semana, los diarios de Buenos Aires daban cuenta de que el ex Presidente había sido encontrado ahogado en una ciénaga de Escocia y se había procedido a su inhumación en ese país. Nunca se supo quién retiró los fondos y las alhajas del banco suizo.


Posted by Carlos A. Loprete at 10:20 PM BRT
Updated: Sunday, 29 November 2009 10:29 PM BRT
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Saturday, 21 November 2009
LOS LADRONES DE LAPIDAS


  Al asumir su trabajo del día, los sepultureros del cementerio de la Chacarita comprobaron que habían sido arrancadas por la noche cuatro placas de bronce de varios panteones. Entre las sustraídas unas tenían las leyendas en latín y otras en inglés.

     - ¿Y eso? -preguntó un sepulturero a un compañero.

     - ¿Cómo, no te has dado cuenta? Las escritas en inglés son las de los protestantes y las escritas en latín las de los católicos.

     - Bah, tonterías, a mí que no creo en nada pueden ponerme una placa en chino o en turco y me da lo mismo. Total ya no estaré en este mundo.    

     Ni uno ni otro habían estudiado historia , y en consecuencia, no sabían nada de la torre de Babel y el origen de los idiomas, pero como tampoco habían estudiado teología,  no tenían ni idea de lo que era el don  de lenguas. 

     - Eso les pasa por no haber ido a la escuela en la niñez -les aclaró el director del cementerio-, don de lenguas es la facultad que tienen algunos cristianos de hablar en cualquier idioma con otras personas sin haberlo estudiado.

     Ante la bulliciosa reclamación de un deudo de un marino inglés inhumado en  la necrópolis, el director ordenó que dos cuidadores vigilaran en lo sucesivo las tumbas y panteones de noche.

     Noches después uno de los vigiladores advirtió una sombra con una barreta entre sus manos, le gritó como advertencia y corrió al lugar, pero no llegó a tiempo: el intruso había desaparecido. Ya vendrá -pensó-; lo moleré a palos. Fantasma no puede ser, porque los espíritus no pueden cargar pesos. Ninguna otra anormalidad ocurrió esa semana. Probablemente el ladrón había considerado prudente desaparecer por unos díasA la semana siguiente al segundo vigilador le sucedió algo semejante, pero tampoco tuvo tiempo para sorprender con las manos en la masa al ladrón. Lo más sensato era esperar con paciencia hasta que el caco cometiera un error y pudiera ser atrapado.

     No sucedió sin embargo así.  Una misma noche desaparecieron las lápidas de dos tumbas diferentes al mismo tiempo. Una en inglés, "He never said a foolish thing" (Nunca dijo una tontería), y otra en latín, "Hic iacent tantum ossa" (Aquí yacen solamente huesos).  

     - No hay otra explicación posible -convinieron los cuidadores-. Los ladrones son dos y no uno solo. Ya caerán como angelitos. Ésos sí que morirán sin epitafios.

     - Yo pienso lo mismo, y más todavía, me atrevo a insistir en que uno es protestante y el otro católico -añadió el director.

      Días después se vieron merodear sombras en dos sectores del cementerio, en torno a dos panteones cubiertos de innumerables placas. Los guardianes presumieron que eran dos objetivos apetecidos por los ladrones y se prepararon para la captura cuando las circunstancias les fueran favorables.

     Así las cosas, el ladrón de la bóveda con epitafios en latín se encontró con un cartel pegado debajo de un timbre, que decía: "Toque el timbre y espere." ¿Un timbre al lado de la puerta de un panteón? Un poco por curiosidad y otro poco por obcecación, el ladrón se animó a pulsar el botón y esperar el resultado. De inmediato se encendió una potente luz adentro y apareció el guardián acompañado de un feroz perro ovejero que lo tomó de uno de los brazos y lo tumbó al suelo sin aflojar sus mandíbulas. El vigilador se  arrojó sobre el intruso, lo ató con una cuerda y lo entregó a la policía que esperaba en las cercanías escondida en un automóvil. El intruso acató sin chistar la orden de no resistirse y fue a terminar la noche detrás de las rejas.

     A la mañana siguiente se hizo presente en la comisaría el fiscal del distrito, quien después de leerle la fórmula de sus derechos, procedió a interrogarlo:

     - ¿Por qué arrancaba usted las lápidas de los católicos en el cementerio de la Chacarita?

     - A usted le parecerá extraño, señor, pero yo soy enemigo de todo lo pasado, y me dedico a abolirlo de esta manera. Soy ateo y no hago cuestión de las religiones.  

     - ¿Usted quiere hacerme creer que tenía pensado destruir todo lo que han hecho hasta ahora los hombres sobre la tierra? ¿Cómo haría para destruir todo lo antiguo de ese mismo cementerio?  Por cada placa que usted eliminara por noche, se pondrían cinco o seis nuevas. O usted está loco o me está tomando el pelo. Vamos, ladrón de porquería, no se haga el vivo conmigo y largue el rollo porque tengo mucho trabajo que hacer todavía.  

     El interrogado largó la lengua y explicó su caso. Había caído en el capricho de corregir el revoltijo de la humanidad comenzando por lo más cercano y menos riesgoso a sus posibilidades. En su opinión, los epitafios eran el mejor camino de iniciación, no había parientes defensores, el trabajo podía ejecutarlo sin perturbar sus faenas diarias, y  la comunidad se estremecía con la profanación de las tumbas. Y todo esto sin contar con que era una tarea divertida:

     - ¿No se llevaría usted a su casa, señor fiscal, una placa que dijera: "Enseñó gramática por muchos años pero no pudo conjugar el verbo vivir?" No me dirá que no, supongo.       

     - ¿Y que hace con las placas robadas?

     - Las arrojo al fondo del río. Allí no las encontrarán nunca más.

     - Bien, señor, quedará retenido en esta comisaría hasta que confirmemos sus dichos.

     - ¿Y si no las encuentran?

     - Eso es asunto de la justicia, en su momento lo notificaremos.

     A todo esto los periodistas de los canales de televisión y radios se hicieron cargo del escándalo profesional pertinente: "Hoy las lápidas, mañana los cadáveres", "Felices los gatos, que se entierran sin lápidas" y cosas por el estilo. A los pocos días, anuncios comerciales impresos en caracteres fosforescentes ocuparon su lugar pegados en las paredes, "Lápidas inviolables se ofrecen. Precios accesibles", y por supuesto, los políticos: "Señor ladrón, robe lo que quiera: el gobierno está de vacaciones."  

     Con el paso de los días el escándalo se debilitó por el advenimiento de otros sucesos, hasta que una mañana los guardianes necropolitanos despertaron de su letargo con una novedad. Del panteón de una ilustre poetisa local había sido sustraída su placa mortuoria que rezaba "Pudo haber escrito más de un soneto, pero su modestia se lo impidió". Comenzamos de nuevo, comentaron los guardianes, y no se equivocaron.

     De inmediato comunicaron la novedad al director quien se hizo presente de inmediato acompañado del comisario de distrito y dos policías uniformados. No había ningún timbre en la bóveda, pero sí un cartel con la leyenda "Golpee y entre, la puerta está abierta." El profanador golpeó con sus nudillos la puerta de hierro y entró confiado.

No hubo iluminación instantánea ni perro en su caso, pero sí una feroz trampa de acero dentada, de las usadas para cazar pumas en los bosques. El intruso no se resistió a la mordedura del instrumento y fue a parar también detrás de las rejas. El interrogatorio preliminar al nuevo cautivo fue más exhaustivo porque el apresado tenían antecedentes en la apropiación de bienes ajenos:

     - ¿Por qué arrancaba usted las lápidas en el cementerio de la Chacarita?

     - Usted, señor, tiene la foja de mis antecedentes y no le hace falta pedírmelos a mí.      

     - De acuerdo, pero necesito su declaración personal firmada. ¿Robaba o no robaba?

     -Sí, robaba.

     - ¿Y qué hacía con las placas?

     - Las fundía y las vendía.                                                                              

     -¿Y con ese ingreso pudo usted comprar un chalet, una lancha , una residencia en las sierras de Córdoba y dos automóviles importados?

     - Sí, ¿qué tiene de raro? Es cuestión de saber hacer negocios.

     - Hum ...pero adonde va usted a ir pronto no podrá hacer negocios.

     - No se preocupe, señor, de eso me encargo yo. Pero la aclaro, que si los jueces me declaran inocente, le haré juicio a la Policía por privación ilegítima de libertad y daños  morales. Ya hay jurisprudencia sentada sobre la materia.

     Los trámites judiciales se cumplieron paso a paso, como mandan las leyes. El director se ufanaba orgulloso de sus hazañas en una conferencia de prensa:

     -Algún día nuestro cementerio tendrá que ser declarado  patrimonio histórico de la humanidad por las Naciones Unidas. Al cumplirse el centenario de la primera cremación casi lo logramos, y perdimos por un voto. Con las capturas logradas últimamente quizás lo consigamos. Somos los inventores de los timbres y mensajes de tumbas.

     - ¿Y lo de la cremación, cómo fue eso? He oído algunos rumores al respecto, pero no lo tengo en claro -dijo un periodista.

     - Bueno, eso pasó hace varios años, cuando no teníamos hornos. Un día trajeron para ser cremado el cadáver de un notorio líder socialista y nos sorprendió el pedido. Los restos mortales de los cristianos no se incineraban y por lo tanto no había hornos. El anterior director ordenó que lo pusieran en una parrilla de metal y lo quemaran en un sitio apartado. Todo iba a las mil maravillas hasta que quedaron únicamente los huesos que no se quemaban en una fogata de leña. Ordenó entonces a los sepultureros que los pulverizaran a martillazos sobre una piedra y enterraran el polvo en un sitio apartado sin asistencia religiosa.

     - Como a las brujas en la Edad Media -comentó alguien.     

     - Tanto no sé, señor periodista, pero me imagino que los huesos medievales serían                                            como los ahora.

     - Lógico -reflexionó en voz alta otro representante de la prensa-. Yo he oído decir que después de la quema los vecinos festejaban la ejecución del hereje con gritos de alegría.

    - Bueno, yo pienso que no. Hasta donde llegan mis conocimientos no he leído en ninguna parte que después de la quema de un brujo los verdugos y testigos se entregaran a una fiesta de alegría. En todo caso, deberíamos consultarlo con algún historiador. 

     Los rumores llegaron a difundirse a tal extremo, que algunos vecinos de Buenos Aires tomaron a la Chacarita como una curiosidad gratuita para mostrar a los niños los fines de semana, en tanto que otros más cultivados comenzaron a considerarla un centro de atracción histórica donde pegar carteles con sus opiniones o formular sus pensamientos festivos. "Se fue a vivir con el diablo, ¡pobre diablo!", se leía en un panteón. Los epitafios vinieron a ser algo así como una venganza del difunto sobre la comunidad olvidadiza. En el túmulo de un militar la leyenda decía: "Párate viajero, pisas a un héroe." Naturalmente, nadie sabía quién era ese general don Tiburcio Leguizamón Acosta, ni le interesaba saberlo, y los visitantes lo pisaban sin sentirse profanadores. En cambio, se persignaban ante la tumba de una mujer que había bordeado el espacio con los juguetes, los platos de comer y los vasos de beber de su difunto hijo. De todos los dislates escritos por el público, el más osado era el que aseguraba que si al difunto gobernador le hubieran dado una hora más de vida, habría tenido tiempo de hacer de cada pobre un hombre rico. 

     El intendente de la ciudad, de portentosa intuición política, amplió el horario de las visitas desde las seis de la tarde hasta las dos de la madrugada, y con tal motivo, tendió cables con luminarias por todas las calles internas, cuadruplicó el número de asientos para descanso de los visitantes, y en consonancia con estos progresos, distribuyó estratégicamente puestos de venta de chorizos, hamburguesas y gaseosas, carruseles para niños,  pistas de automóviles infantiles, y hasta dormitorios nocturnos para los sin techo, en ostensible competencia con los atrios parroquiales.

     En invierno estos adelantos satisfacían los intereses de los peregrinos, pero llegado el varano resultaron insuficientes y fue necesario expandir los beneficios. Hizo levantar pantallas televisivas gigantes en el perímetro del cementerio y amenizar las noches con filmes cada dos horas. Autorizó clubes de ajedrez, instaló mesas de ping-pong, quioscos de café y de helados, y por supuesto, instalaciones sanitarias por doquier.

     En determinado momento, el cementerio se convirtió en un recinto gratuito de la felicidad, y donde había llanto hubo risas, y donde había silencio hubo bullicio. La prensa extranjera se ocupó de esta transformación y no faltó quien considerara al modelo porteño como un lugar de interés turístico. Las agencias de viajes incluyeron a la Chacarita entre los destinos más recomendados.

     Llegó el momento en que el cementerio dejó de ser cementerio y se convirtió en un polo turístico. Vecinos, visitantes y turistas se regodeaban a toda hora en ese placentero lugar, más acogedor que otro sitios urbanos por las distracciones que proporcionaba. Los obreros de las cercanías iban a comer sus viandas a la Chacarita, mientras miraban las pantallas gigantes de televisión y se enteraban de los ofrecimientos comerciales, las intimidades de la logia de la farándula, la cotización del dólar en la Bolsa de Comercio y el pronóstico del tiempo. Los barrenderos enfundados en coloridos uniformes recogían el mínimo desperdicio caído al suelo, bandas musicales transitaban por las calles interiores entonando canciones de moda y mariachis importados rodeaban las mesas gratificando con sus cuerdas y bronces a quienes cumplían años o se despedían de la soltería. 

     Las viudas y viudos, y los huérfanos y huérfanas, comenzaron a fastidiarse al ver neutralizadas sus lágrimas por los vahos de alcohol ambiental, y sus dolientes silencios sofocados por la estridencia de los altavoces. Plantearon al intendente la incongruencia   de estos fenómenos y le exigieron una urgente solución. El magistrado, ni lerdo ni perezoso, tomó la decisión salomónica de construir pabellones en el subsuelo y trasladar a ellos los ataúdes, al tiempo que dejaba a la libre disposición de los turistas y visitantes

lo construido con posterioridad.

     Por esta razón en la actualidad la Chacarita es el único cementerio de dos niveles en el mundo, donde los parientes y deudos lloran primero en el subsuelo y se divierten a las carcajadas en el superior.

 


Posted by Carlos A. Loprete at 10:12 PM BRT
Updated: Saturday, 12 December 2009 4:42 PM BRT
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Sunday, 1 November 2009
A TAL SENOR, TAL HONOR
 
 
 
Carta del Oficial Real Francisco Fernández de la Villa Imperial

 del Potosí  al Virrey del Perú (17 de julio de 1774).

 

 

     La Casa de Moneda continúa funcionando en esta Villa Imperial conforme a las Reales Leyes establecidas para el sellado de monedas. Desde que se acuñaron las primeras piezas hace tres años, no se ha registrado ninguna transgresión ni delito. Las monedas del diezmo y el quinto correspondientes a la Corona fueron despachadas en todos los casos a esa Ciudad  de los Reyes, o Lima como dicen algunos vecinos,  para su posterior envío a España.

     Sin embargo, con gran preocupación de mi parte, han comenzado a llamar la atención de los vecinos los reiterados donativos que el rico caballero don Francisco de Rocha, natural de

  Andalucía, hace decontinuoa iglesias,monasterios y hospitales, al parecer desproporcionados a la riqueza que declara poseer. En conversaciones privadas con sus amistades, sostiene que sus olivares y viñedos le producen rentas muy estimables, las que sumadas a la mina de su propiedad en esta provincia del Alto Perú, le permiten la satisfacción de esos donativos

Dado que estas explicaciones no resultan del todo satisfactorias, he ordenado una discreta vigilancia sobre sus actividades. Lo que provoca mayor número de murmuraciones son las temporarias desapariciones del susodicho Rocha, a quien con cierta asiduidad no se lo ve por las calles de esta villa.

     En la eventual posibilidad de que estas desapariciones pudieran esconder alguna relación con prácticas de brujería o herejía, he consultado el caso con el ilustrado representante del Santo Oficio, sin haber llegado a ninguna conclusión incriminatoria.

Carta ampliatoria al señor Virrey de Perú (16 de noviembre) Continúan las murmuraciones de los pobladores acerca de la creciente munificencia de don Francisco de Rocha, como lo he hecho saber al señor virrey. Como no he tenido hasta el presente contestación a mi informe, he procedido a inspeccionar en reserva algunas de las monedas ofrendadas por el susodicho caballero Rocha y las he encontrado iguales en peso y en aleación a las acuñadas por la Casa de Moneda.     

     Don Francisco de Rocha es propietario de un socavón a poca distancia del cerro de Potosí, de donde extrae el mineral de plata que entrega a la Casa de Moneda para su purificación y acuñación de monedas, conforme a las ordenanzas reales, y paga con celoso escrúpulo el diezmo y el quinto correspondientes a Su Majestad Real en España.. Nuestras prensas, cuños y demás materiales están perfectamente custodiados y se los considera inaccesibles a cualquier falsificador. Dios guarde a Vuestra Merced.  .

Del Señor Virrey del Perú al Oficial de Potosí (29 de noviembre)

Proceda de acuerdo a derecho y hágalo con recato y silencio.

Carta del Oficial Real de Potosí al Virrey del Perú (19 de diciembre)

     En tres intervenciones practicadas en la morada del caballero don Francisco de Rocha no he encontrado ninguna información incriminatoria ni sospechosa. Tampoco han resultado de interés las cartas interceptadas por mis espiones, que el nombrado vasallo recibe con frecuencia de sus familiares de Sevilla.  Su correspondencia habitual proviene de su padre Gaspar, de su madre doña Mencía y de dos hermanos suyos, todos avecindados en la calle de los Milagros y gente, al parecer, de buena educación y riqueza.

     Para no dejar hilos sueltos, he elevado un pedimiento al promotor fiscal del Santo Oficio, el canónigo don Juan Fernández, para que intervenga en la investigación religiosa del mencionado señor Rocha, en los siguientes términos:"En la posibilidad  de que el vecino don Francisco de Rocha haya dicho palabras o cometido hechos contrarios a las verdades de nuestra fe, pido y suplico que se mande comparecer ante ese tribunal y se examine su condición.  Sobre lo que pido justicia."

     Resolución de la Audiencia del Santo Oficio (23 de diciembre)

     En la Villa Imperial de Potosí, a veintitrés de diciembre del año de mil setecientos setenta y cinco, asistió emplazado por este tribunal el vecino don Francisco de Rocha, natural de la ciudad de Sevilla y radicado en esta villa, de edad de cuarenta años, dedicado a la metalurgia de plata, a fin de ser examinado en persona en asuntos referidos a la pureza de su fe cristina. Interrogado durante seis horas y media por los inquisidores apostólicos, el retroescritpto manifestó y demostró su absoluta fidelidad a las Sagradas Escrituras y al magisterio de nuestra santa Iglesia, y aún solicitó perdón y misericordia si acaso hubiere incurrido sin saberlo en algún error. Manifestó ser de linaje hidalgo, de cristianos viejos, limpios de sangre, sin raza de judíos, moros ni conversos; que no ha sido en ningún momento preso ni penitenciado por el Santo Oficio; que asiste a misa los domingos y fiestas de guardar, salvo cuando se encuentra en su mina de plata donde no hay clérigos disponibles; que frecuenta la lectura de libros sagrados ortodoxos, sin haber tenido jamás en sus manos ningún libro herético de los incluidos en el Index Librorum Prohitorum , ni eróticos ni de caballerías; que lee y escribe en latín y que ha tomado lecciones en la Universidad de Salamanca, y finalmente, que purga por su cuenta los pecadillos que pudiera haber cometido con donaciones a los conventos, iglesias y hospitales de la comunidad. En cuanto concierne a sus actividades mundanas y comerciales, lamentamos informar al señor Oficial Real que no son de nuestra incumbencia, por lo cual deben ser encauzadas por las otras vías pertinentes. Dios guarde al señor Oficial Real. Firmado, Fray Martín Castellanos, comisario del Santo Oficio.

Dictamen del protomédico Felipe de la Vega (2 de enero de 1775)

     Conforme a su requerimiento he sometido a examen en el día de la fecha al vecino don Francisco de Rocha, vecino de esta Villa Imperial, de cuarenta años de edad y profesión de metales. Como resultado de la auscultación realizada, no he encontrado signos de de histeria, neurastenia, delirio, mal de San Vito, ni daños de brujería en su mente. En lo que se refiere a su cuerpo, no acusa síntomas graves de ninguna enfermedad, con excepción de un leve envenenamiento de la sangre por saturnismo, debido seguramente a la inhalación de gases de sulfuros de plata o sales de mercurio en sus tareas de minas. Dios guarde a Vuestra Merced. Doctor Felipe de la Vega 

     Carta del Oficial Real de Potosí al Virrey del Perú (10 de enero de 1775)

     En el día de la fecha  he sido visitado por doña Catalina Meneses, sevillana llegada a esta villa procedente de la muy noble ciudad de Santa María de los Buenos Aires, quien me ha ofrecido sus buenos oficios para dilucidar el caso de la proliferación de monedas.

La acompañaba un caballero cuyo nombre desconozco por falta de papeles que den fe, pero que se hace llamar Antonio Vela. De inmediato ordené a mis espiones  recoger datos sobre dichas personas en cualquier sitio que fuere, quienes me manifestaron que, según sospechas no confirmadas, la tal Catalina sería una mujer de cascos livianos y su compañero o esposo, un rufián embaucador muy conocido en el Río de la Plata, de donde habría sido expulsado con prohibición de regresar por delitos contra la honestidad de mujeres y apropiación indebida de dineros ajenos.

     En consecuencia, espero que el Señor Virrey  me haga saber si debo aceptar o no los oficios de la citada mujer, la que por su parte me asegura un pronto éxito en su gestión, sin exigir otra compensación que un tercio de los beneficios que se obtengan.

Oficio urgente del Señor Virrey (21 de enero)

     Autorizo la intervención de doña Catalina Meneses en atención a los altos intereses de la Corona, bajo la condición  de que se mantenga en el más absoluto secreto y su paga no exceda el veinte por ciento de los beneficios. Su estado de salud física y mental deberá ser asegurado por un oficial médico.

Certificado extendido por el protomédico

acerca de Catalina Meneses (2 de febrero)

     El examen médico practicado en el día de hoy a Catalina Meneses permite calificarla como una persona sana, no infectada por el morbo gálico tan extendido en estos tiempos, ni por tuberculosis u otra enfermedad contagiosa. Su mucosa bucal no acusa señales de la masticación de coca ni de otra sustancia alucinante. Las ocasionales reticencias con que respondió a ciertas inquisiciones específicas pueden considerarse justificadas por el pudor femenino, motivo por el cual no he podido precisar el grado de relación matrimonial entre dicha persona y su acompañante don Antonio Vela. Dios guarde a Vuestra Merced. Doctor Felipe de la Vega.

Mensaje secreto del alguacil Leandro Céspedes

al Oficial Real de Potosí (30 de febrero)

     Hago saber al señor oficial de la Villa de Potosí que una mujer conocida como Catalina Meneses, a los once en punto de la noche de ayer, encubierta bajo una capa negra y ocultando el rostro con un manteo del mismo color, ingresó en el domicilio de don Francisco de Rocha por la puerta de atrás. Portaba en sus brazos dos garrafones de alguna bebida alcohólica o estimulante, según los vapores que emanaban las gotas caídas en el suelo. A los cuarenta y cinco minutos más o menos de esta entrada comenzaron a escucharse risas y carcajadas, bailoteos y taconeos , repiqueteos de palmas y sonidos de panderetas, amén de frases escabrosas y obscenas, que me eximo de repetir para no herir la honorabilidad de vuestra merced. Como las voces eran masculinas, no tuve dudas de que el embriagado era el caballero Francisco de Rocha, quien entre otras palabras audibles vivaba a un tal Huáscar Kanki, curandero del vecino pueblo de Las Pircas.  

    Exhorto del Oficial Real de Potosí  su alguacil ( 2 de marzo)

     Sírvase localizar y hacer comparecer  ante mí en el menor plazo posible al adivino, brujo o curandero, Huáscar Kanki, de raza quechua, avecindado en el paraje denominado Las Pircas 

Acta de declaración del señor Huáscar Kanki ante el

Oficial Real de Potosí (6 de marzo)

     Presente ante mí el señor Huáscar Kanki, consejero, vidente o curandero del pueblo vecino de Las Pircas, a la pregunta de si tenía poderes especiales para adivinar, prever o conocer asuntos ocultos a los blancos, respondió que sí, pero que tenía prohibido por la diosa Pachamama, su inspiradora, ejercitarlos con personas ajenas a su raza, bajo pena de enfermedad incurable y retiro de los citados poderes. En tales circunstancias, se negó a revelar las visiones que había tenido sobre el caballero Francisco de Rocha y a precisar el origen de su fabulosa riqueza. Ítem amenazó con recurrir a la ayuda del párroco de Las Pircas si se lo apremiaba con torturas o tormentos. Interrogado bajo pena de expulsión del Alto Perú sobre cualquier hecho que hubiera llegado a su conocimiento sobre la señora doña Catalina Meneses, confesó haber atendido a la mencionada dama, quien se identificó únicamente con el nombre de pila Catalina y le pidió absoluta reserva acerca de la entrevista, a cambio de quince monedas de a un céntimo. El citado indiano, curandero, adivino o brujo, a una pregunta terminante de parte del suscripto, declaró haber vendido a la Meneses un brebaje o preparado a base de chicha de maíz, hojas de palo santo, raíz de ipecacuana  y abundante dosis de chamico, vegetal este último considerado por la farmacopea hispánica como una sustancia idiotizante.  Suscribo de mi puño y letra, en presencia del testigo Ruy Cortés, la declaración prestada por don Huáscar Kanki, que desconoce la escritura española. Francisco Fernández, Oficial Real de la Villa Imperial de Potosí.                           

Relación del jefe de la Posta de Yatasto

al Oficial Real de Potosí (23 de marzo)

     En cumplimiento de las órdenes recibidas ha procedido a incautar este día de 23 de marzo una carta fechada en Sevilla y enderezada al caballero Francisco de Rocha vecino de Potosí. Con el propósito de mantener oculta esta intercepción he procedido a copiar al pie de la letra y de mi propio puño el texto, que hago llegar a vuestra merced. Dice: "Nos complace que no olvides en tus donaciones a las iglesias y hospitales. Muchas gracias por tus remesas  y ojalá continúen como hasta ahora, pues hemos comenzado a conocer la dicha de ser ricos. Cuídate. Mencía y Gaspar."

Informe del espión Mateo Alfaro al Oficial Real de Potosí (6 de abril)

     Respetando estrictamente las instrucciones de vuestra merced, he continuado la vigilancia del caballero Rocha. En la noche de ayer reapareció en su domicilio  montado en una mula parda, cubierto con un sombrero indio y un poncho oscuro, entró por la puerta trasera del corral, descargó dos pesadas alforjas y las introdujo en su vivienda.

Postscriptum: A punto de concluir esta misiva, me avisan que dicha noche entraron a pie por  otra puerta una mujer acompañada de un varón, quienes salieron a los pocos minutos con rumbo desconocido.

Acta de la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes

     En la Ciudad de los Reyes, a veintiún días del año de Nuestro Señor de mil setecientos setenta y cinco, y una vez estudiados los antecedentes remitidos, los oidores resuelven no hacer lugar  al pedido de apelación interpuesto por el vecino don Francisco de Rocha y mantener en firme la sentencia impuesta de muerte por garrote vil. Las probanzas recogidas demuestran  que el susodicho caballero poseía dos socavones de plata además del declarado, en flagrante violación de las Leyes de Indias, donde acuñaba clandestinamente monedas con cuños procedentes de España. El hecho de haber usado una mínima parte del producido de su delito en beneficio de iglesias, hospitales y congregaciones religiosas no lo exime de responsabilidad, según el principio de que los fines no justifican los medios. El condenado señor Rocha ha regalado bienes que no le correspondían por ley, pues hacer caridad con ganancias robadas a un tercero, es robo y estafa.

    Ítem, habiendo desaparecido la imputada doña Catalina Meneses, se mantiene en suspenso el dictamen judicial hasta tanto la justicia pueda prenderla en vida y darle lugar a su defensa. En cuanto a la duda sobre si la mencionada Meneses era una mujer que comerciaba con su cuerpo en ayuda de su esposo o concubino Rocha, respondemos que la circunstancia de moralidad o inmoralidad no invalida la complicidad en la

comisión de un delito.  

     En lo que concierne a la atenuación de la culpa de la Meneses por haber logrado el esclarecimiento de los hechos reduciendo al condenado Rocha a la idiotez con un bebedizo preparado por un indio idólatra,  no es aplicable en este caso puesto que es obligación de todo vasallo acatar el cumplimiento de las leyes, sin merecimiento por eso de premio alguno.

Diálogo entre un carcelero de la Villa Imperial y un posadero

   - ¿Cómo dice que fue la ejecución?

   - Lo sentaron  en la silla del tormento apoyado contra el respaldo, atado de pies y manos, le pusieron una capucha negra, le rodearon el cuello con un anillo de metal y el verdugo dio vueltas al torniquete desde atrás hasta romperle el gaznate. El pobre no dijo ni ¡ay!

     - ¿Y para qué le pusieron la capucha, si el verdugo lo veía desde atrás?

     - ¡Vaya pregunta! Para que los testigos no le vieran la cara al morir. 

Diálogo en Sevilla entre Gaspar y su esposa Mencía

     - Bueno, querida Mencía, no nos queda otra cosa que resignarnos. El Rey lo quiere todo para él y es más fuerte que nosotros.

     - Así es, me querido Gaspar. Al fin de cuentas, todos tenemos que morir algún día. Recemos por el alma de nuestro hijo y que Dios lo tenga en su santa gloria. Y demos  gracias que aún nos quedan dos vivos.


Posted by Carlos A. Loprete at 1:53 PM BRST
Updated: Sunday, 1 November 2009 2:07 PM BRST
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Sunday, 4 October 2009
EL HUEVO DE ORO
Topic: cuento corto
 


          Ministro del no se conocían intimidades escabrosas y en principio se lo consideraba un hombre probo y decente. ¿Porque Bueno no hace mal? Bueno es quien hace el bien, decían las damas de la Cofradía del Socorro. Y el Párroco les Hacía Completar su idea de recordándoles que la Omisión del bien es también, Aunque menos grave, una forma de pecado. El Demonio tienta A LOS hombres induciéndolos para no participar de las acciones beneficiosas para el prójimo, el enfermo, el Necesitado, el ignorante. El mandamiento de amar al prójimo incluye la Obligación de Para hacerle todo el bien que este post a Nuestro Alcance. "¿Y quién es nuestro prójimo?", Preguntó una de las damas. "El que nos necesita", le aclaró el religioso.

Ahí quedó la cosa, en el aire, sin que ninguna de las asistentes atinara un Darse cuenta de lo Qué podría hacer a título personal en este mundo para Ayudar A LOS tres mil millones de necesitados por lo menos. Lo sensato Parecía ser comenzar por el prójimo más cercano y seguir así hasta donde alcanzaran las fuerzas. Se barajaron varias interpretaciones, nuestros dependientes, los mendigos que se nos acercan, los enfermos que reclaman medicamentos, los vecinos sin recursos, los jubilados, los discapacitados, los veteranos de guerra.

El ministro había sugerido en una reciente audición radiofónica que También Podrían serlo Algunas empresas comerciales gigantes, Mencionar sen a ninguna en particular, pero dejó flotando en la opinión pública la idea de que con sus fundaciones y donaciones Prestar podian una Valiosa Colaboración a las Necesidades de los pobres.

Quince o veinte días Después la ciudad se vio empapelada por todos sus costados con carteles que proclamaban la próxima inauguración de la empresa Pandora, el primer gran supermercado mundial de esa firma en Argentina, por sus Riquezas Naturales, la idoneidad profesional de su mano de obra , y el interés de colaborar con la Modernización mundial. No mencionaba su sede central en el extranjero.

Se conocía, por trascendidos de viajeros, que cambiaba Anualmente el sitio de su sede central, de paraíso fiscal en paraíso fiscal, Luxemburgo, Lausana, Londres, Las Bahamas, Hong Kong. Al frente de la empresa, subsidiaria de la empresa Patton, A su vez dependiente de la Transnworld Corporation, incorporada al World Wide Financial Group, con el apoyo financiero del Primer Banco Social, un un desconocido Walter Perkins, con un frondoso currículo de cargos, representaciones diplomáticas, empresariales Gerencias, condecoraciones por heroísmo en las pasadas guerras de Corea y Vietnam, heridas en la espalda y piernas, tres veces divorciado y casado, graduado en la Universidad de Apple en Administración de Negocios, ex campeón de béisbol y aficionado a la filatelia .

El segundo de la trilogía de las Naciones Unidas era visible tal Washinton Lincoln Pérez y Avendaño, graduado en nada, nunca premiado ni en carreras de triciclos, sin antecedentes en batallas ni bombardeos nocturnos, pero gerente, presidente, vicepresidente, director general, representante, asesor, consultor y un adscripto más de cincuenta empresas industriales, comerciales y financieras, que en la de Pandora Co. las oficiaba de Representante ante los Gobiernos extranjeros, dicho en lenguaje técnico grupo de presión,, vale decir, una especie de cabildero encargado de ejercer Influencia en los Gobiernos.

El tercer ejecutivo notables de la sociedad era un ex banquero graduado en economía en la Harvard Business School. Había sido apedreado en una manifestación un cacerolazos de ahorristas estafados, Escupido a la entrada de un hotel francés, marcado un huevazos y Tomatazos En sus vacaciones en Punta del Oeste, con insultado y altavoces Frente a su domicilio Durante treinta mañanas consecutivas al salir a su trabajo, titulado Ladrón en cuanta pancarta panfleto circulaba en la ciudad. Sin embargo de su inmutabilidad superaba a la de la Esfinge egipcia, que lo habría contratado para su servicio si hubieran vivido en la misma época. Su lema, no revelado a nadie, rezaba así: "Cuando me escupen y me conviene, digo que llueve".

Inesperadamente el presidente ordeno REUNIRSE A sus colaboradores al día siguiente a las diez de la noche en la isla de Barbados, un paraíso financiero del Caribe, para TRATAR Un asunto de Altísima Prioridad para la compañía. La Reunión Sería en el Paradise Hotel Barbados, famoso por su alegría nocturna y los dos invitados debian concurrir sin sus respectivas esposas para Disponer a discreción de todo el tiempo posible sin interferencias y gozar matrimoniales las felicidades complementarias que brindaba el acontecimiento todas las noches. En Compensación, las esposas Podrían viajar a París ya Milán y visitar las pasarelas de última moda, por cuenta de la compañía.

A la hora del día indicado, La Trinidad comercial Estaba reunida En torno a una mesa en un salón reservado. Era cuestion una queja de los accionistas por el escaso interés del 36,26% que había redituado el ejercicio anterior. Si no se les garantizaba un 66% como mínimo para el nuevo ejercicio, presidente y directores serian removidos de sus cargos y reemplazados por otros más eficientes Expertos.

- A nosotros tres, por lo menos, NOS TIENEN en la mira. El más Empecinado opositor es el Accionista Mayoritario, un príncipe europeo Cuyo nombre me reservo, enfurecido por las Exigencias insatisfechas de su odalisca oriental, lo que Amenaza con denunciar sus negocios turbios si no le duplicación la cuota anual de gastos. Yo Podría reemplazarla por tantas otras disponibles en el mercado, tan hermosas y jóvenes como ella, pero esta tiene lengua de trapo y eso la vuelve peligrosa. Bien, señores, como explicación CREO QUE ES SUFICIENTE. Manos a la obra. O salimos de aquí Salvadora Con una fórmula, o empecemos a buscar otro trabajo.

- ¿Y si sobornáramos a la odalisca? -preguntó el director de finanzas. Con un millón de Dólares podriamos arreglar al asunto.

- Ni lo suene-se apresuró A CONTESTAR EL PRESIDENTE-. Esa plata no le alcanza ni para pagar un su entrenador personal.

- Entonces nos quedaria hacerla desaparecer. Yo tengo quien lo haría por cien mil dólares, sin riesgo alguno para nosotros.

- Todavía Peor. Es sobrina de un emir de no sé qué país y se vengaría. Con esa gente no se juega, mi amigo. Seamos realistas y no fantasías Inventemos. Tenemos que buscar una fórmula de vender más.

Se barajaron más de diez las hipótesis para imagen grande ganancias y salir del paso: remedios farmacéuticos vender al doble de precio para obras sociales de las Naciones Unidas un presidente latinoamericano, previo agradecimiento en efectivo, cambiar el modelo de los Productos y subirlos de precio; depositar las ganancias en un banco extranjero una Altas Tasas de interés, ACORDADAS con un banquero; pagar sobornos A LOS Aduaneros para Introducir mercaderías sin el pago de Aranceles, recurrir al contrabando en Latinoamérica y África; bajar el costo de los artículos disminuyendo la calidad; Organizar concursos de Consumidores y regalar un automóvil al ganador; no vender los productos indispensables y negociarlos en el mercado negro, en fin, todas las Triquiñuelas de la técnica moderna con el fin de obligar A LOS consumidores comprar y sacarles una Así el dinero de los bolsillos.

Ninguna de las Propuestas satisfizo al presidente, Qué estaba nominado para próximo titular de la Academia de Ciencias Económicas y no Quería arriesgar esa postulación.

Después de quince horas de debate, justamente una hora antes de la fiesta nocturna en

El Hotel Paradise de Barbados, la idea había surgido de los recovecos mentales del director de Mercadotecnia: El huevo de oro. En pocas palabras, estimular o Fomentar la Venta del alcalde Número de productos, al mismo tiempo en una sola presentación. No seria la gallina que los ponia en la antigüedad, sino el huevo mismo, para todo comprador, con el oro mismo adentro. N el mismo metal aurífero, sino un paquete comercial.

Pero para un asunto tan pretensioso no bastaban las mentes de Tres genios. Acordaron en solicitar la colaboración de otros especialistas Exitosos en el mundo. Al mejor técnico en venta de bebidas gaseosas lo Hicieron venir de Pittsburg, al genio de la cosmética lo contrataron en Marsella, al inventor de las sociedades conjuntas de diarios, revistas, radios y cadenas de televisión lo sedujeron con una Remuneración que quinientos mil dólares por una semana de Cooperación y absoluta reserva de su participación; El Prodigio de la hotelería y el turismo Fue contratado en Madrid, al rey mundial de la alimentación, como se le decía, lo sobornaron en Suiza, el especialista en productos medicinales, pese A su animador trabajo, se comprometió a colaborar dos meses. No faltaba ninguna figura de Renombre Mundial. Hasta Hicieron Venir a un discípulo de Jung en sus vacaciones anuales para asesorarlos en materia del inconsciente colectivo de los consumidores y no estuvo ausente tampoco Olavo de Azevedo Almeida, el especialista en psicología política de los gobernantes latinoamericanos Proveniente del Brasil.

Sin duda, los veintitrés, Podrían haber CONSTITUIDO una academia de ciencias sociales contemporáneas. El presidente los reunió y les explicó que debian Elaborar un proyecto comercial con aptitud para ganar diez mil millones de Dólares por Año, excluidos los Importes escamoteados al Estado por impuestos, Contribuciones y Tasas. Tenian prohibido indagar quiénes eran los Capitalistas del plan, incógnitas permanecerían Cuyos nombres y apellidos. Si llegaban por casualidad A sus oídos infundios sobre donde resguardan sus Fortunas, no debian Formular comentario alguno entre sí y ponerlos de inmediato en conocimiento del presidente de la comisión.

Nadie Pudo saber cuándo ni cómo se organizaron, DEBIDO A que la Asociación era secreta y sus miembros se habían juramentado bajo muy estrictas Normas de secreto al estilo de la mafia siciliana, que ni el escritor de Mismísimo Il Padrino Estaría en condiciones de desentrañar. Lo único que se informó al público mundial era de la Constitución de una nueva empresa multinacional, la Compañía de Pandora. La publicidad anticipaba la aparición del producto más novedoso y completo del milenio. Su lema rezaba comercial "Todo lo que usted necesita". ¿Qué sería ese misterioso Ofrecimiento?

          El huevo de oro se anticipaba como un producto global para toda necesidad. Se ofrecía en una canasta de mimbre semejante, A UNA navideña, ASA Con una de medio punto, recubierta de un plástico transparente y atada con una cinta azul y roja, con un Pomposo mono de estrellas blancas y una tarjeta de felicitación Colgante con la leyenda Ser feliz. En su interior, había de todo, un universo de artículos, menos un satélite artificial y un ataúd. A partir de un producto principal, los restantes se enlazaban uno con otro en una serie incontable. Un lujoso folleto de dieciséis páginas a todo color explicaba al público el novedoso ingenio de la mercadotecnia, concebido por los técnicos más afamados del mundo. Cada artículo remitía A UN segundo Necesario Para cubrir otra Necesidad derivada del uso del anterior. El arranque de la nueva era de maravilla un producto para la belleza, un pote de una crema multiuso en el centro, que prometía la Eliminación de arrugas en el rostro y piernas, Levantamiento de párpados caídos, Supresión de las Bolsas Debajo de los ojos, el Cualquier alivio de dolor relacionado con nervios de la comuna vertebral, reumatismo, artrosis, esguinces, contracturas, pinzamientos de discos, lumbalgias, pie plano, culebrilla, ciática, lumbago, calambres y doce malestares más. Cada anormalidad se relacionaba por medio de una flecha con una segunda ficha de derivación científica complementaria y asi sucesivamente una una tercera, cuarta o quinta más. La de dolores cervicales, por ejemplo, remitía a la quiroplaxia en los dolores de cabeza, la jaqueca, la migraña, los mareos y la desorientación. Si la vista o la audición eran las Afectadas, la flecha lo orientaba hacia el oculista, el fonoaudiólogo o el neurocirujano, y LA RUTA DE ESTOS conducía al gerontólogo y en última instancia al psiquiatra. Cada una de estas etapas o Instancias indicaban el nombre y dirección del profesional o instituto especializado incluidos en el huevo de oro, con un vale por el 70% de descuento en la consulta, el 50% en las Operaciones quirúrgicas y el 25% en la internación. Para los remedios se incluía un talonario con el 80% de descuentos en los Nacionales de las Naciones Unidas y 60% en los importados, incluidos los materiales descartables.

   

La planificación se Extendia a todos los artículos de consumo, las bebidas, los alimentos, la vestimenta, los artefactos para el hogar, en un sorprendente Enlace de combinaciones. Todo estaba tan previsto, quien compraba un huevo y comenzaba por un crucero de turismo, podia ver en el cine la película premiada con el Oscar del año, estudiar castellano o el idioma que deseara, Curarse de una miopía, practicar ciclismo o Levantamiento de Pesas en el gimnasio, alimentarse de Manera Exclusiva Conforme a su paladar, jugar a los dados, los naipes o la ruleta, consultar A UNA adivina de su culto preferido, emborracharse con practicar tenis cuanta bebida han inventado en el planeta, natación, pesca, , cocina buceo aprender, leer La Divina Comedia de Dante Alighieri, Los hermanos Karamanzoff de Dostoiewski, El Kama Sutra Indio o el Martín Fierro, en el idioma original o la versión española, francesa o inglesa. La Biblia Estaba disponible en la lengua de cada pasajero en la mesa de noche de su camarote, y una tarjeta de entrevista para Aclarar los Versículos con el teólogo del barco que atendía por las mañanas de nueve a doce.

En materias más íntimas, podia comenzar con un matrimonio en la capilla universal, casándose un día para divorciarse al siguiente, hasta cuatro veces Durante el crucero. Entre las curiosidades exhibidas había un aparatito portátil una pila, de tamaño no un alcalde de un pepino, que con cambiarle la pieza de un extremo por otras anexas, servia para menesteres masculinos y femeninos, afeitarse, tatuarse, broncearse, colorearse, quitarse los olores de Encima o recortarse los bigotes. Las mujeres podian destapar botellas de cerveza, sacar corchos, licuar frutas, vegetales cortar, picar carnes, batir huevos, pastas y preparar tortas, secar ropas, planchar y coser. Los adminículos anexos para varones permitían perforar maderas y chapas metálicas, atornillar, pulir, cepillar, encerar muebles, cristales dibujar, mecanismos aceitar, pintar puertas, ventanas y paredes, Revoques removedor, en menos palabras, una carpintería, una herrería y una albañilería, todo al Alcance de la Mano.

- Pero con tantas ventajas, mi mujer lo usará todo el día y no me dejara tiempo para emplearlo en mi taller-Objeto medio avergonzado un observador.

- Para Evitar ese inconveniente, tiene usted aquí este botón rojo de acceso con clave, que lo programa para usos masculinos y femeninos.

Un tercer espectador inquirió sobre las comunicaciones con otras personas o ciudades. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la cara del promotor. También Tenía una respuesta.

- Muy sencillo, mi amigo. En este pequeño estuche tiene usted la solución: Teléfono local, nacional e internacional, visor de películas cinematográficas, conferencias, audiciones musicales y discos, filmación y transmisión satelital, lo que necesite usted. Y no sólo eso. Aunque le parezca increíble, el aparatito tiene un traductor instalado adentro Que lo que usted hable en castellano lo escuchara un chino en chino, un ruso en ruso.

- ¡Qué maravilla! Una maravilla realmente, señor. Ni Leonardo da Vinci habría sido Capaz de imaginar un prodigio como éste. Y que conste no lo digo por adularlo, pues soy más bien un crítico de lo moderno ". Mi mujer dice que un puesto opinar, soy un peligro nacional.

- Perdone, caballero, pero no conozco a ese señor Da Vinci. ¿Tiene algo que ver con el perfumero francés Vincenzo Vinci? Es el único que conozco. ¿A qué Pertenece firma?

El visitante confirmo una vez más que los cerdos no comen margaritas, y para no lastimar el amor propio del promotor Se hizo el distraído y dejó pasar el tema.

Un tercer Individuo que había seguido con atención las explicaciones dadas, Enderezo su columna vertebral, carraspeó como para preanunciar su sapiencia y tercio en la conversación:

-Sin embargo, me parece notar la ausencia de productos psicológicos en esta oferta. No se ofenda, señor usted, pero al menos yo no la veo en el huevo:

- ¡Ah! Le agradezco que me lo haya Hecho recordar. Casi me lo olvido. Justamente viene incluida en este pote de cristal tallado. Es el aporte de última generación de la psiquiatría. Con una pastilla por la noche destraba el inconsciente durante el sueño ya la mañana siguiente revisa la lista de los liberados de complejos, los busca en este breve diccionario, y al lado puede leer las conductas compensatorias a seguir. El instructor nos ha dicho en el curso de capacitación que se llaman "conductas defensivas de la personalidad" y el hijo de extraordinaria efectividad.

- ¿Podría darme un ejemplo? Para mí sería lo más interesante del huevo. Tengo tres o cuatro complejos que no me dejan vivir. Con que me resolviera uno o dos me Sería Suficiente.

- Si no le Resulta incómodo, señor, dígamelo y le mostraré cómo funciona el sistema.

El curioso Miro a uno y otro lado, como si desconfiara de los demás asistentes, y dudó unos instantes. Al cabo se animo, aparto con una seña al promotor y se la murmuró al oído. El exhibidor, y discreto Experimentado en su oficio, sin comprometer al preguntón respondió:

- Supongamos, pongamos por caso, que sufre una persona, con permiso de los presentes, de incontinencia de orina y Debe ir a cada momento al mingitorio o excusado al mar, o sea al baño. Eso de andar pidiendo permiso para Retirarse varias veces de una Reunión lo avergüenza y le entorpece la actividad social y personal.

Toma entonces el diccionario, busca el sustantivo Incontinencia (Puede hallarlo También por su nombre científico enuresis, Si lo conoce), y allí leer Puede Todas las Soluciones Posibles: 1) acostumbrarse a las aguantar ganas de orinar haciendo Esfuerzos con la vejiga (represión), 2) pensar que al fin de cuentas los demás También orinan, sobre todo las personas mayores, y conformarse (identificación), 3) Dedicar el sacrificio de la vergüenza A UN FIN o una causa más elevada, dolor, El Universal, por ejemplo, o el perdón de pecados Algunos que los dioses Pueden otorgarle en el otro mundo por haber sufrido bastante (sublimación), 4) comparar la tortura de la incontinencia alcalde con otra, digamos sentirse contento por no Tener una enfermedad terminal (Sustitución), 5) Que Pensar Dentro de todo, la incontinencia no deja de ser un enfermedad que algún día Podrán curar los médicos, y hasta entonces esperar con paciencia (Resignación); 6) Recordar que alguna Ventaja uno Tenga un favor suyo, que rico ser como, digamos, Porque no es lo mismo ser un pobre incontinente y no poder comprar remedios que con un millonario una Facultad de Medicina en torno suyo, además de la Posibilidad de divertirse todas las noches (Compensación); 7) seguir empapándose los pantalones como antes y no importarle más SEE mojaduras (Racionalización); 8) vengarse de su mala suerte Haciendole daño A UN Tercero, orinando A su jefe de oficina Podría ser un ejemplo, como antes hacian los tuberculosos soplando los gérmenes de sus pulmones en los vasos de los sanos, y 9), que es una por último, suicidarse, ¿porque quién le dice de ésas No se está mejor aquí que allá?.

- Disculpe, señor, las Fórmulas que usted ha enumerado Me parecen buenas para sobrellevar la enfermedad, pero no veo que curen.

- Bueno, mi amigo. No sabría qué contestarle. Eso es lo que nos han enseñado en los cursos de capacitación los especialistas y yo se lo transmito al pie de la letra. No se olvide de que yo no soy médico-replicó con disimulada impaciencia el promotor, pero se refrenó por Temor A que su gerente le aplicara la regla de oro del arte de vender: el cliente siempre tiene razón. A su memoria trajo La necesidad de sustentar la vida con el sudor de su frente, y la invalidez de su viejecita que se consumía poco a poco de jubilación; Hizo un tremendo Esfuerzo para sonreír, y pregonó: "¿Alguna otra pregunta, señores? "

Hacia el fondo del grupo se Oyó la voz gangosa de un hombrecito bajo, con gafas en la punta de su nariz ganchuda, bastante encorvado como quien tratara de pasar inadvertido, y las manos entrecruzadas por los dedos.

- No quisiera perturbarlo en su trabajo, señor, pero mi interés es saber si el huevo de oro tiene prevista alguna Aplicación en asuntos de dinero, mejor dicho de Finanzas cómo sería más APROPIADO decir.

- ¿Dinero, finanzas, plata, hacienda, moneda, numerario, el capital, PECULIOS, guita o como decimos aquí? Usted ha caído en el lugar justo, en el momento justo. Se lo demostraré. Permítame una Monedita por favor.

El promotor del huevo tomo como una maquinita calculadora, puso la moneda en una ranura, apretó una tecla verde con un asterisco y por otra ranura inferior monedas salieron tres.

- ¿Increíble, verdad? -dijo orgulloso-. Pero esta no es más que una maquina demostrativa de lo que hallara en este libro. Y le enseñó un tomo encuadernado en pana verde, con filetes dorados y el título Cómo hacerse rico a partir de una moneda. Se lo entrego al aspirante a millonario para que lo hojeara, con esta advertencia:

- Como podra ver, señor, es un manual de matemáticas sin fórmulas, fácil, un tratado completo de Economía para no economistas, dijéramos. El usurero en potencia lo tomo en sus manos con desconfianza, leyó Algunos títulos de los capítulos y exclamó entusiasmado. "Justo lo que necesitaba". El sumario comenzaba con una explicación sobre cómo ganar el primer centavo. Seguia Con otro Referido a qué comprar con ese centavo Obtener y Diez de ganancias, Y así sucesivamente hasta llegar al primer millón.

El empleado le Hizo un comentario sugerente:

- Es el Procedimiento de LA LECHERA egipcia o Babilonica, no recuerdo precisamente, pero con la diferencia de que el cántaro no se rompe. Y no se rompe-le aclaró-, Porque la leche, es decir sus ahorros, se los administra Nuestro Internacional y Banco Mundial.

Tiene filiales en África, Cercano y Lejano Oriente, excepto Papúa y Nueva Guinea, está especializada en inversiones en Países Emergentes, Particularmente en Latinoamérica, con Excepción de la Argentina, por obvias razones que usted comprenderá. A partir de un depósito inicial de 1.000 Dólares , Puede Usted Convertirse en multimillonario en veinte años.

- Puedo entender (Lo compro)-respondió el visitante en castellano Para darse Importancia ante los espectadores, sin preguntar el precio del huevo.

- Lo felicito, señor. Por favor, un aplauso al comprador del primer Huevo de Oro ".

Estallidos pecado El público aplaudió de entusiasmo y se dispuso un Aprovechar el consabido vino de honor anunciado en la invitación. La demostración, ocurrida en el principal hotel de la ciudad ante un grupo selecto, culminó con copas de champaña y entremeses salados y dulces, servidos por primorosas y convencionales conejitas. El promotor se las ingenio para no desperdiciar un segundo y hablar con todos los presentes, periodistas INTERESADOS en publicidad vender, Futuros Competidores comerciales, proveedores de mercaderías, espiones Gubernamentales y policiales, relacionistas industriales, vale decir, el enjambre habitual de trepadores de la pirámide . Uno de ellos, vestido de impecable traje oscuro y anteojos negros para no ser reconocido se le acercó en un aparte hábilmente planificado y diálogo con él:

- Disculpe, señor, permítame presentarme. Mi nombre es Gustavo Gil, secretario del señor Ministro del Interior-le expreso tendiéndole la mano pero sin ofrecerle su tarjeta de presentación. Si usted fuera tan amable, me gustaría que conversáramos a solas en el jardín.

- Con mucho gusto, caballero. Yo me llamo Arístides Garmendia.

Sin testigos, Gil le explicó que la compañía no Podría avenirse en el país, pues por ser extranjera, Necesitaba primero Disponer de un permiso de radicación.

- Pero mi estimado señor Gil, eso es imposible. El primer local está listo para ser abierto en tres días, el personal está entrenado y tomado, y los contratos firmados con los proveedores. Además, hace seis meses notificamos al gobierno nuestra instalación.

- Me alegro que así sea por el bien de la compañía. Pero aun no ha sido APROBADA. Una Solicitud No es una autorización. Usted sabe, las leyes son las leyes.

El promotor, sibilino y astuto, acostumbrado TRATAR un con los seres humanos, entendio de inmediato la Intención "legal" del secretario y tomo el toro por las astas:

- Por supuesto, señor secretario, para algo ESTÁN LAS LEYES. Pero no podemos volver

hace lo hecho. ¿No habría alguna forma de arreglar el asunto? Nuestra empresa es comprensible y muy generosa casos como este.

- Eso facilita las cosas, mi señor. Le aseguro que el ministro no es persona de Dañar a nadie. Seguramente Tendrá en cuenta las razones de la compañía y una Excepción firmará "por interés nacional".

- ¿Dónde y cuánto? -preguntó el promotor rápido como una liebre para no gastar tiempo en remilgos.

- El 20%, en mi habitación del Hotel Paraíso de Barbados, a medianoche y sin testigos. Y no se olvide, el dinero en efectivo.

Se Dieron la mano para confirmar el pacto de palabra como en las películas de Tahures de Brooklin y cada Cual Se retiró A su cueva.

Al Alejarse regocijado en su automóvil Pensó haber descubierto la consigna del éxito en este mundo: "Haz dinero, si es posible con honestidad, si no, de cualquier forma, lo que es bueno para un ministro También lo es para un secretario."

    


Posted by Carlos A. Loprete at 5:55 PM BRST
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Saturday, 19 September 2009
EL SOLDADO McVICKER
Topic: cuento corto


 

     El obispo salió de la Catedral Amparado bajo el palio y el ritual precedido del guión. Se encaminó al Fuerte. Faltaban cuarenta y cinco minutos para la salida del sol. El GENTIO somnoliento Congregado en la Plaza Mayor semejaba una nube de pájaros picoteando alimentos hacinados en una isla del Pacífico. "¿A qué hora, señor obispo?", Inquirió un religioso. "A las cinco en punto" fue la respuesta. Los religiosos marchaban con lentitud como Pretendiendo postergar la hora. Ciento cincuenta metros se recorren a paso de procesión en quince minutos, pero en tiempos de angustia equivalen un siglos. A medida que el Obispo abrazaba la muchedumbre le Abria paso como astillas al golpe de hacha.

"Nosotros no estamos acostumbrados a esto, Monseñor", prosiguió el Diálogo ". Así es, hijo mío", atino a decir el Prelado. La multitud que se había reunido desde la medianoche discutía el caso. Los vecinos de Buenos Aires Daban muestras de terror, piedad, impotencia, rabia, al tiempo que el obispo se limitaba un Manifestar su condolencia bajando la mirada con tristeza de los cítricos.

Las palabras del Virrey habían sido sólo jactancias mentirosas. La ciudad Estaba tomada por los invasores Británicos. Nada inexpugnable plaza de, de soldados imbatibles, de armamento disuasivo. Su imprevisión burocrática, inficionada de agasajos, fiestas y petulancias había sucumbido ante el desembarco táctico de los invasores, que primero amenazaron con desembarcar, luego simularon Retirarse con la complicidad de la neblina, más retronar para más tarde y hollar con la suela de sus botas y Las llantas de sus cañones el suelo argentino. Se habrán arrepentido, había pensado el atolondrado Virrey, acostumbrado uno desaciertos Semejantes en anteriores destinos del imperio donde nunca se ponia el sol.

Apremiado por ahora El Enemigo a las puertas de la ciudad, sólo había encontrado tiempo para colmar los Arcones Con los caudales públicos y las pertenencias familiares, y fugarse a Córdoba en el interior. En su inveterada estupidez no se le había ocurrido Darse cuenta de que los recién llegados saquearían la ciudad si no les entregaban los tesoros oficiales. Menos Aún le habían alcanzado sus entendederas PARA REFLEXIONAR ¿Con la entrega de los tesoros le harian jurar, junto a Funcionarios y los vecinos importantes, la obediencia un Su Majestad Británica.

Los pobladores, inexpertos en asuntos bélicos, resultaron Sorprendidos. En verdad, las CORTESÍAS modales palaciegos y de los nuevos personajes parecían desmentir las historias noveladas de piratas con pata de palo, Garfios En vez de manos, tapaojos en bandolera y tocas de pañuelos multicolores anudados sobre la nuca. Corrían voces de que los oficiales habían aprendido el castellano y el francés en Cambridge y Oxford, y que sus Almirantes leían en latín conocían y los libros de Cicerón de Plutarco. La rendición de los porteños había parecido más una ceremonia palaciega que una derrota en los campos de batalla. Se hablaba de condescendencia, de Instituciones amistosas y de un futuro inmediato de abundancia y bienestar.

Acongojado por su pena, cavilaba el obispo sobre la hipocresía de los intrusos. El bando imperial aseguraba el Respeto a los bienes de las personas que acataran sus órdenes. La religión y los sacerdotes no serian tocados, los Tribunales de Justicia mantenidos serian locales. Modesto Los artesanos no serian molestados, los campesinos continuarían con el laboreo de sus tierras, los gauchos con su independencia pampeana. Ningún cambio en el idioma, habituales cursos en las escuelas, todo como hasta entonces. Tanta munificencia a cambio de un juramento sencillo: la obediencia A LOS decretos Promesa y de no transgredirlos. El juramento no se pediría a todos los habitantes, sino Únicamente A LOS alcalde de prestigio y poder. ¡Quién lo habrá pensado! ¿Invasión Una no era más que esto? El obispo lloriqueaba para sus adentros por la ignorancia de sus paisanos.

Recordaba la historia del apresado en el Fuerte. A las tres de una mañana, Fray Pedro golpea a las puertas de la iglesia de San Francisco, y solicita entrar sin demora. Viene acompañado de un joven rubio, bien parecido y disfrazado de gaucho, con poncho de vicuña y sombrero de campesino. Es un soldado castellano que se ha escurrido del Fuerte y ha desertado. No es propiamente castellano sino irlandés, y por tradición familiar, católico. Con Dios no hay jugarretas y por eso abandona la bandera de su regimiento. En el primer momento ha encontrado refugio en la Fábrica de ladrillos de los Saavedra, Mientras los milicianos criollos le Organizan la huida al interior del país, San Luis, Córdoba o Mendoza, Cientos de kilómetros de distancia.

Dice llamarse McVicker, Paul McVicker, y ser devoto de San Patricio. Debajo del poncho calza una sotana prestada por Fray Pedro. En el convento recupera sus Fuerzas con un tazón de mate caliente y un bollo de pan con grasa que ha sobrado de la refección monacal. Queso casero, mortadela y una DOCENA higos secos Podrán mantenerlo hasta que llegue a la Villa de Luján, y de allí adonde fuere. Por de pronto, en el pueblo cordobés de Río Segundo es seguro que no hay Ciudadanos Británicos que PUEDAN delatarlo. El joven abraza una sus protectores, ya falta de castellano, insinúa su agradecimiento con un primario latín escolar: Gratias ago. En la balanza de su conciencia Dios está primero que el Rey.

Los paisanos, Mujeres y hombres, se arrodillaban al paso del Obispo sin preguntarse si SEE genuflexiones Podrían Producir Algún cambio.

- A lo mejor cambian de opinión-se animo a decir un vecino.

- Los ingleses no cambian-le aclaró un estudiante del Colegio de San Carlos.

A punto de llegar al Puente Levadizo del Fuerte, las campanas de Santo Domingo, La Merced, San Francisco y San Ignacio al unísono anunciaban el inminente encuentro. Un murmullo de rezos se acoplo A LOS sones quejosos de las Campanas. Las Autoridades británicas ordenaron bajar la plataforma dejando abiertas las fauces del monstruo de piedra y dejaron ver en el patio interno una doble fila de soldados extranjeros que otorgaban prestigio al acontecimiento ceremonial. Al ingresar con un mínimo Séquito de eclesiásticos, el obispo Miró hacia delante, elevó la mirada a los cielos y murmuró unas palabras casi inaudibles.

La noche en que McVicker se presento disfrazado de cura gaucho en el templo, la perspicacia de los invasores lo había seguido con la complicidad de las sombras hasta recapturarlo en el camino a Luján. El comandante británico Beresford había CONCEDIDO La Dispensa de Otorgar el Viático al desertor, considerando su Condición de católico. Un oficial Prelado al Recibió ya su Séquito, lo saludo con su espada y lo condujo al patio del recinto.

El pueblo continuaba perplejo y expectante. Había imaginado à Buenos Aires, azotada por Sangrientas batallas, atronadores cañoneos y cadáveres por los suelos. Era lo menos que podia esperarse de una guerra. Pero los oficiales forasteros se paseaban Después de la rendición Bajo las arcadas del Cabildo platicando entre sí, OBSERVANDO a la distancia El Círculo de la Plaza de Toros sentenciado a la demolición, Coqueteando sus uniformes rojos con faldas blancas por la única calle empedrada de la Florida, a la caza de alguna belleza casamentera, de SEE que se dividió en tres en atraer A LOS mozos esbeltos con sus peinetones como colas de pavo real y abanicos de códigos amatorios. Sin embargo, de tanto en tanto una recordaban los porteños con ejercicios militares y desfiles de cañones Quiénes eran los verdaderos vencedores. Y lo hacian con prudencia, sin ostentación ni arrogancia, según el principio militar de que es inconveniente agregar la humillación a la derrota.

Hombres y mujeres se habían acostumbrado un SEE Extrañezas. Hasta mixtos de amoríos hablaban las lenguas, Cuando no de una carrera de caballos cuadrera para la soldadesca, suntuosas veladas para los jefes y oficiales, con música de piano, violín y harpa. Los oficiales superiores alojados en las casas de las familias principales regodeaban sus paladares con los mejores asados de costillares, reverberantes de grasa, los recién fritados pastelitos de dulce de membrillo y las apetitosas frutas del Delta, rociadas con los aromáticos vinos de Mendoza y San Juan. El obsequio de una exquisita conversación sobre la filosofía de Descartes, La guerra del Peloponeso o los versos de la Décima Musa de México, Sor Juana, entre los criollos que habían estudiado castellano y los huéspedes, constituía el punto más elevado de la obsequiosidad rioplatense. Los señores foráneos podian irse dando cuenta de la diferencia entre Mexicano de Buenos Aires.

Los atrevimientos se planeaban en secreto para liquidar en su momento la ilusión acariciada anglosajona de inaugurar en América un imperio gemelo a la India. Consignas de Boca a oído, cartelones anónimos en portales y muros, estafetas nocturnas, desplantes de las camareras en las fondas A LOS comensales, levas y Reclutamientos silenciosos de don Martín de Pueyrredón, Santiago de Liniers y el doctor "Manuel Belgrano, Recogidas por los espías , ni inquietaban ni intimidaban A LOS invasores, seguros de su poder y de su experiencia imperial. El pueblo común continuaba con la rutina de todos los días, trabajar para vivir, amasar el pan para comer, lavar la ropa, Comprar en las puertas de sus casas los velones de luz, la leche, frutas, carnes y aves a vendedores ambulantes, los , o en las trastiendas de los joyeros e importadores los frutos apetecidos Beneficios del contrabando, los Franceses terciopelos, las filigranadas alhajas de oro y plata, Los espejos venecianos, las sedas chinas.

Éstas y otras Incongruencias desfilaban por la mente del atribulado obispo en su marcha al encuentro con Paul McVicker. Franqueo El Portalón del Fuerte, pero nadie Fue testigo del Diálogo. Lo único que dejó oír el Prelado Fueron las palabras te absolvo. Cuando el primer resplandor del sol por sobre el horizonte se dejó ver, el estampido de ocho fusiles arraso el aire de la plaza.

El grito inesperado de un gaucho anónimo Hizo añicos la expectativa del pueblo Congregado:

- ¡Mueran los malditos ingleses, Caracho!

Instantes Después el Obispo salió del Fuerte y dijo A LOS vecinos que corrieron a encontrarlo:

- McVicker no está ya entre nosotros.

En las veladas de la Gente bien no se mencionó el fusilamiento por Consideración A LOS oficiales ingleses que Solian concurrir. Una distracción sobreentendida evitaba la confusión de sentimientos. Don Filemón del Valle, que negociaba negros cimarrones fugados del Brasil, azuzado por unas copas demás, rompió la discreción y sostuvo tacita de todo militar que pone en peligro la vida de sus compañeros de armas con una traición, morir debe. Doña Augusta Ponce de León, sintiéndose culpable de guardar silencio ante la irreverencia pronunciada, se atrevió una opinar:

- Traición por traición, es preferible traicionar A UN REY QUE a Dios.

Intervino entonces Don Ramón de Sanz, profesor de Filosofía del Colegio San Carlos, quien argumentó que el mandamiento cristiano de no matar prohibe Únicamente la muerte INJUSTIFICADA Y no es aplicable una gravísimos Delitos contra la sociedad o no comprobados en forma fehaciente.

- ¿Y qué daño ha hecho a la sociedad el soldado McVicker? -preguntó la señora Augusta.

Arrellanado en su sofá con una copa de aguardiente en su mano, don Filemón completó su opinión anterior:

- NACE Toda persona y muere. Los que matan no son los fusiladores, sino el destino.

La ejecución del soldado Pablo McVicker Tuvo lugar el día 22 de julio de 1806, según consta en los papeles privados del castellano oficial Thomas Gillespie, actualmente conservados en un archivo de Southampton.


Posted by Carlos A. Loprete at 10:36 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:01 PM BRST
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Saturday, 5 September 2009
LA PERINOLA
Topic: cuento corto
 


 

    Abrumado por los juicios acumulados durante años en su juzgado, el juez Justino, que frisaba los ochenta y ocho de edad y olía la llegada de la puntual recolectora de almas, decidió corregir su negligencia judicial mediante un procedimiento expeditivo, dejando en manos del Creador la sentencia de los dictámenes pendientes. Hizo un cálculo aritmético. Leer dos mil quinientos cuatro expedientes a razón de dos por día, le insumirían un mil doscientos cincuenta y dos días, es decir, unos poco más de tres años,  suponiendo que no descansara los domingos y fiestas de guardar, y que su agotada fuerza física soportara el esfuerzo hasta el final. Imposible, le decían sus pulmones sofocados, y con justa razón.  

    En sus años juveniles había leído algo sobre los juicios de Dios, y aunque no los recordaba uno por uno, tenía presente que dos de las pruebas más empleadas eran la del agua hirviente y la del fuego. Si las ampollas de quien había puesto las manos en un recipiente de agua hirviendo no supuraban a los nueve días, el reo era inocente. En la prueba del fuego, el acusado debía correr nueve pies con un hierro  candente en sus manos, y si gritaba de dolor, era culpable. En ambos casos, Dios hacía que hubiera un resultado u otro para manifestar el veredicto. El juez Justino comprendió que no podía aplicar esos métodos porque debía citar a los acusados para las pruebas. Tampoco le servía el método de las dos candelas: dar una vela a cada litigante y la que se consumiera primero indicaba el culpable.

     Justino necesitaba un procedimiento para conocer el juicio de Dios sin recurrir a los litigantes. El único disponible de estas características era la perinola, ese pequeño prisma de madera con una cabecita en uno de sus extremos y un punta en la otra, similar a un trompo. En cada una de las seis caras escribiría, inocente el acusado,  inocente el acusador,  inocentes los dos,  culpable el acusado,  culpable el acusador,  culpables los dos. Mandó a fabricar el trompo y a la semana comenzó el sorteo.

-Que Dios lo haga caer con la cara de su juicio arriba, y podré morirme con los

 expedientes resueltos y sin remordimiento -dijo el magistrado.                                                            

     - Bien hecho, Su Señoría. Antes se deshojaban margaritas, me quiere, no me quiere mucho, poco, nada...Pero ahora los precios de las flores han subido tanto de precio, que es imposible comprarlas -confirmo el secretario.

     - Y además no daban resultado, porque la divinidad parecía no querer entrometerse en asuntos de faldas. La perinola es más segura y con una basta.

     Una semana después Justino se despertó ante una batahola de maracas, sonajas, petardos,  panderetas, carteles, pancartas, leyendas en las paredes y en el piso de las aceras y pavimento. Oculto detrás de una cortina se propuso descubrir la razón de ese tumulto. Eran unas doscientas personas amontonadas para expresar sus opiniones sobre los juicios resueltos. Los ruidos y gritos nada le decían, pero las leyendas sí. Leyó algunos: "Liberaste al violador de mi hija. Cuidado con la tuya",  "Justino cretino, sentencias con vino", "El traje a rayas, te espera" y otras lindezas literarias.    

     - Parece que es contra mí -reflexionó-, pero la mucama se abstuvo de contestar.

     Asustado llamó a su secretario por teléfono quien para poder entrar en la casa  tuvo que mentir a los manifestantes que era médico y venía a asistir al propietario de urgencia por un ataque al corazón. Lo dejaron pasar por piedad, aunque habrían preferido cerciorarse de esta afirmación mediante puntapiés y trompazos. Y para reconocerlo cuando saliera, le pintaron la cabeza de amarillo, el color de los traidores.

     La opinión del secretario fue categórica. La divinidad no respondía cuando se la invocaba con la perinola. Intentarlo con otra suerte de juegos era una prueba ya prohibida por la Iglesia, desde que se había constatado que la divinidad no juega a los dados ni a los naipes.

     Desconcertado pensó en consultar con el párroco de la jurisdicción, quien lo instó a alejarse de las brujerías por estar explícitamente vedadas a los cristianos en el Nuevo Testamento. No se puede tentar al Señor con esta clase de averiguaciones, pues ya lo intentó Satanás y fracasó.

     - ¿Entonces tendré que morirme con el pecado de negligencia en perjuicio de los necesitados de justicia? -preguntó el juez haragán.

     - Tampoco puedo decírselo. Yo soy cura, nada más, y no investigador del Señor.

     Acorralado por las imposibilidades, Justino estaba a punto de caer en una inevitable depresión profunda, cuando se le ocurrió que en nada perjudicaría a demandados y demandantes si se tomaba una semana para meditar en soledad su conflicto. ¿Pero dónde? Como dos cabezas piensan mejor que una -recordó-, volvió a consultar con su secretario.      

     - Si yo fuera usted, Usía, me aislaría en las sierras de Córdoba, donde dicen los lugareños que aterrizan los platos voladores. En una de ésas es cierto y los extraterrestres le resuelven el problema. Le digo más, yo me ofrezco para acompañarlo  si lo desea.

     A la mañana siguiente, y sin pensarlo dos veces, el juez Justino y su secretario tomaban un ómnibus rumbo a las sierras, equipados con una tienda de campaña  y demás bastimentos para pasar las noches a la espera de un aterrizaje. Llevaba consigo una cámara de gran definición  para fotografiar a sus interlocutores, como justificación de las sentencias dictadas.

     Al quinto día de su asentamiento apareció en el cielo un artefacto como dos platos unidos por sus bordes, irradiando luces anaranjadas, azuladas y blancas. Giró varias veces, ascendió y subió, se desplazó horizontalmente a izquierda y derecha, se mantuvo quieto a poca distancia del suelo, y quince minutos después desapareció en las alturas. Justino alcanzó a tomar varias fotografías, y aunque no pudo dialogar con ninguno de los tripulantes, las llevó consigo a Buenos Aires y las exhibió a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, atribuyéndoles a los navegantes la orden de emplear la perinola en las sentencias judiciales.   

     Trece días demoraron los ministros en dictaminar en el caso de Justino. Como era de esperar, esos esclarecidos cerebros fueron irreprochables y ecuánimes, condenando a Justino como culpable, después de haber empleado ellos mismos la perinola en su dictamen.

     En estos tiempos ha quedado registrada la perinola como sucesora de la balanza de la justicia, con la leyenda siguiente a los pies: "Adiós a la toga, perinola, perinola."  


Posted by Carlos A. Loprete at 8:33 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:02 PM BRST
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Saturday, 27 June 2009
INMORTAL HASTA LA MUERTE
Topic: cuento corto


 

     Ahora me llamo Eustaquio Zipacná. Por lo menos así me anotó en el libro el jefe del pueblo cuando no pudo traducir mi apellido, por más de que eso de Eustaquio, español, no encaja  mucho que digamos con lo de Zipacná, maya. En mi pueblo de  Nakum me dicen simplemente Zipacná, y con eso me basta. A mi padre lo llamaban Bacah, al padre de mi padre Behelé y a mi bisabuelo lo nombraban Tzumum. No sigo para arriba porque no recuerdo el nombre de mis otros antepasados, que deben de ser entre cincuenta y doscientos, si no más.

     Anduvieron por la selva y las montañas, de aquí para allá, buscando alimento para vivir. De algunos lugares recuerdo sus obras, el palacio de Palenque con su torre cuadrada de cuatro pisos, el patio del Juego de la Pelota en Copán, el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal, el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá, los frescos de Bonampak. Mis vecinos los recuerdan y tienen fotos, pero yo los he visto en persona. Todavía guardo en mi casa una máscara de jade que recogí en Uaxactum y una estatuilla de Tabasco. De vez en cuando veo estos nombres y fotografías en la propagandas, me vienen lágrimas a los ojos, porque yo viví en esos sitios. Pero aprieto los párpados y no las dejo salir.

     Los turistas extranjeros se quedan asombrados cuando miran esas ruinas y aprovechan para tomarles fotos de colores. No pueden comprender cómo los de mi raza fueron capaces de esculpir sin hierro esos monumentos, pero yo sí porque también fui albañil. Pero no les explico nada. Ya que se jactan de saberlo todo, que lo averigüen si pueden. Ni siquiera tienen idea de otras ciudades que están enterradas bajo tierra. Y no hablemos de las que están tapadas la selva.

     Le sigo contando. Mi abuelo había nacido en una aldea cerquita de donde está ahora Muchaquitá. Sembraba maíz como los demás y cazaba venados. El viejito y yo nos enfermamos una vez de viruela. Por eso tengo estas marcas en la cara. De mi decían los vecinos que moriría sin remedio porque estaba muy  débil, pero el que se murió fue el abuelo. El pobre era tartamudo, pero muy buena persona. A los pocos años me mordió una cascabel. La pierna se me hinchó, la carne se puso morada y comenzó a ponerse fea. Dos veces por día me limpiaban la herida con agua del pozo sagrado y me soplaban humo de granos de copal quemados. Me curé, mi amigo, y aquí me tiene como si nada hubiera pasado. En la aldea todos danzaron haciendo sonar los tambores y flautas. Una parte de los bailarines gritaba: "¡El cielo y la tierra están con Zipacná!", y la otra contestaba "¡Así sea!" Una nube de avispones apareció a la mañana siguiente para indicar que los dioses nos habían escuchado.

     A otro de mis antepasados que se llamaba Lech lo mataron hará como quinientos años unos señores blancos con barba que llegaron en una casa flotante desde el oriente y desembarcaron como lo habían dicho nuestros adivinos: "Vendrán y seremos vencidos. ¡Pobres de nosotros!" Así fueron las cosas. Yo no me daba cuenta de lo que pasaba con esos monstruos cubiertos de hierro hasta las cabezas. Traían unas cuchillas largas que cortaban las flechas en el aire y unos tubos que escupían fuego y sonaban como truenos. Después supe que eran soldados españoles que veían a conquistarnos. Primero los creímos dioses, hasta que aprendimos que lo de arriba eran hombres y lo de abajo caballos.

     Los matamos a montones. Caían atravesados por las lanzas y las flechas, gritaban de dolor y les salían chorros de sangre como a nosotros. Les perdimos el miedo y los peleamos a muerte. Ensartábamos sus cabezas en la punta de palos enterrados o las colgábamos de las ramas de los árboles. Cuando pasaban por delante y las veían, lloraban y se ponían más furiosos. Yo mismo alcancé a matar una docena. Pero no pudimos al final vencerlos. Nos colgaron, nos ahogaron en los ríos, nos sacaron las tripas de cuchilladas y hasta nos hicieron devorar por perros hambrientos. Terminamos por rendirnos y convertirnos en sus sirvientes.

     No sé porqué, pero nuestros dioses nos dejaron solos, a pesar de que siempre les construimos templos, les ofrecimos sacrificios y mantuvimos a sus sacerdotes. No nos ayudaron. Poco a poco fuimos dándonos cuenta de que algo pasaba entre ellos y  nuestro pueblo y probamos entonces con el dios de los invasores, que estaba clavado en una cruz y con una corona de espinas.

     Sus ministros nos trataron mejor. Se suprimieron los sacrificios, nos defendieron de sus propios hermanos cuando se propasaban, pero siguió faltándonos el agua para regar, los volcanes continuaron brotando fuego y piedras, y los terremotos derrumbando nuestras casas. No pudimos salir de la miseria, y nos acostumbramos a ser lo que somos. Pero eso ya pasó. Nos ha tocado cargar con la desgracia encima y no sabemos si alguna vez acabará. Yo me hice cristiano y aquí me tienen. Aprendí el Padrenuestro, llevo colgado de mi cuello un crucifijo, pero de vez en cuando me hago una escapadita para rezarles a mis primeros dioses en una cueva. Algo mejor estamos, pero los ministros cristianos dicen que el dinero no alcanza, que somos muchos y que los maestros y médicos no quieren venir a vivir entre nosotros.

     El alcalde del pueblo es tan mentiroso que no podemos esperar nada de él. Antes de las elecciones nos promete tierra y trabajo, pero una vez que se sienta en el sillón del ayuntamiento, se llena los bolsillos y ser olvida de nosotros. Si protestamos, nos recibe  en delegación, habla hasta por los codos de justicia y nos despide con un abrazo y un apretón de manos. Al día siguiente todo sigue igualito como antes, y guay de encabritarse, porque lo hace aporrear por la policía y lo mete preso. El cura Eufemio nos defiende, pero a él también lo manda al calabozo ni bien abre la boca. Lo malo es que cuando queremos vengarnos, el padrecito nos sale con eso de que el hombre nunca debe matar. Así funciona la cosa, siempre perdemos. Mi hermano de raza Chetubal me decía:

- ¿Y cómo sabe usted tantas cosas antiguas? Debe de haber leído mucho.

- No crea -le contesté- No sé leer ni escribir. Pero en tantos años, algo ha aprendido.

     - Disculpe, hermano Zipacná. Eso no puede ser. Usted habla de siglos como si fueran meses. ¿Cuántos años tiene? Muy viejo no se ve, que digamos.

     - No sé, pero son muchos. No llevo la cuenta, vivo no más - le contesté-. Y como lo vi muy interesado continué mi relato.                                                                                

     - Una vez, hará unos quince años, fui a visitar al padre Eufemio para hacerle una pregunta. Era el más instruido del pueblo y bastante amigo mío. Llovía y no se veía un alma en las calles. Me recibió con un abrazo y me ofreció un cacao humeante y tortillas de maíz para calentar el cuerpo. Serían como las siete de la tarde, y no tocó el tema de la religión quizás porque sabía que yo no iba a misa y rezaba a escondidas a los primeros dioses.

     En medio de la plática le pregunté como al pasar cuántos años tiene que vivir una persona. Me dijo que alrededor de sesenta o un poco más, aunque en la Biblia está escrito que Noé vivió novecientos.

- Entonces yo le gano, porque he vivido más.

     - ¿Más de novecientos, Zipacná? ¿Se puede saber cuántos?

     - No lo sé exactamente, pero hasta donde me acuerdo, unos mil setecientos, padre Eufemio.

     - Bueno, son algo mucho,             ¿no le parece?

     Pensaría que estaba borracho o loco. Otras veces me había pasado lo mismo. Cuando en una ocasión dije que yo había visto al  conquistador Montejo en una expedición a Yucatán y que había trabajado para él como cargador de leña, todos se largaron a reír.      

-Menos mal que no lo embarcaron a España con él por ladrón.  

      Por eso me he hecho la promesa de no mencionar nunca más mi edad y cerrar la boca. Ya me está fastidiando esta vejez interminable. Si la gente supiera que siempre he sido igual y no envejezco con los años, me meterían en un loquero. El mes pasado, sin ir más lejos, apareció en la puerta de mi choza un periodista acompañado de una joven con una cámara de televisión al hombro. Le habían llegado rumores de que era el hombre más viejo del pueblo y quería hacerme una entrevista. Yo no quise recibirlo para evitarme problemas, pero el alcalde me ordenó hacerlo porque dijo que así vendrían más turistas y era negocio para todos. No tuve más remedio que recibirlo.

     Me hizo varias preguntas. Algunas le contesté y otras no.

     - Entiendo que usted no tiene descendientes, señor Zipacná. ¿Podría decirnos a qué se debe?

     - Es que cuando yo trabajaba para el adelantado Montejo, mi esposa tropezó con una piedra y se cayó a un abismo. Desde entonces soy viudo y no pienso cambiar de estado.

     - ¿El adelantado Montejo, dice? Si no me falla la memoria eso ocurrió en 1536.

      De inmediato comprendí que había hablado demás y me corregí:

     - Es una broma, señor periodista. Se lo dije para ver qué cara ponía. No estuve nunca casado.

     - ¿Y algún hijo...natural dijéramos?

     - Bueno, eso no lo sé. Usted sabe cómo son estas cosas de los amores.

     - ¿Tiene algún recuerdo importante que contar? Se lo agradecería muchísimo.

      Me vino a la memoria uno de hace trescientos años y se lo conté como si fuera de estos tiempos. El hombre era Pancho Villa, pero no se lo mencioné.

     -Tener tengo muchos, como toda persona vieja. Le cuento uno. Había un general al que le gustaban las mujeres. Tres veces por semana decía al levantarse: "Tráiganme mujeres, muchas mujeres. Pero que sean de caderas gordas, bien grandes." En una oportunidad  salieron sus servidores y rebuscaron por todos lados. Pero como todos sabemos,  por estos lados nuestras hermanas son flacuchas. El general las examinó una por una y las encontró inservibles. Enfurecido, las despachó a sus casas y estuvo a punto de colgar a uno de un árbol. "Los jefes no se han hecho para engendrar raquíticos -le reprochó a gritos- La Patria no progresa así."

     El periodista y la camarógrafa se esforzaron por sonsacarme la verdad de mi vida, pero tuvieron que conformarse con lo poco que les conté. Sólo les dije que no he conocido el asma ni la neumonía, los tumores, los vómitos de sangre, ni el paludismo; que como de todo y no me ha dolido nunca el hígado; que cuando me siento mal quemo incienso de nopal y de tabaco a la diosa Ixchel de la salud, y que cuando me agarra algún sofocón, hago hervir restos de vampiro soltero. El periodista y su asistente creyeron que me burlaba de ellos y no pudieron ocultar su fastidio. Me acorralaron entonces con otra pregunta:

- ¿Cuál fue el momento más feliz de su vida?

- Ninguno -les dije.

 - Entonces, usted no conoce la felicidad.

 - En realidad, no sé que es eso. Vivo y nada más.

      ¿Por qué habré vivido tanto?, me he preguntado algunas veces. Estoy como  estancado, con la misma cara de siempre; no he engordado ni enflaquecido un kilo. No me crecen los cabellos ni las uñas.  Tuve algunos accidentes, eso sí. Me quebré una costilla al desbarrancarme de un peñol; casi me ahogo en una creciente del Usumacinta y me quemé las plantas de los pies al pisar por descuido la lava de un volcán.

     Cuando estoy mucho tiempo en el mismo pueblo y la gente no me ve envejecer, empiezan los comentarios y me miran como al diablo. Entonces desaparezco una noche y busco otra aldea donde quedarme. Propiamente no entiendo qué pasa conmigo. Me siento cnsado y cualquier cosa que suceda ya la he visto antes. Alguna vez pensé en suicidarme para acabar con esta situación, pero siempre me faltó el coraje. Busqué también a alguien que me hiciera el favor de matarme, pero nadie quiso prestarse.

     Un día hablé en secreto con el adivino Ah Tok que vivía en una enramada y le pregunté por qué no moría. Se limitó a contestarme que no me preocupara y dejara el asunto así como estaba. No pude arrancarle otras palabras de su boca. Y aquí estoy, como una estrella solitaria en el cielo.

- Entonces  -me replicó el periodista-, usted es inmortal, señor Zipacná.

     - Podría ser. Por ahora lo único que puedo decirle es que no he muerto todavía y ten dré que seguir esperando para saber si lo soy o no.


Posted by Carlos A. Loprete at 9:59 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:04 PM BRST
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Wednesday, 3 June 2009
LA CENA DE LOS DIPLOMATICOS
Topic: cuento corto

 


 

    Desde el exterior el Imperial Palace Hotel se veía como un refulgente navío en la oscuridad de la noche. El sorteo se había iniciado.

     - Barrioviejo, Francisco -proclamó la ayudante después de extraer la bolilla del primer equipo.

     - ¡Embajador en Pakistán! -gritó la encargada del segundo bolillero.

     - Pérez , Dulcinea Dolores.

     - ¡Delegada ante la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra!

     - Gil, Gustavo.

     - ¡Embajador ante el Principado de Mónaco!

     - Frías, Celestino.

     - ¡Embajador itinerante en Malasia, Indonesia y Filipinas!

     - Lugones, Nemesio Raúl.

     - ¡Embajador en Birmania, llamada ahora Myanmar!

     Sorteados todos los destinos diplomáticos, ni Freud, ni Jung, ni Lacan habrían podido explicar los terremotos internos desatados en cada uno de los candidatos.

     Al pie de una escalera de mármol los electos para Nueva York, París, Roma y Washington para se felicitaban y consultaban de paso entre sí, en torno a un globo terráqueo, dónde estaban  Tegucigalpa, Kabul, Nairobi , Leopoldville, Sidney. Preguntaban si eran representaciones diplomáticas de primero, segundo o tercer grado; qué sueldos tendrían allí; si se jugaba al fútbol; si se podía comer carne vacuna o estaba prohibido; si se podía conseguir dulce de leche o si algún bailarín de tangos había hecho una jira por esos lugares. Un embajador retirado  y ahora senador nacional, las oficiaba de gran maestro académico. "¿Por qué se preocupan por esas pequeñeces -los aconsejaba-. Para eso tenemos asesores, y si no hablamos inglés, francés, alemán e italiano como los diplomáticos europeos y norteamericanos, contratamos traductores y sanseacabó.  Por algo somos diplomáticos".

     Los disconformes mascullaban en el jardín su disgusto por el resultado del sorteo. "Ojalá se lo coman los tigres", susurraba con sigilo el frustrado aspirante al cargo en Birmania, a lo cual agregaba otro perdedor: "Bueno, para morirse no hace falta ir tan lejos. Basta con que se corte aquí un dedo y chupe su sangre envenenada."

     Ganadores y perdedores pertenecían al mundo de la farándula nocherniega, ataviados con peinados estrambóticos, collares, pendientes, dijes y tachas, copas en mano y lenguas borboteantes. Intercambiaban comentarios sobre sus próximas funciones. Un ex guitarrista protestaba que no iba a ponerse a leer los libracos de derecho constitucional que nadie entiende ni aplica y que concentraría sus esfuerzos para lograr que en las escuelas los niños aprendieran a soplar flautas, rasguear las guitarras y hacer sonar bombos, que eran más atractivos que las tablas de Pitágoras.     Un pianista mezclado con contorsionista que tocaba el instrumento con las manos y los pies, confesaba que tendría que acostumbrarse a usar zapatos porque en las embajadas y consulados del exterior no se permitía el acceso en sandalias. Cada uno opinaba sobre sus próximas obligaciones y sus conocimientos artísticos, hasta que un ex payaso de circo los tranquilizó diciéndoles que no tendrían necesidad de recurrir a ninguna sabiduría libresca, ni siquiera a las reglas de ortografía, debido a que no estaban exigidos de hablar en público ni de escribir ningún proyecto de convenio internacional porque de eso se encargaba el jefe del Partido. "Para mí es ideal -comentaba un malabarista de clavas y bolos-, porque en mi profesión no se habla nunca."

     Los de la escalinata y los del jardín interrumpieron los diálogos y se concentraron en el vestíbulo central del hotel fantasmagórico, cuando el maestro de ceremonias se subió al estrado y anunció que después del sorteo la hora de festejarlo había llegado, y entre exhortación y exhortación al gozo, intercaló una frase perdida en su mente,  Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus , que atribuyó al escritor italiano Giovanni Papini, sin saber que la frase no era de Papini sino una anónima de la Edad Media y significaba "Gocemos, pues, mientras seamos jóvenes", olvidando al mismo tiempo que ninguno de los presentes militaba ya en la

edad del acné.

    Para iniciar se jugaría a "la gallina ciega". Entregó el pañuelo para tapar los ojos a una joven elegida al acaso y la lanzó a capturar a quien pudiera, sin mirar. Los demás contertulios le decían "Nena, nena, aquí, aquí" y se le escapaban sin dejarse tocar. La gallina ciega chocó con una mesa, se dio de bruces contra una farola, y se enredó en una alfombra, hasta chocar con el borde de una piscina de champán instalada a propósito y caer adentro. El siguiente festejante fue un gallo ciego, sorteado como futuro embajador, al que nadie se animó a conducirlo a ciegas al chapuzón, sino más bien a alejarlo. Al fin y al cabo, embajador es embajador y gallo ciego es gallo ciego, y aunque la venganza es el placer de los dioses, también es cierto que para burlarse de un necio con poder es más prudente esperar hasta que haya muerto. 

      A todo esto, entre el alcohol ingerido en las zambullidas y el extraído de las copas ofrecidas por los camareros, la alegría progresaba. Conforme nos lo han enseñado nuestros abuelos, en el vino está la verdad, y si en una copa de champán hay una verdad, en dos hay dos, y en diez hay diez.  Las burbujas de la champaña, al principio con cierta reticencia y después con total libertad, explotaron en confesiones públicas de adulterio, soliloquios obscenos,  pantomimas escandalosas,  desnudamientos provocativos y por último ofrecimientos desvergonzados de estupefacientes. Los camareros no intervenían en el festejo, impertérritos y estatuarios como soldados de la guardia presidencial.

     Cada cual daba rienda suelta a sus demonios interiores. La máxima expresión estuvo cargo de Luquita, que se quitó el vestido de fiesta y se exhibió casi desnuda, cubierta únicamente en su anatomía inferior con una redecilla más pequeña que el palmo de una mano y dos estrellitas como pétalos de rosas en sitios superiores. Mostraba y demostraba su cuerpo girando sobre su eje e inclinándose como para recoger violetas del suelo, y desafiaba a los concurrentes con alcohólica sinceridad: "Cuando me muera les mostraré mis huesos; por ahora les muestro mis carnes."                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              Varias damas se contagiaron de la filosofía corporal de Luquita, treparon al escenario y confirmaron con sus actos algo que los humanos saben desde los tiempos de Babilonia.

      Varios varones, contaminados  con las licencias femeninas, se treparon luego al escenario para ostentar, sin motivos valederos, sus abultadas barrigas, sus pelambres de pecho y espalda, sus calvicies prematuras, sus piernas arqueadas como paréntesis y sus facies equivocadas. Otros, más conscientes de su inanidad corporal, satisficieron sus impulsos de sobresalir mostrando sus inteligencias con cuentos picantes, adivinanzas obscenas, juegos infantiles de magia, naipes y otras destrezas. El sorteado cónsul en Seattle demostró con un palote improvisado cómo se juega al golf en una habitación cerrada, y el de Miami,  para no ser menos, enseñó al auditorio la técnica de convertir una bola blanca en tres negras con sólo mover los dedos de una mano. El próximo representante en Chihuaha no se quedó atrás en el desfile y enseñó la habilidad de cantar boleros con falsetes mexicanos.

    Un asistente se decidió por las exhibiciones intelectuales. Se arrogó la facultad de poder responder a cualquier pregunta que le formularan, ignorando que los dos últimos genios universales, Leonardo da Vinci y Juan Wolfgang Goethe, habían muerto ya. Sus respuestas pasmaron a los presentes quienes no obstante le retacearon los aplausos para no menoscabar el prestigio del señor Presidente, que por definición debía ser considerado el hombre más inteligente del Partido. Sus contestaciones se consideraron una obra maestra del pensamiento posmoderno y merecedoras de ser recogidas en una antología.

      -¿Por qué los chanchos se llaman chanchos?

      - Porque son sucios.

-¿Por qué la luna se llama luna y no sol?  

- Porque brilla menos.

- ¿Quién es superior, el hombre o la mujer?   

 - Un hombre inteligente es superior a una mujer tonta y viceversa.

- Y si un transexual se transforma en mujer, ¿cuál de los dos es superior, el

 primero o la segunda?  

- Depende de cómo haga la operación el cirujano. 

- ¿Cuánto pesa el agujero de un queso? 

- Cada uno según el diámetro. Uno de tres centímetros pesa el triple que otro de uno.

- ¿De qué nacionalidad es Dios?

- Como Dios hizo a la tierra primero que a los países, entonces no tenía nacionalidad. Pero luego se ciudadanizó argentino.

-¿Qué hacen los presidentes para saber tantas cosas?

- Preguntan.

- ¿Es lo mismo un "ilícito" que una "desprolijidad"?                

- Depende del diccionario que se use. Cada partido tiene el suyo.

-¿Son equivalentes "asesinato" y "muerte dudosa"? 

 - Eso lo deciden en cada caso los forenses del gobierno en el acta de defunción.

- Pero en definitiva vienen  a ser lo mismo, en los dos hay un hombre muerto.

 - Por supuesto, pero el primero es un muerto político y el segundo uno civil. .

- ¿Y las funerarias qué dicen ante el cadáver?  

- Nada, ¿qué quiere que digan? Verifican que el hombre esté muerto, y si no respira, lo entierran.

  Pero a la fiesta había que pagarla y el Presidente se había negado a poner un peso de su bolsillo. Que saquen la plata de sus alcancías y la paguen entre todos a cuenta de los beneficios que tendrán, ordenó. Una legión de conejitas aterciopeladas de negro invadió la sala con canastillas para recoger las donaciones voluntarias. Con el objeto de evitar que los partidarios se escabulleran haciéndose los distraídos, las conejitas colocaban insignias del Partido en las solapas de los candidatos que contribuyeran con más de cinco mil pesos. Ninguno se atrevió a depositar menos de esa cifra,  porque como en tiempos de guerra, los méritos excepcionales en los combates se miden por la cantidad de medallas en el pecho.  

      Las quejas no tuvieron oportunidad de manifestarse porque una nueva oleada de camareros invadió el recinto con sus bandejas pletóricas de copas. "Debieron pedirnos las contribuciones antes del sorteo y no después" -se quejaban en voz baja los más osados-. Como en el cine, nos cobran la entrada antes de ver la película". Un tercero apoyó: "De acuerdo, un hombre civilizado no debe llorar antes de que el pariente haya muerto."

    El sorteado representante ante el paraíso fiscal Luxemburgo,  muy satisfecho por su nominación, trató de suavizar las quejas con un pensamiento salomónico. "Bueno -sentenció-, seamos agradecidos. Como no podemos pagar con nuestros currículos, pagamos con el bolsillo. Ya vendrá el tiempo de compensarnos con creces. Así de sencilla es la cosa."

     A las cinco o seis de la mañana, cuando los gallos despertaban con sus cacareos al sol, y los tangueros se retiraban a dormir sus borracheras, hicieron su entrada al hotel los huéspedes invitados a manifestar su adhesión a los candidatos beneficiados. Un campeón de fútbol prometió dedicarles su primer gol contra los brasileños. El propietario de un club nocturno vip en la Costanera ofreció un asado criollo a los ganadores, con mollejas a discreción, testículos de jabalí pampeano y lengua de ciervo neuquino a la vinagreta. Para los asistentes con impotencias dentarias habría a su disposición un servicio paralelo de pizza napolitana con champán francés, enchiladas mexicanas y sushi japonés, para fomentar la hermandad mundial.

    Otros regalos ofrecidos fueron una alfombra de Esmirna, un collar de perlas auténticas del Japón, una docena de pepitas de oro de Alaska, un diamante de 101 quilates de las minas de Transvaal, un cuadro al óleo del maestro uruguayo Pedro Blanes y un cúmulo de antigüedades que empalidecieron su atracción ante la donación de un cachorro de canguro traído especialmente de Australia, y que se reservó por decisión unánime para regalo del Presidente.

     A modo de coronación del alborozo, la Luquita se ofreció para ser subastada al mejor postor por una semana. Llegaron a proponerse tres, cinco y veinte pesos, hasta que el futuro delegado ante el Banco Mundial, obstinado mujeriego y rico por donde se lo buscara, subió la oferta hasta los noventa y cinco mil y ganó la subasta. "¡Qué inmoralidad! -protestaban los perdedores envidiosos-. Con ese dinero se podría dar de comer medio año a los niños desnutridos". El vencedor abrazó al trofeo humano y ante los gritos del auditorio de que se besaran, que se besaran, el beneficiado obedeció. "Si los reyes y príncipes de Europa lo hacen, ¿por qué no puedo hacerlo yo, un humilde servidor de la democracia? Globalización es globalización", exclamó ante el aplauso general.

   Bajaron del estrado tomados de la mano como niños de jardín de infantes, mientras que Luquita, defendiéndose de las chanzas y bromas, al pasar al lado de un camarero estatua, le comentó con sorna por un costado de la boca, transgrediendo los niveles de jerarquía: "En esta vida uno pone el deleite, otro el cheque. Volveré intacta." El sirviente, incólume y ceremonial, la sorprendió contestándole por el otro costado de su boca: "Íntegra puede ser, pero intacta lo dificulto."

     Practicada así toda la gama de alegrías humanas, los huéspedes se retiraron zambulléndose en sus automóviles oscuros, sin saber que el Presidente  había manipulado los bolilleros, convencido de que con el poder lo mismo se puede aplastar a un gusano que a un ser humano.


Posted by Carlos A. Loprete at 11:36 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:05 PM BRST
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Thursday, 21 May 2009
LA EXTINCION DE ENDEMONIADOS
Topic: cuento corto


 

Aunque había consenso en el objetivo de la reunión, se disentía acerca de la sede del Congreso. Lyon, en Francia, sostenía que testimonios documentales fehacientes demostraban la presencia del Diablo en la región desde los tiempos de los reyes merovingios, y ello era motivo suficiente para ser la sede. Turín argumentaba que como Italia había sido la capital eclesiástica desde los tiempos del rey Constantino, los demonios destacados allí habían trabajado mucho tiempo y tenían sobrada experiencia sobre la región. Ginebra apoyaba sus pretensiones en el hecho de que los principales herejes habían escogido a Suiza como refugio por la liberalidad de sus leyes. Finalmente la disensión se transformó en unanimidad cuando el alcalde de Turín ofreció donar  un millón de dólares, obtener un descuento en el hospedaje de los asistentes y ceder a título gratuito el salón de honor de la municipalidad. A pesar de que la Asociación Cristiana de Jóvenes realizó dos marchas de protestas, el comité organizador aprobó el ofrecimiento del alcalde.

      En la misma reunión se designó presidente a Ti-Jean-Dantor, un ex sacerdote protestante, teólogo y apóstata, convertido al culto vudú durante una visita a Haití. Expectable figuras del ocultismo provenientes de todo el orbe habían comprometido su presencia, con la intención de constituir  un Consejo Ecuménico de Cultos Esotéricos, siguiendo la línea de pensadores satanistas del siglo XX.

     Ti-Jean-Dantor presidió la sesión inaugural en el lujoso salón de actos, sentado detrás de una mesa donde se apoyaba una cruz invertida. Un telón de paño negro cubría  todo el fondo, con cinco círculos concéntricos y un triángulo en su interior, para invocar la protección del Diablo. Una gigantesca pantalla mostraba de tanto en tanto imágenes del rey de los infiernos conforme lo habían imaginado las civilizaciones anteriores y las columnas de los palcos estaban adornadas con facies demoníacas  de todas formas.

     Dio comienzo a la reunión el presidente recitando una oración con las palmas de las manos hacia arriba: "Alabado sea Lucifer: Que tu reino en este mundo no se desvanezca jamás . Danos, Señor, fuerzas para seguir a tu lado, permanece siempre entre nosotros e inspíranos para que nuestros actos testimonien tu poder." A continuación les tomó juramento, y un estruendoso ¡Sí juro! atronó el ambiente. Los brujos enardecidos se confundieron en efusivos abrazos.

     El interés principal de los concurrentes estaba centrado en la modernización de los métodos y ritos empleados para comunicarse con Lucifer y obtener su concurso permanente. En las comisiones de estudio cada hechicero expuso su criterio, aunque en definitiva no insistieron en sus convicciones personales y convinieron en que Lucifer era único y podía invocarse bajo distintas denominaciones según la tradición del lugar. Particularmente notoria fue la actuación de los representantes de los cultos vudú de Haití y macumba de Brasil. Los primeros bregaron con firmeza por la aceptación de su método para resucitar a los muertos y traerlos del reino de Satanás, con la ayuda de los demonios infernales y sin derramamiento de sangre. Los segundos intentaron en que se reconociera que el Diablo es negro y que su apoyo únicamente podía lograrse con la presencia de sangre, aunque fuera sangre animal. La propuesta no fue aceptada ni denegada y para no malograr el concilio, se convino en postergarla hasta el próximo.

      En torno a la sede del Congreso unos doscientos mil cristianos de todas las denominaciones se habían instalado en carpas, cada una con un cirio encendido a la puerta, que de noche proyectaban Un murmullo ininterrumpido de rezos en coro ponían el telón sonoro al espectáculo.  Aquí y allá, por donde se mirara, enormes pancartas

advertían los reproches de los moradores congregados: "¿Por qué lo convocan, si ya lo tienen dentro de ustedes?" Otra estampaba esta leyenda: "No prevalecerán."  Una tercera, escrita probablemente por un creyente familiarizado con el latín eclesiástico,  rememoraba la frase Timor Dei initium sapientiae (El temor a Dios es el comienzo de la sabiduría).

     Frente al portal mismo de la alcaldía, los peregrinos habían levantado un enorme tablado, a modo de escenario, con una larga filas de horcas alineadas. Cada crepúsculo ahorcaban un muñeco con distintas figuraciones de los demonios extraídas de libros esotéricos de todos los tiempos: Andrialfo, con cuerpo de ave de corral; Azazel, con su investidura de macho cabrío; Bafomet, barbudo, con dos cabezas con cuernos; Behemot, pesado buey masticando sin descanso a toda mandíbula; Belial, patrono de los sodomitas, fascinante por su belleza casi femenina; Belcebú, el señor de las moscas, de rostro abotagado, ojos brillantes como ascuas y enmarañadas cejas negras; Bifrorus, torpe y contraído, siempre con una botella de licor en sus manos; Bitru, hermafrodita,  en forma de leopardo alado y órganos de ambos sexos;  Bruno, de tres cabezas; Eurinome, ocultando su cuerpo llagado con pieles de zorra; Mefistófeles, vestido de frac y rostro afable; Furfur, bajo el aspecto de un ciervo; Moloch, como rey de bronce, cabeza  de buey y brazos abiertos; Samael, el seductor de la nuera de Noé, en forma de serpiente; en fin, decenas de imágenes espantosas, exóticas, combinaciones de seres inimaginables, dragones, endriagos, sirenas, silfos, duendes...

     Buer, jefe de cincuenta legiones de demonios, atraía la atención por su efigie semejante a un pulpo, una cabeza leonina  con barba y cabellera contorneándola y cinco patas en forma de rayos emergiendo a los costados.

     Internamente, la Comisión de Pacto Único presidida por un hechicero francés, con fama de semiloco por sus numerosas abjuraciones anteriores, se ocupó de redactar el texto único de pacto con el Diablo que se utilizaría en el futuro en todos los países del mundo para admitir a los nuevos hechiceros. El debate insumió agotadoras jornadas  hasta que se llegó a un acuerdo unánime de diez artículos para proponerlos a la asamblea general. El artículo primero reglamentaba:

     "Todo aspirante a brujo, hechicero o mago debe firmar con un demonio, con sangre y en presencia de testigos, un contrato para ser aceptado como adorador de Satanás,  quien le garantizará toda suerte de honores, riqueza, poder y salud, a cambio de su adhesión, que en todos los casos será irrenunciable."

     Seguían las demás estipulaciones: desprenderse de todo escapulario, rosario, medalla, estampa o  reliquia religiosa;  recibir el bautismo satánico y adoptar un nuevo nombre; sangrarse con un cuchillo ceremonial la palma de la mano y beber la sangre en el cuenco de ella; hacer sacrificios periódicos, asistir a los aquelarres mensuales, provocar deliberadamente alguna calamidad pública, como envenenar aguas, incendiar un templo, matar ganados, pervertir religiosos. En compensación, Lucifer asegurará a cada aceptado por lo menos tres favores, a elección del interesado: inmediata asistencia en los peligros, satisfacción de los deseos carnales, poder político, fortuna en los negocios, acierto en los juegos de azar, felicidad personal y longevidad no inferior a los cien años.

     En el seno de la comisión se descartó la ponencia de un descendiente del conocido relojero Biber que decía haber inventado un reloj infernal cuyas agujas se movían en sentido contrario al normal. No se sabía a ciencia cierta si era teósofo, teólogo, astrólogo, adivino, chamán, brujo o hechicero, pero algo era. ¿Qué tenía que hacer un reloj en un pacto? Los pactos se suscriben para el futuro y no para el pasado.

     También fue rechazada la propuesta de un brujo británico que proponía reducir el pacto a tres artículos únicos: 1) Renegar y blasfemar de todo dios creador que no sea Satán Lucifer; 2) Despreciar, odiar y dañar por siempre a toda persona, iglesia o cofradía que no comulgue con la verdad satánica; 3) Adorar a Satán, ofrendarle cada mes una demostración de culto y reconocerlo como único bienhechor.

    A la mañana siguiente, muy temprano, comenzaron  a llegar los ejemplares de La Giornata con detalladas noticias de la reunió. Nadie sabía que el director del diario, un ferviente creyente, había infiltrado espías en las reuniones y estaba enterado de todo cuanto ocurría.    

     Entretanto, anoticiados los peregrinos exteriores de las deliberaciones, incrementaban su ardor en torno al edificio, pero los policías los contenían a fuerza de bastonazos y gases lacrimógenos. Los alrededores se inundaron de carpas y los cielos se cubrieron de miríadas de globos multicolores, al tiempo que una gruesa capa de oraciones se elevaba a las altura con el mensaje a coro de Te Deum laudamus. La alegría de los sitiadores contrastaba con fastidio de los brujos.

     -Bien, hermanos. Sólo nos restan decidir los precios de nuestra intercesión -dijo el titular de la Comisión de Presupuesto-. La cuestión es la siguiente: ¿debemos o no cobrar por nuestra tarea de reclutar devotos para nuestro Señor Lucifer?  Un manto de silencio sepulcral cayó sobre la sala. Nadie quería ser el primero en dar su opinión. Rompió el silencio un santón indonesio  manifestándose a favor de la percepción de honorarios con este argumento:

     - Si nuestro padre común nos ha escogido como sus servidores privilegiados para garantizar riquezas a nuestros fieles, implícitamente nos ha otorgado a nosotros el derecho de gozar del mismo beneficio. En consecuencia, propongo fijar una escala de aranceles de acuerdo con la importancia de los favores recibidos.

     - Claro, lógico, es justo, por supuesto, naturalmente -confirmaron los presentes.

     Acto seguido se acordó crear una unidad monetaria, que se denominaría luciferio, .equivalente a un dólar estadounidense. No se consideró equitativo percibir igual cantidad por enamorar a una mujer que por invocar la muerte de un enemigo. En ningún caso se permitiría el regateo ni se harían descuentos especiales.

     Para las siete de la tarde del día siguiente estaba anunciada la clausura del Consejo Ecuménico. La sesión se inició con la recitación a coro de la fórmula consagrada y en ella se escucharían testimonios  sorprendentes de quienes afirmaban haber visto en persona a Satanás. Una elegante francesa subió en primer término al escenario y narró su experiencia. Una noche, invocando a Satanás (Invoco te, Deus noster Satana Luciferi Excelsi...), oyó pasos leves y roce de ropajes, y una voz que le prometía matrimonio. Interrogada si había tenido una visión física, contestó:

 -No lo vi precisamente con mis ojos, pero estoy segura  que allí estaba él.

      Más contundente fue el testimonio de un anciano que se presentó como representante del hermetismo francés. Testificó que en un viaje secreto a San Petesburgo, se le presentó en el camarote del tren un campesino ruso, que vestía un largo vestido negro abotonado hasta el cuello que le dijo:

-El zar y su familia morirán. Lo he dispuesto yo así, el Señor de la Luz. .

Y en efecto murieron. Un hechicero del Camerún aseguró que Satán se le presentaba todas las noches de luna llena como una enorme langosta verde erguida sobre sus patas traseras pero que no le hablaba. Un curandero del Altiplano boliviano narró que lo veía a menudo en forma de una luz en el camino, pronunciando la palabra "Zupay, Zupay". El escándalo mayúsculo surgió cuando un manosanta de Buenos Aires quiso hablar a su turno pero el presidente Ti-Jean-Dantor no se lo permitió por falta de tiempo. El argentino exaltado se trepó a una butaca y dijo a gritos que lo había visto una noche neblinosa pasear del brazo con San Pedro en el cementerio de la Chacarita.

     A medida que los procesos programados se cumplían, los creyentes del exterior habían comenzado a desplazarse subrepticiamente en torno a los cuatro lados del edificio hasta conformar una multitud jamás vista. A los fieles se les habían plegado los parientes, los amigos y los hermanos laicos de otras cristiandades. La inminencia de una catástrofe imprecisable no admitía dudas.  Algo tenía que suceder. A la caída del sol los doscientos mil vecinos abrieron sus mochilas, sacaron las piedras que habían traído y al grito de "¡Viva Cristo Rey!"  arrojaron las piedras sobre el edificio municipal y lo cubrieron totalmente hasta convertirlo en una montaña de piedras.

     Muchos años han pasado desde este suceso. No se sabe dónde estaba el antiguo palacio municipal. Un curioso de estos días quiso saber qué había sido de los demonios auténticos ya que los endemoniados habían perecido:

- Como eran espíritus puros se filtraron como aire entre las piedras.

        - Entonces Satanás que había prometido su protección a los endemoniados  no les cumplió.

       - No. Por algo lo llaman el Maligno.


Posted by Carlos A. Loprete at 12:23 AM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:06 PM BRST
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Monday, 11 May 2009
MI VIDA POR UNA FOTO
Topic: cuento corto

Allá a lo lejos y hace tiempo hubo un rey que desesperado por huir de la batalla perdida, ofrecía su reino a quien le ofreciera un caballo: “Mi reino por un caballo.”

Desde entonces quedó establecida la costumbre de ofrecer un precio inmenso por una nimiedad que puede salvar la vida.

     ¿Qué daría hoy en día un presidente o un rey en tal caso? Nada, no se haga ilusiones el lector,  porque los soberanos no se presentan en los campos de batalla ni ebrios ni dormidos: se mueven en este mundo bajo la premisa inalterable de “animémonos y vayan.” Mientras sus súbditos mueren en las batallas, ellos se mantienen refugiados en algún búnker, cueva o túnel subterráneo, hospital, escuela, jardín de infantes, maternidad o templos, con la esperanza de que los enemigos sean ingenuos y dejen de atacarlos. Podrían citarse decenas de dictadores que cuando llegó la hora de la valentía, se mostraron cobardes como cualquier vecino de la calle y se fugaron a embajadas en busca de protección. No es necesario mencionarlos, porque cualquier curioso puede encontrar sus nombres en los diarios de la época. 

     Pero dejemos a los cobardes históricos con certificado de garantía y volvamos a los cobardes vulgares, a los cobardes actuales, que tienen miedo a no salir impresos en las portadas de las revistas o diarios, y ofrecen fortunas a los editores a cambio una publicación.  Mingo Equus pagó 200.000 dólares al editor de Good Wealth para ver su rostro con sonrisa trucada de ángel en la publicación, debido a que su facies real se parecía a la de un perro bulldog.  Dulzura Naciente, bailarina colombiana de cumbia, pagó por su parte 500.000 para que el editor publicara su fotografía de cuerpo entero, pero cambiada su piel negra en la de una mulata.

      Es inexplicable este obsesivo afán por la propia fotografía, como si en el más allá el ingreso se hiciera conforme a las fotografías terrenales y no a los actos cumplidos. Los guardianes de las tres puertas celestiales no confían en las fotos de nosotros los humanos y se atienen estrictamente a los registros propios. 

     Esta angustia por la fotografía asombraría a los mismísimos hermanos Lumière, que a duras penas aceptaron ser fotografiados ellos mismos, aunque dicho sea en su honor, no cobraron estipendio alguno por esa concesión. Mas cuando en la vida se mezclan la fotomanía con la ignorancia, el asunto se torna peligrosísimo. Mariquita Reinosa, actriz de espectáculos, no conseguía que le tomaran una fotografía y la publicaran en la portada de Good Wealth, como había sucedido con Mingo Equus. En su niñez los consejos escolares la habían declarado “analfabeta a perpetuidad”, y su razón tenían. Sostenía que como la letra hache no se pronuncia en castellano, en su lugar debía ponerse un cero.

     No habría corrido mayor peligro, si además de ignorante se hubiera resignado a quedarse en su casa y tejer. Pero no. Fotomanía e ignorancia forman un cóctel mortal, y ella sin darse cuenta, se metió cierto día en la manifestación de unos piqueteros fotográficos que reclamaban el monopolio para ejercer su oficio en la ciudad, con exclusión de todo otro profesional. Excitada y fuera de sí por los tambores, pitos, maracas y panderetas, perdió los estribos y se puso a gritar “Mi vida por una fotografía” en vez de ofrecer en pago alguna otra minucia de menos valor, como podría haber sido “mi marido por una foto.”

     Los errores se pagan en este mundo lo mismo que las verdades, y así ocurrió en su caso. Un piquetero tailandés refugiado, se hizo cargo del ofrecimiento, le tomó la foto con una Polaroid en la refriega, se la tiró a los pies, y le dio un maquinazo en la cabeza al grito de  “Entrégale tu alma al Diablo a cuenta de mis deudas.”  

     Eso le pasó a Mariquita Reinosa por vanidosa.

 


Posted by Carlos A. Loprete at 11:44 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:07 PM BRST
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Thursday, 26 March 2009
EL ARTE DE LAS NECROLOGIAS
Topic: cuento corto

 

    El matiz característico de la personalidad de Leoncio Núñez es su perseverancia en la redacción de notas necrológicas. Si hubiera tenido la suerte de asistir en sus años mozos a la universidad, seguramente se habría dedicado a la historia. Pero la beca prometida por el diputado Solanas en su campaña electoral no llegó nunca, y el pueblo de Las Tinajas  se debió resignar a tener un periodista funerario en vez de un erudito famoso. En las clases de la secundaria el profesor había leído pasajes de personajes célebres de la antigüedad escritos por un tal Plutarco –no recordaba si griego o latino-, que lo habían subyugado hasta la admiración. Nadie había superado al tal Plutarco en el arte de las biografías, al extremo de que un cristiano oriental había escrito una plegaria a Jesucristo para que salvara del infierno a tan ilustre pagano por sus enseñanzas. Lo cierto es que don Leoncio no tuvo otra salida y tuvo que dedicarse el resto de su vida a la composición de elogios fúnebres.

        Pero como en Las Tinajas no se contaba con antepasados tan encomiables como Pericles, Alejandro, Demóstenes, Julio César y Cicerón, nuestro Leoncio pensó que le quedaban los recién fallecidos para lucir sus prendas literarias y no morirse de inanición. Ahí estaban los honorables Navarro Celín, panaderos desde hacía treinta años sin ninguna hija fugada con un gitano; los Acosta Belaustegui, rematadores de ganado sin ni un caso de carbunclo; los Pino Hernández, hoteleros por tradición que habían hospedado en su posada al general Roca en su campaña del desierto, amén de otros distinguidos huéspedes de la aristocracia porteña en sus excursiones de caza.

      No eran muchas las familias patricias del pueblo para proporcionar muertos biografiables en una población de treinta y tres mil doscientas  cincuenta almas. En consecuencia, don Leoncio se había hecho amigo del hambre y convivía estoicamente con los pocos pesos que el diario le prodigaba por nota funeraria. Cuando no se moría un vecino por mes don Leoncio conseguía los emolumentos necesarios paras vivir escribiendo biografías en los cumpleaños, aniversarios y misas de difuntos. Los deudos y familiares solían mostrarse dadivosos en esas ocasiones con tal que el escritor no mezquinara los adjetivos brillantes en sus notas.

        Su fama se había afianzado con la nota mortuoria de don Candelario Irigaray, que antes de cruzar las puertas del otro mundo había sido uno de esos vascos de no quitarse  la boina ni para comer, y que de lechero en su niñez había ascendido a socio honorario y vitalicio del Club Social y Cultural Euzkadi por haber sido campeón cinco años consecutivos en pelota a paleta. Su viuda le había asegurado a Leoncio que no se fijaría en  centavo más o centavo menos, porque bastante se había sacrificado en vida el pobrecito difunto y los miserables pesitos ahorrados en el banco eran al fin de cuentas suyos. Un 21 de agosto, primer aniversario de su muerte, el diario local publicaba un recordatorio elogiando las altísimas dotes personales de don Candelario, “dueño de una exquisita personalidad, pletórica de solidaridad, nutrida en los más altos valores que sustentan la dignidad humana, como lo son el amor, el respeto al prójimo, la generosidad con los humildes, la rectitud de acciones, ejemplo intangible para las generaciones venideras y modelo incólume e impertérrito de excelencias humanas”.

        Su estilo se hizo famoso en  Las Tinajas y Leoncio pasó a ser en adelante Don Leoncio. Al principio llevaba una libreta con cubiertas de hule negro donde anotaba los calificativos y epítetos copiados de La Trompeta de la capital –los mejores en su opinión-, hasta que tres meses después amplió su técnica anotando verbos y metáforas. Este recargo de erudición lo obligó a ampliar su archivo con otras dos nuevas libretas, verde una y roja la otra, para no confundirlas, en las cuales conservaba frases hechas tomadas de Belisario Roldán, el genio argentino y de Bossuet, el genio francés. Fue así como sin haberlo sabido hasta entonces, los tinajenses descubrieron un día que eran ínclitos, perínclitos, preclaros, estelares, egregios, esclarecidos, ilustres, impolutos y grandiosos.

        Como la redacción de tan literarias notas le demandaba al menos dos o tres días, don Leoncio se enteraba con antelación del nombre de los desahuciados y comenzaba a escribirlas para cuando llegara el momento del deceso. Publicar la nota necrológica de doña Mercedes Cora Guzmán de Pérez Montalbán, postrada en cama desde hacía meses por una dolencia incurable, se convirtió en la máxima aspiración del periodista. Esposa de un concejal y descendiente de uno de los fundadores del pueblo, y por lo tanto integrante de la aristocracia pueblerina, era para don Leoncio la presa preferida, algo así como ser coronado poeta ganador en los juegos olímpicos.  La ocasión de la gloria se le presentó cuando el director del diario le anticipó en secreto –no vaya a decírselo a nadie porque lo echo a la calle-, que la antedicha doña Mercedes no tenía más que para dos  o tres días de vida. Don Leoncio escuchó la noticia sin decir esta boca es mía, se encerró en su casa, trabajó con ahínco y redactó la nota necrológica de la futura difunta. Una página literaria augusta no se escribe así como así en unas pocas horas, a menos que uno sea Lope de Vega. La víspera del fallecimiento tenía la pieza literaria concluida y don Leoncio se recluyó a esperar en su retiro el anuncio oficial de la familia.

        La benemérita doña Mercedes tuvo la cortesía de morirse el día previsto. El director corrió a la casa de don Leoncio, pero en el camino se enteró del trágico choque de automóviles ocurrido hacía una hora, en el cual había resultado muerta la esposa del intendente, doña Francisca Eleuteria Magallanes de Domínguez Castro.

         - Don Leoncio, escríbame a todo vapor la necrología de la esposa del intendente. Acaba de morir en un accidente de tránsito -le ordenó.

- Pero, señor director, apenas tengo dos horas para escribirla y eso no es posible.

        - No me contradiga y escríbala o lo pongo de patitas en la calle.

             El escribidor meditó un instante y el miedo al desempleo le agudizó la mente:

                 - Tengo una escrita ya para doña Mercedes Cora Guzmán de Pérez Montalbán.

   El director la leyó y la encontró magistral. En menos que canta un gallo resolvió el dilema con esta orden:

              - Está bien, don Leoncio. Cambie el nombre de doña Mercedes por el de doña Francisca Eleuteria y mándelo a publicar. Un intendente es más importante para nosotros que un concejal. Y ya sabe, punto en boca si quiere seguir trabajando en el diario.

       La nota fue calurosamente elogiada en Las Tinajas y el secretario de la intendencia consiguió que se reprodujera en otros periódicos de la provincia. Don Leoncio, por su parte, comenzó a usar la siguiente semana un nuevo traje de casimir inglés, camisa de seda china y zapatos de cabritilla charolados, en reemplazo de su raído atuendo anterior.

  La maravilla necrológica decía:

 

                      “FRANCISCA ELEUTERIA MAGALLANES DE DOMÍNGUEZ CASTRO

 

     


Q.E.P.D.). En la noche de ayer se extinguió la vida de nuestra ilustre y preclara comprovinciana doña Francisca Eleuteria Magallanes de Domínguez Castro, esposa  fiel y abnegada de nuestro patriótico alguacil mayor don Hermenegildo Domínguez Castro, a quien acompañó sin desmayo en la defensa de los más excelsos valores humanitarios y democráticos a lo largo de su fecunda vida política.

    Con el fallecimiento trágico de la señora de Domínguez Castro nuestra sociedad pierde a una dama que por su ínsita bondad, ejemplar sencillez y pródigo altruismo, ocupó un lugar de privilegio en los círculos que frecuentó en los momentos en que su inquebrantable vocación maternal se lo permitió. Constituyó con su digno esposo un hogar ejemplo de virtudes y renunciamientos, y entre ambos transmitieron modelos de nobleza, amor y humanidad a sus vástagos, uno de los cuales está a punto de graduarse de escenógrafo en una universidad capitalina.

      Fue además una exquisita lectora de poesía, afición a la dedicó horas hurtadas al sueño, y que aunque celadas al interés público por su modesto silencio, era conocida por personas de su intimidad, quienes han elogiado la cautivante melodía de su recitación y la agudeza y finura intelectual de sus glosas.

     Dueña de una personalidad sin par, cordial, sugestiva y armoniosa, había venido al mundo en la Villa del Quebrachal, donde residen aún varios de sus antepasados y yacen sepultos otros familiares no menos ilustres, entre quienes nos congratulamos en recordar en particular a su padre, don Crisóstomo Cristóforo Crisólogo Magallanes, introductor en la vecina localidad de la primera bicicleta rodante fabricada en Inglaterra por la más prestigiosa empresa metalúrgica en el mundo.  

   Durante el sepelio de sus restos, que tendrá lugar en la necrópolis local a las 15 horas, se pondrá en evidencia, a no dudarlo,  el profundo e inconsolable dolor que su óbito ha producido en nuestra consternada sociedad, que anoche mismo ha iniciado las rogativas novenarias por el eterno reposo de su alma en el beatífico reino del Creador, en una atmósfera balsámica de aromas florales emanados de las incontables coronas y palmas recibidas”. 

      Letras son valores, no meros borrones, se dijo para sus adentros el plumífero don Leoncio parodiando a la Santa Doctora Teresa de Jesús. Lo demás ocurrió por propio encadenamiento de los hechos. El intendente, que jamás había imaginado la historicidad de su difunta esposa, habló con el director del diario, éste con el literato y los tres con el gobernador de la provincia, quien por decretó designó a Las Tinajas como la Capital Nacional de los Panegíricos Fúnebres.


Posted by Carlos A. Loprete at 3:07 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:08 PM BRST
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Monday, 9 March 2009
LAS TRIBULACIONES DEL SENOR EINSTEIN
Topic: cuento corto


  El tren debía partir ese domingo a los ocho de la mañana. Previsor como era, el señor Einstein llegó media hora antes. Con su cabellera revuelta de león descuidado, sus gafas sin marco sostenidas por la misericordia de la punta de su nariz y su paraguas colgado de uno de sus brazos, se deslizó por la plataforma del andén a pasos rápidos y se trepó presuroso al tren. Se instaló en el asiento correspondiente, depositó su bolso repleto de libros, dos manzanas  y un emparedado de carne y pepinos para almorzar y suspiró aliviado. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo sin planchar, suspiró aliviado y se puso a pensar en el diálogo sostenido con el jefe de la estación:

         - ¿Por favor, de dónde sale el tren para Winterthur?

         - Andén 7, a la derecha.

          -¿A la derecha suya o a la derecha mía?

   El jefe, creyéndose burlado, lo miró entre sorprendido y molesto, pero disimuló su enojo y le contestó:

         - A mi derecha, por supuesto- y le señaló con la mano el lugar.

        - Disculpe, señor, pero la derecha suya no es la mía y la información era incompleta.

   El señor Einstein estaba convencido de que su pregunta había sido correcta, se resignó ante la ignorancia ajena y tomó un libro de física para distraerse mientas esperaba la salida del  tren. Al poco rato, el convoy inició la marcha.

         - Las ocho en punto -le comentó el pasajero de al lado-.Como siempre los suizos, son los reyes de la puntualidad.

         - Buenos, las ocho de la mañana aquí, pero en la China son las ocho de la noche -comentó como de paso el señor Einstein.

         - ¿Y eso qué? Es lo natural. Cada lugar tiene su hora propia.

         - Entonces en el espacio la Tierra no tiene un horario único.

         - Seguramente que no, ¿Y por qué había de tenerla?

          - Por nada  -agregó el señor Einstein.- Fue una ocurrencia mía, nada más. Disculpe.

  El tren partió y ambos pasajeros se dedicaron a mirar por la ventanilla el paisaje de la campiña entre montañas. A los pocos minutos, el señor Einstein tomó nuevamente la palabra y le preguntó a su vecino de asiento:

       -¿ Desearía compartir esta manzana?-y le mostró la fruta-. Los médicos dicen que es un alimento completo. 

       - Si ellos lo dicen... -contestó lacónicamente el viajero tratando de eludir la conversación con el atrabiliario desconocido.

       - Quizás más tarde. Tengo otra en mi bolso a su disposición -respondió-. Dio unos mordiscos y comentó:

       - ¡Qué curioso! Estaba pensando que no sé donde caerán los bocados de esta fruta.

  El compañero de asiento lo miró frunciendo el ceño casi en actitud de enojo:

       - Discúlpeme, señor -agregó-. ¿Usted me habla en serio o en broma? Todo persona sensata sabe que los bocados caen dentro del estómago. ¿No lo sabía usted? ¿Dónde habrían de caer? Hasta los niños del jardín de infantes lo saben. 

       - De acuerdo, caen en el mismo estómago pero no en el mismo espacio. Fíjese si no. Tragaré un bocado cuando el tren pase por el comienzo de aquella próxima estación y  caerá en el estómago, pero cuando estemos al final de la estación. Luego el bocado no habrá caído en el mismo sitio del espacio.

   El señor Einstein quiso hacer un demostración ante el asombro de su interlocutor. Mordió un pedazo de la manzana, lo masticó y lo engulló. Los movimientos de la boca y la garganta confirmaron su explicación. El bocado había comenzado a caer al comienzo de la estación y había caído al final. Una vez que terminó de deglutir, tomó nuevamente el libro de física y continuó la lectura. El interlocutor jamás había pensado en semejante curiosidad. ¿Qué se traería entre manos semejante personaje?

   La belleza del paisaje que se veía a través de la ventanilla distraía el diálogo de los viajeros. La creación era para ambos el espectáculo más bello que los ojos humanos podían observar, y poco a poco confraternizaron. El señor Einstein, ese aparente loco dejó de serlo y se transformó en un inexplicable personaje. ¿Qué inteligencia superior, casi siniestra, anidaba su cerebro? La conversación ser puso más cordial y espontánea..

   Entre parlamento y parlamento, las afirmaciones del señor Einsten confundían al  ocasional acompañante, quien llegó a poner en su duda sus creencias anteriores. Una   pelota de goma que se desprendió de las manos de un niño sentado en el extremo del vagón que se dirigía hacia ellos complicó aún más la situación .

     - Dígame, amigo, esa pelota que corre por el piso hacia nosotros, ¿marcha hacia delante o hacia atrás?

       - Entiendo que hacia adelante.

       - Pues está equivocado. Como el tren corre a más velocidad que la pelota, la pelota se mueve hacia un sitio de más atrás, hacia la próxima estación, digamos. ¿Vio cómo las cosas no son como parecen?

   El señor Einstein sacó entonces su emparedado de jamón y pepinos y ofreció cortésmente la mitad a su compañero, quien rechazó con equivalente urbanidad el ofrecimiento alegando tener revuelto el estómago, por no decir su mente.  
 
   Un silencio prolongado sucedió al diálogo. Casi una hora transcurrió sin palabras,  hasta que el señor Einstein rompió el silencio:                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
   
        - ¿Falta mucho para llegar a Winterthur?                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              -     
      -Disculpe, señor, y no lo tome a mal. Antes de hablar con usted le habría dicho que unos diez minutos, pero ahora no lo sé. A lo mejor a la estación le ha dado por mudarse de sitio. Y a propósito, ¿podría decirme dónde está usted?                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
      
       - Déme un minuto de tiempo -respondió-, mientras saco mi libreta y hago el cálculo
      
       - Un bocinazo de aviso anunció a los viajeros la inminencia de la llegada. Cuando el convoy se detuvo, los dos pasajeros descendieron juntos en la hermosa villa rodeada de campiñas, agricultores y pastores que detenían sus labores para dar la bienvenida en procura de descanso y solaz. A punto de despedirse en el andén, el ocasional acompañante preguntó al señor Einstein:
         
         - Discúlpeme, amigo, ¿podría decirme si los humanos estamos cabeza arriba o cabeza abajo en la Tierra? Me ha quedado esa duda.
        
         - Es muy simple, señor. Estamos en un sitio del universo, no sabemos todavía en cuál, donde no hay arriba ni abajo, derecha ni izquierda. Estar cabeza arriba o cabeza abajo es lo mismo. Eso no importa mucho. Basta con que estemos.

    Se estrecharon las manos y cada uno por su lado se fue a gozar de las delicias de la naturaleza y de la cordialidad de sus habitantes.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 


Posted by Carlos A. Loprete at 5:10 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:09 PM BRST
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Friday, 20 February 2009
MIS PARIENTES HOLANDESES
Topic: cuento corto

 

     Llegaron un sábado a las nueve de la noche desde el aeropuerto de Ezeiza en un taxi que les cobró, por supuesto, mucho más de la tarifa oficial. El chófer no sabía que Lulia, la madre, era argentina, aunque residía en Amsterdam, con su esposo K. y su hijo Polke, ambos holandeses de nacimiento. Pero Lulia sí sabía que los taxistas del aeropuerto no trabajaban bajo normas de honradez y resultaba más práctico hacerse la ingenua y pagar, antes que iniciar las vacaciones con un conflicto personal.

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     Los recibimos en casa con gran expectativa, mi esposa e hija. ¿Cómo serían esos parientes que venían de un extraño país? Nos apresuramos a saludarlos y abrazarlos, pero con gran sorpresa nuestra, Polke dio un paso atrás y se negó a que lo tocáramos. No entendimos su actitud y pensamos que probablemente estaba intimidado ante parientes tan expresivos. Tener diez años no es edad todavía suficiente para ser un héroe social. No aceptaron compartir con nosotros una suculenta cena que les teníamos preparada, y únicamente admitieron tomar sendos vasos de una gaseosa con cola de fama universal.

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¡Qué prudentes -pensé- no quieren causar molestias!

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Milena, nuestra perrita joven y alegre, les dio una recepción menos confiada. Los ladraba en español con breves pausas en las que nos miraba a nosotros como esperando una respuesta aclaratoria, favorable o desfavorable a los recién llegados, husmeaba las tres enormes maletas que traían, se acercaba a Lulia, a K. y a Folke, los olía  y reolía, sin dejar de mover su rabo cortado y mirarnos en procura de una respuesta. Como no la obtuvo porque nosotros estábamos concentrados en la recepción, se resignó a extenderse en el suelo a nuestro costado, dispuesta a defendernos si fuera necesario. Padre y madre no se inmutaron con los ladridos y sólo Folke le dirigió unas miradas que no alcanzamos a comprender si eran de simpatía o temor. Les mostramos las habitaciones que les teníamos reservadas y nos fuimos todos a dormir.

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Al día siguiente, me desperté temprano y fui a la cocina para prepararme el desayuno, y encontré a  Lulia tomando mate con bombilla como solemos hacerlo nosotros. Hablamos únicamente de la Argentina y sus cosas, que ella no había olvidado y se complacía en rememorar, como sabueso que remueve de la tierra el hueso enterrado. Evidentemente había conservado intactas sus experiencias juveniles en el país enterradas en un voluntario olvido pero no hacía comentarios comparativos ni me decía “En Holanda nos desayunamos con…” A todas luces, evitaba hablarnos de los asuntos que podían suscitar desacuerdos. Mientras ocurría esto, Lulia preparaba el desayuno para su esposo y para su hijo. Para Polke esos pequeños limoncitos que aquí llamamos kinotos, papas fritas disecadas y me parece que una gaseosa de cola. Para K. no recuerdo. Lulia no despertó a ninguno de los dos y esperó a  que se levantaran por su cuenta.

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    Quiso después conocer mi computadora. La probó y me dijo que estaba mal configurada . Tecleó y retecleó por aquí y por allá y me la dejó programada de una forma increíble. Mejoró la configuración, agregó programas, instaló entradas directas y otras exquisiteces técnicas que me deslumbraron. Aplicando uno de esos programas, me mostró su casa en Amsterdam, vista desde diferentes altitudes y me explicó cómo era y cómo marchaban sus planes para el pago de las hipotecas.

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 En eso estábamos, cuando apareció Polke masticando los kinotos crudos y sonrió al ver el equipo listo para funcionar. A partir de entonces Polke se convirtió en un visitante fantasma, jugando con la computadora, mirando televisión,  masticando kinotos y entreteniéndose horas y horas por día.

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     Con K. yo me entendía en un medio inglés, al paso que mi esposa y mi hija se entrometían de vez en cuando escuchaban alguna frase conocida. Yo, por manifestarle mis buenos sentimientos, le mencionaba de vez en cuando algún personaje o hecho relacionado con su país, leído o escuchado de bocas expertas. Desfilaron  así por mi galería el delicado filósofo Erasmo de Rotterdam y sus divergencias  con la Iglesia de Roma; el torturado pintor Van Gogh y su extraño suicidio; las misteriosas reuniones secretas de los miembros e invitados del Grupo Bildelberg, fundado en Holanda por el Príncipe Bernardo entre otros, y al que la opinión pública consideraba  el grupo de poder capitalista más fuerte del mundo.

---Como mis infructuosos intentos de manifestar  mi simpatía no parecían obtener reciprocidad, intenté temas más cotidianos, y pasé al turismo en las islas de Araba y las Antillas Holandesas, a la esposa argentina del príncipe heredero Guillermo de Orange, a las vacas lecheras holando-argentinas, sin olvidar el próximo encuentro de fútbol entre los equipos de nuestros países en las olimpíadas de Beijing. Tampoco logré conmoverlo. K. escuchaba con atención y me respondía subiendo y bajando la cabeza, con un escueto yes o a lo sumo con una frase en inglés que yo entendía algunas veces y otras no.     

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Me quedaba un último recurso, la ginebra Bols, pero no sabía nada de ella. ¿Dónde encontrar información tan minúscula? Me salvó la Wikipedia, donde de paso aprendí que era una bebida espirituosa producida por el destilador holandés, Lucas Bols y alguna que otra minucia.

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Mientras este torneo no se definía, otro prosperaba, el de Folke y mi perrita. Milena iba y venía de la cocina donde se desarrollaban las conferencias académicas a la sala donde Folke efectuaba sus investigaciones informáticas. Sorpresivamente una mañana encontré que Folke y la perrita se abrazaban gozosos en un sofá frente al televisior y una alegría interior me inundó. ¡Por fin Holanda y la Argentina se habían unido!   

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     A los cinco días llegó el momento de la despedida: Lulia, K. y Folke tomaban un ómnibus a las sierras de Córdoba. Los acompañé en un taxi a la estación  terminal de Buenos Aires, para evitarles inconvenientes y ayudarlos en cualquier imprevisto. Durante la espera, lamenté que la perrita no hubiera podido venir a hacer lo mismo con su amigo Polke, y para ofrecer al niño un última manifestación de cariño, le compré en su nombre un llavero con la figura de un conocido jugador argentino de fútbol. Esta vez me sonrió con franca alegría, pero sólo me permitió que le diera la mano y no lo besara. Me lo imaginé en la escuela de su ciudad natal, exhibiendo el trofeo de su safari.

--A punto de abordar el ómnibus, abracé a Lulia, volví a dar la mano a Polke y me dirigí a K. Lo miré sin decirle nada, como pidiéndole aprobación para lo que iba a hacer, y le di un fuerte abrazo y lo besé. Sólo entonces se despojó de su holandés interior, me sonrió agradecido y me abrazó

 -- Dios los bendiga, parientes holandeses. Vuelvan pronto, mi casa es la suya.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

 


Posted by Carlos A. Loprete at 10:27 AM BRT
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:10 PM BRST
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Wednesday, 28 January 2009
ROSAMUNDA

 

 

Cinco meses y cuatro días habían pasado desde la última lluvia y el más leve movimiento del aire levantaba del suelo un sofocante polvo. Los vecinos se desplazaban por la ciudad cubriendo sus ojos y narices con pañuelos. Los cuchicheos en la calle se hacían dando la espalda al viento y por lo general se reducían a comentarios enojosos sobre el maldito viento y el gobernador.

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- Estamos orinados por los perros –se oía decir.

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Ese dieciocho de julio se había presentado sin embargo transparente y sereno. La oportunidad había llegado. Un destartalado camión apareció en la escena  envuelto entre broncos resoplidos  y se estacionó a la vera de la plaza principal. Enfrente, sobre la acera opuesta de la calle, la Casa de Gobierno ostentaba la arrogancia colonial de sus dos pisos con arcadas y tejas patinadas con el verdor de los años, con la enseña nacional al tope de un mástil, como recordando a los provincianos que allí se asentaba la fuente del poder.

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El chófer abrió la desarticulada puerta izquierda del vehículo, descendió y acomodó un sólido tablón en pendiente sobre la culata. Subió y comenzó a empujar desde adentro una vaca holando-argentina, mientras de doña Rosamunda la tironeaba desde abajo con una cuerda ensartada en el cogote de la res. El animal descendió con andar cauteloso para no rodar, ante el asombro de los transeúntes.

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La mujer, arrugada y desgreñada, no superaba los sesenta años de edad. Instaló la vaca en un macizo de la plaza para que pastara, a la sombra de un jacarandá. Con cuatro palos y una lona de arpillera improvisó un techo para protegerse de los rayos del sol, se sentó en una banqueta tambaleante , extrajo de un bolsón una centena de vasos plásticos, los acomodó en una mesita plegable, y señalando a la vaca inició su proclama:

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- ¡Leche gratis al pie de la vaca! ¡Leche gratis para los pobres!

         Mientras ordeñaba a la bestia llenaba los vasos y los ofrecía sin pago a los curiosos amontonados en círculo. Rosamunda persistía con su discurso:

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       - El gobernador se hace el chancho rengo y nos mata de hambre a los jubilados y pensionados, mientras él se llena la barriga y los bolsillos con el dinero del pueblo.

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        Y continuaba su desafío:

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       - Seguro que me está mirando detrás de las persianas de su despacho. Que baje si es tan macho y le daré un vaso para que la pruebe.

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       Doscientos cincuenta pesos mensuales sólo alcanzan para sustentar la comida de un abuelo durante una semana, y ésa era la suma que doña Rosamunda, la jubilada, había gastado para alquilar la vaca por un día a un tambero de los alrededores.

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       A la puerta del Club Social un socio distinguido, ex concejal jubilado con una asignación especial de seis mil pesos,  agregaba su opinión:

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       - A esa vieja loca tendrían que meterla en el manicomio. Habla de hambre y miren qué gordita está.

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      Rosamunda reclamaba a voz en cuello la presencia del gobernador, pero el funcionario no aparecía.

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      - Que grite todo lo que quiera. Yo estoy vacunado contra las protestas –comentaba el gobernador desde su refugio detrás de la ventana-. ¿De dónde quieren que saque yo la plata para vivir?  En esta provincia todos quieren ser ricos.

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      Los cuarenta litros y medio de leche alcanzaron a distribuirse en tres horas. Levantó entonces Rosamunda su tienda de campaña y se retiró como llegó. Los comentarios sobre la hazaña de la mujer corrieron de boca en boca durante el resto del día, y al siguiente, el olvido colectivo se encargó de lo demás.

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     Las hojas de agosto, septiembre y octubre cayeron de los almanaques. Para el Día de los Muertos, a principios de noviembre, la oficina meteorológica anticipó  una jornada bochornosa y seca, con brisas leves del norte. Minutos antes de las once doña Rosamunda estaba instalada en la plaza enfrente de la Catedral, invitando a los asistentes al templo a paladear chorizos y pan sin costo alguno. Había traído consigo una larga parrilla ayudada por dos ancianas y entre las tres atendían la cocina.

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-  Exquisitos –agradecían los beneficiarios en medio de la humareda.

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      Desde su atalaya en la Casa de Gobierno, en diagonal con la Catedral, el gobernador y su secretario privado espiaban el festín:

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      - ¡Doscientos chorizos para dos mil personas! –ironizaba el mandatario-. No alcanzan ni para tapar los agujeros de las muelas. Diga que es vieja y viuda, si no ya la tendría pudriéndose en un calabozo

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           Doña Rosamunda, aunque no lo escuchaba, presentía sus denuestos. Tomó entonces una bocina y gritó apuntando al edificio gubernamental:

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          - Queda uno para el gobernador! Lo espero quince minutos si quiere bajar. Pero apúrese porque se va a enfriar y la grasa fría hace mal al estómago.

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         La multitud giró sus cabezas , pero la persiana siguió baja.

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         El veinticuatro de diciembre, cuando los empleados salían de los comercios y oficinas para festejar la Nochebuena en sus hogares, notaron frente a la Casa de Gobierno un murmurante gentío que colmaba el lugar. Doña Rosamunda había prometido a la prensa que se suicidaría en público, si para ese día el gobernador no había aumentado las asignaciones para los jubilados. La ciudad no guardaba memoria de un anuncio de esta naturaleza. Gritar, vaya y pase. Regalar leche y chorizos, podría ser. Pero suicidarse ya era otra cosa, se decía en los corrillos. Desde la aparición del cometa Halley en 1910, ninguna expectativa había sido tan angustiosa. Se hicieron apuestas por sí y por no, de todo tipo. Benicio Portales, propietario de una funeraria, se  había manifestado como uno de los más descreídos:

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        - La entierro gratis –prometía-, en cajón de caoba importada con manijas de oro, coche de lujo y banda música, si se mata.

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        Un empresario de la construcción hizo conocer también su apuesta:

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     - Y yo le levanto un panteón de diez metros de alto, se si atreve.  Sólo los monjes australianos se suicidan –continuó-, confundiendo a los budistas con los australianos.

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      El suicido prometido se consumaría a las cinco de la tarde. Al secretario privado del gobernador se le ordenó asistir disfrazado entre el gentío junto con otros hombres del servicio de inteligencia para espiar el acontecimiento desde adentro. Unos minutos antes de la hora anunciada, un coche de plaza tirado por un caballo se abría paso entre la multitud, con la capota descubierta y doña Rosamunda sentada en el único asiento como en un trono real:

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    - ¡Dejen pasar! ¡Dejen pasar! –gritaba el público coreando a voces el pedido a latigazos del conductor.

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    El carruaje se detuvo en la esquina de la Casa de Gobierno y descendió la inminente suicida, cubierta la cabeza con un pañolón negro, sin pronunciar palabra ni mirar a los costados. Enfiló hacia el pórtico de entrada por un estrecho pasaje que le abrían los espectadores. Diecisiete minutos exactos demoró la mujer en el recorrido. Se detuvo frente a la entrada del edificio, donde seis guardias uniformados, impertérritos y solemnes como estatuas babilónicas , custodiaban el acceso. Rosamunda se detuvo frente a ellos y esperó unos instantes. Extrajo luego un revólver de su bolso y continuó impasible, sin hacer movimiento alguno.

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- ¡Coraje, doña Rosamunda! ¡No afloje ahora! –se oyó gritar.

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       Fue el relámpago que disparó la tempestad de consejos:

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       - ¡No lo haga, señora, no lo haga!

       - ¡Dios la castigará si se mata!

       - ¡No le dé el gusto a ese cretino, señora!

       - ¡Guarde la bala para el gobernador, Rosamunda!

       - ¡No sea zonza, señora, el gobernador se saldrá con la suya!      

       - ¡No se mate, señora! Usted ya hizo bastante por nosotros. Aunque se mate seguiremos siendo pobres.

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       Doña Rosamunda seguía quieta y muda en medio del turbión clamoroso. Giró luego la cabeza y vio un alto recipiente para residuos instalado cerca. Meditó unos instantes,  y ante el desconcierto del público caminó hacia él, lo destapó, se metió adentro y desde el interior cerró el recipiente.

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       No se oyó estampido alguno. Acto seguido dos ordenanzas uniformados salieron del edificio, levantaron el tacho y lo llevaron adentro.

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       Hasta el presente nadie ha tenido noticia alguna de doña Rosamunda, la jubilada pobre.

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Posted by Carlos A. Loprete at 3:52 PM BRT
Updated: Wednesday, 28 January 2009 5:04 PM BRT
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Saturday, 10 January 2009
EL FILTRO

 

                                  

 

        El intendente de la ciudad de Buenos Aires, la ponderada Atenas del Plata del siglo pasado, es un hombre elegido en democrática vocación. Elegido sí, pero por error de sus camaradas de partido que lo seleccionaron confundiéndolo con otro avispado afiliado  de su mismo nombre y apellido. Los votantes lo consagraron porque la lista de candidatos no se discutía. Hasta su nombre lo escribía con transgresiones ortográficas. Ponía Marti donde debía escribir Martí, con acento. No se avergonzaba de ser bobo, porque como bobo que era no se daba cuenta de serlo.
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           Debo confesar que vacilo entre varios sinónimos para calificarlo, porque no soy propenso a la ofensa y respeto al prójimo como a mí mismo, obediente al catecismo dominical que nos enseña que todos somos iguales, hermanos digamos, hijos de un mismo Creador. Podría haberlo reputado de mentecato, lelo, majadero o pazguato,  pero esas palabras me sonaban a reliquias y panderetas sevillanas y mi personaje apenas si sonaba un pito y esto con dificultad. Estólido y necio eran adjetivos demasiado académicos y están envejecidos. Insensato implicaba favorecerlo porque ser carente de sentido no es lo mismo que ser bobo. Si lo llamaba simple los lectores podrían confundirlo con sencillo, y pensarlo un hombre humilde, bonachón, modesto.
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          Me quedaban en el diccionario bobo,  tonto y estúpido , que vienen a ser lo mismo, pero menos grave me pareció la primera. En cualquier opción, no debo dejar de reconocer que su nivel intelectual no lo pondría alegre a ningún psicólogo ni a ningún historiador del país. Adjudíquele usted el que quiera.
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Indudablemente no es como yo, un pobrecito  vecino del barrio, que barre de mañana la acera, va al supermercado a comprar las vituallas diarias más baratas, chismea de cuando en cuando con algún vecino, ayuda a su mujer a cocinar y mira televisión con un vaso de vino en la mano si el presupuesto le da permiso.
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Ninguna calle en la urbe lleva mi apellido ni he sido premiado con una medalla de oro por alguna especialidad cultural de actualidad, como haber triunfado en una carrera de embolsados,  por ejemplo, o distraer los domingos en una plaza a los niños sin techo echando fuego por la boca o arrojando bolos al aire. Tampoco ni nombre está inscrito en la lista de espera de honorables futuros, por mis ideas liberales. Por ahora no soy campeón de nada, pero quién le dice, de pronto un concejal que pretende mi voto para su reelección me postula como candidato al premio de limpieza urbana por sacar a pasear mi perrita con una escobilla, una palita y un balde. Nunca se sabe.
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           Esta omisión no me inquieta ni me quita el sueño, ya que hasta ahora hay anotados en la lista de espera ciento tres vecinos. Los candidatos con mayores probabilidades son  tres goleadores de fútbol; un entrenador del zoológico para que los guanacos no escupan a los visitantes, un fabricante de pizzas por su fórmula para ahorrar orégano, dos piqueteros especialistas en el bloqueo de calles y encendido de neumáticos, un cantautor de protestas y lloriqueos; quince muchachos del rock vociferadores y simiescos, con peinados coloridos que crecen para arriba y tatuajes en sus cuerpos, y un poeta de murgas carnavalescas en lenguaje popular, cuyos textos no me animo a transcribir pues no comulgo  con la obscenidad.
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     El caso es que alguien le susurró al oído al intendente que mucha gente se quejaba del peligro de permitir la proliferación del mal gusto en la ciudad arriesgándose a perder las próximas elecciones. Aceptó la advertencia el  tal Martí y analizó varios proyectos que le ofrecieron sus asesores. No lo convenció ninguna de las
propuestas. Aumentar las horas de clase de los niños resultaría impopular entre los padres y los hoteleros, los primeros porque tendrían que trabajar más horas en ayudar a los párvulos a hacer sus tareas escolares, y los segundos debido a que los hoteles y lugares de veraneo disminuirían sus clientes. Más valía hotel completo que niño culto. Obsequiarles libros gratuitamente resultaba muy oneroso y de todos modos, en los desfiles escolares el público sólo puede ver la blancura de los guardapolvos y no la cantidad de ideas del cerebro.
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          Podría recurrir a los llamados medios de comunicación, aumentando el número de programas educativos, suprimiendo las escenas de desnudo de la publicidad, restringiendo el tiempo dedicado al ofrecimiento de cosméticos que revitalizan la piel, yogures que alargan la vida y aportan calcio, hierro y todo el abecedario de vitaminas, aparatos de gimnasia que lo hacen todo y mueven los músculos del cuerpo humano reduciendo la obesidad abdominal mientras el cliente descansa, utensilios domésticos que hacen la comida automáticamente, limpian los pisos, enceran y matan los microbios del perro al tiempo que el ama de casa escucha una novela. Pero ni pensarlo. Los industriales escandalizarían la ciudad, no pagarían los impuestos y apelarían a la Comisión  Interamericana de Prensa por la falta de libertad.
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         Lo sedujo la proposición de su quinto secretario privado, un mocito algo leído y escribido, que formaba sus opiniones íntimas en las pantallas de la CNN en inglés. Según un anuncio de la mencionada emisora, en Suecia, país del primer mundo industrializado, un profesor de la Universidad de Upsala, que no se hacía el sueco en cuestiones de ciencia, había creado un prototipo de aparato culturalizador de última generación, especialmente adaptado a las necesidades de la globalización. Una magnífica oportunidad para instalar el primero en Buenos Aires y recuperar la primacía entre los países del tercer mundo. Su inventor lo ofrecía en el mercado bajo el eslogan de “Recupere el tiempo perdido. Venga con su país como es, y lo dejaremos como debe ser”.
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           Dicho y hecho. Ordenó hacer venir al experto de Suecia y le encomendó la construcción del sistema culturalizador en Buenos Aires.  El inventor requirió el pago anticipado de un cincuenta por ciento del equipo a construir, comida y alojamiento en una quinta de recreo en Lomas de Zamora para treinta ayudantes, residencia  y tres galpones con aire acondicionado, sauna, cancha de tenis, y sala para distracción nocturna, amén de viáticos, sueldos y un estipendio mensual para su secretaria privada y traductora. La votación próxima era más importante que los gastos que debía sufragar la intendencia, de manera que los concejales aprobaron por unanimidad la contratación de los servicios requeridos, ordenaron pagar reteniendo para ellos un veinte por ciento del importe total por su patriotismo y cursaron a Upsala los telegramas y fondos pedidos.
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       El susodicho intendente anunció con bombos y platillos en cuanta tribuna hablaba la restauración de la urbe, que en adelante dejaría de llamarse la Reina del Plata para ser la Capital de la Cultura Sudamericana. La comisión de genios suecos llegó una noche y fue recibida por el intendente y su cohorte de funcionarios y asesores. El sueco inventor era un cabezón de pelo blanco despeinado, anteojos para playa,  cuerpo de levantador de pesas, mejillas enrojecidas por el alcohol, que se expresaba  mitad por señas y gestos y la otra mitad con palabras del inglés, el francés y español mexicanizado, amén de algunos porteñismos de alabanza aprendidos de urgencia: macanudo, fenómeno, chau.  La comisión de recepción fingía no oír los dislates del recién llegado, y el intendente se aguantó que lo llamara che en vez de usted, y el secretario de finanzas disimuló con una sonrisa forzada que lo tratara por su notoria juventud de pibe en lugar de señor.
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            - Bienvenido a esta ciudad, ilustre señor  Halmstad
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             –lo saludó el porteño.
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             -Más bienvenido sea che
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               –respondió ceremonioso el escandinavo en su cuarto de lengua.
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La ilustrada treintena de huéspedes se encerró en las instalaciones preparadas y comenzó en reserva sus trabajos, protegida por una cerca de madera plantada a propósito. Día a día entraban al recinto custodiado por guardias armados camiones con metales, materiales eléctricos y electrónicos, aparatos de medición y otras mercancías necesarias, en abundancia tal, que únicamente eran superadas por las de langosta chilena, pulpos gallegos, bananas ecuatorianas, cocos haitianos, champán francés, vodka ruso, vino lombardo, agua embotellada norteamericana, y otros productos alimentarios procedentes de los países que integran las Naciones Unidas.
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El pueblo curioso merodeaba día y noche el lugar, al lado de los periodistas de la televisión, tratando de husmear alguna primicia. Si sonaba una sirena, para algunos era indicio de que cesaba la jornada de trabajo, mientras que para otros era una alarma porque algo estaba por explotar. Cualquier grito humano era presagio de un motín interno, cualquier borrachera nocturna se interpretaba como un disturbio por la falta de pago o una orgía improvisada con visitantes encubiertas, en fin, ya se sabe que no hay como la falta de noticias para generar rumores.
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El intendente hacía concurrir dos veces por semana al sabio Halmstadt, lo agasajaba con una cena privada y conversaba sobre el proyecto:
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            - ¿Todo bien, míster Halmstadt?
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             -lo inquiría, sin saber que un míster debe ser norteamericano y no sueco.
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             - Muy bien, Su Excelencia –respondía el genio.
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           - Me alegro mucho, my friend
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            –le contestaba en inglés, por consejo de un asesor
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             -.El  día de la inauguración se aproxima y debo cumplir con mi pueblo. ¿Me podría adelantar algunos detalles de la obra? Estoy ansioso por decirle algo a los vecinos. Los periodistas no me dejan en paz si no les digo algo.
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            -Excuse me, che. Más adelante se lo diré. ¿O no confía en mí? Dígales que los suecos no mentimos y sabemos lo que hacemos. No es un atomic projec y no explotará. That’s enough.  En su momento lo sabrán.
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           A todo esto el intendente Martí no soportaba más la ansiedad por tener detalles de la obra, insistió ante don Halmstadt y pudo visitar de incógnito la preparación del fabuloso aparato. De poco le sirvió la inspección, porque como no distinguía entre una perforadora y una prensa, se quedó en ayunas, dándose por satisfecho para disimular.
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            La expectativa creada en la opinión pública crecía día a día, al punto que el intendente, para librarse de los llamados periodistas de investigación con sus cámaras ocultas, no tuvo más remedio que internarse en la clínica de un amigo y hacerse operar de una apendicitis fingida. Sin embargo, el periodismo no cejaba y las elecciones se acercaban. Inventó un viaje a Montevideo con el pretexto de tratar asuntos de interés común a ambas ciudades hermanas, obligó a su hija a casarse con un amigo carioca y poder asistir a las bodas en el Brasil, se hizo practicar un chequeo médico completo en Miami, y así ganó cuatro meses de tiempo.
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            Pero como todo lo que empieza termina alguna vez, don Halmstadt lo sorprendió una mañana con la noticia de que el equipo estaba terminado y le indicara el sitio dónde instalarlo. El asunto requirió una sesión de urgencia de la cúpula gobernante. El sitio debía ser histórico y amplio. Se descartó el Hipódromo porque los turfistas lo ocupaban todos los días de la semana, día y noche, con carreras hípicas, sin contar con que el presidente de la institución era opositor y podía aprovechar la ocasión para infiltrar su figura como patrocinante. La zona aristocrática de Puerto Madero estaba colmada ya de restaurantes, cabarets y  casinos, y los parroquianos embelesados con el atractivo de las comilonas  no cambiarían un menú japonés por un filtro. En el barrio de Mataderos había lugar, pero estaba alejado del centro y su historia de gauchos reseros,  matarifes y payadores, no condecía con la modernidad del invento.   
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-              - No nos queda entonces más que la Plaza de Mayo. Es la plaza de los grandes acontecimientos del país -argumentó el intendente Martí.
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                 - Pero ya hay hay allí una estatua y la Pirámide desde la época de la proclamación de la libertad  -arguyó otro secretario que recordaba la Revolución de Mayo de la escuela primaria. 
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                - Las corremos de lugar, colocamos el equipo y a otra cosa. ¿Qué le hace una mancha más al tigre? Como dice el refrán, “Donde comen dos, comen tres”. 
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                 - Excelente idea, señor intendente –concluyó un tercer asesor.
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                 - El equipo se instaló en horas nocturnas, sin la presencia de curiosos y las instalaciones se taparon con arpillera como una torre de petróleo en California. En la parte delantera se levantó un tablado, donde se hicieron presentes para la inauguración el presidente, sus ministros, el intendente y su corte de funcionarios. Unos y otros lucían espléndidos dentro de sus respectivas vestimentas, tachonadas de condecoraciones y demás atributos de sus investiduras, una especie de coronación imperial, prestigiada por la concurrencia de embajadores, prelados y gente de uniforme.

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Una trompeta llamó a silencio a los presentes, la sirena de una autobomba de bomberos hizo coro al sonido del estridente metal, se abrieron las jaulas de trescientas palomas de paz, los pájaros elevaron su vuelo revoloteando sus alas teñidas de los colores patrios, hasta que estelas de cohetes luminosos anunciaron el descubrimiento de las instalaciones construidas. Los circunstantes lanzaron al unísono una oleada de interjecciones de sorpresa, pasmados de sorpresa por el curioso ensamblaje de torres metálicas, andamios, reflectores, bocinas, aspersorios de vapores olorosos, antenas parabólicas apuntadas a los cuatro rumbos de la atmósfera, y bocinas que hacían vibrar los tímpanos. Observado desde la lejanía el complejo, se veía un poco más pequeña que una torre de lanzamiento de cabo Kennedy. ¿Para qué servirían tan diversos instrumentos? ¿Cómo operarían en el espacio para obtener la transformación de la cultura argentina? Habría que esperar hasta las doce en punto de la noche para que el prodigio comenzara a producirse.
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El presidente pronunció el discurso inaugural con las elocuentes palabras escritas por un anónimo periodista a sueldo. “Por fin para nuestro amado, querido y nunca bien reconocido país, sin alardes triunfalistas ni alabanzas ajenas a nuestro humilde modo de ser, y con la presencia de este abnegado e inteligente pueblo que nos acompaña, tengo el honor de inaugurar y entregar al asombro del mundo, estas instalaciones productoras de la cultura que merecíamos, y que habrá de ayudarnos en la insobornable vocación de grandeza que nos legaron nuestros mayores”, dijo el presidente al comenzar. El intendente calificó a la obra de “monumental, ciclópea, bárbara, grandiosa, fenomenal” y la comparó a las pirámides egipcias y a los jardines colgantes de Babilonia, según iba leyendo el texto que le habían preparado. A cada párrafo enfático, un ayudante disimulado en el gentío de la plataforma hacía una señal con su mano, y una banda de partidarios del público hacía sonar una veintena de tambores que servían de telón de fondo a los aplausos convenidos.
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El intendente Martí anunció que a partir de la medianoche el equipo se pondría en funcionamiento y cada ciudadano podría experimentar en su hogar los beneficios del nuevo sistema. Pidió a la muchedumbre retirarse tranquila y confiada a sus hogares, se montó en un helicóptero con el primer magistrado y desapareció en el horizonte.
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El sol declinó en el horizonte, la Plaza de Mayo se cubrió con un manto de sombra a la espera de los sucesos, y los vecinos se reunieron en sus hogares, en las sedes del partido oficialista y en los cafés cibernéticos. La ciudad se convirtió en un hervidero de comentarios, rumores y conjeturas por todos los lados. ¿Habría llegado la gloria que los patricios fundadores de la patria nos habían prometido? Casi dos siglos había demorado ya el advenimiento esperado, y aunque la bobería del intendente Martí no alcanzaba seguramente para realizarla, quizás el Señor de las Alturas hubiera decidido darnos una mano con sus ángeles protectores.   
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Las cosas comenzaron a suceder a la hora anunciada. Las pantallas de los televisores se ponían en negro y enmudecían automáticamente cuando aparecían escenas eróticas,  lo mismo que cuando un político hablaba en público o un periodista mostraba niños famélicos y desnutridos. Al aparecer en la pantalla un delegado del Fondo Monetario
Internacional opinando con dogmatismo científico que la deuda pública debía pagarse porque de lo contrario sufriríamos mucho, la negrura y el silencio se apoderaban nuevamente de la pantalla chica. Durante toda esa noche y los dos días siguientes, desaparecieron los programas del intendente dialogando con el conductor, rodeado de sus hijos y de su silenciosa esposa con los párpados caídos como santa medieval. En esos días no se vieron más misiles cruceros, bombardeos nocturnos con precisión milimétrica, financistas fraudulentos de la bolsa de Nueva York, desfiles de jóvenes casi desnudas en la pasarela de un modisto europeo, fuegos artificiales del año nuevo en Tokio, declaraciones de un futbolista que había tenido una torcedura de tobillo o de un basquetbolista detenido por eludir el pago de impuestos.   
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En los diarios y revistas las noticias sensacionalistas y escabrosas aparecían sustituidas por cuadros negros, y en los noticiarios de radio eran interferidas por zumbidos,  mientras las palabras obscenas se encubrían con silencios. Tan sorprendentes como estos cambios fue la infección de un virus selectivo que empezó a aparecer en Internet. Se lo denominaba virus Séneca 34X , acaso por alusión al moralista latino y se caracterizaba por transformar las letras en números como tablas de logaritmos que no admitían lectura alguna. Las noticias falsas, las propagandísticas, las engañosas y las desvergonzadas  eran reemplazadas por series de signos
incomprensibles. Así por ejemplo, presidente se transcribía 6?*<>””#%$, y sabio por 00000, acaso porque no existía ninguno en la ciudad y sus alrededores.   
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Las asambleas políticas no salían al aire, ni los vuelcos de ómnibus ni los choques de automóviles. Tampoco los asesinatos ni los suicidios. Los nombres propios de dirigentes, gremialistas y piqueteros habían sido borrados de la memoria de la torre y de los diccionarios históricos. .
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Mas grave aún que los virus comunicativos fueron los virus biológicos que perfeccionaban la tarea de depuración. Como en un campo de guerra moderna, esos virus eran selectivos y afectaban a cada inculto en el punto clave de su oficio. Los políticos enmudecían al pretender hablar en asambleas públicas, los dedos de los redactores se endurecían y no se movían frente a las hojas en blanco o al teclado de las computadoras, los mentirosos tosían sin poder pronunciar palabra, los difamadores se ahogaban, los malos pintores dejaban caer de sus manos las paletas y tarros de pintura, los guitarristas rompían las cuerdas y los cantores improvisados sentían inmovilizarse la úvula del paladar. Los barcos extranjeros se negaban a entrar en la zona portuaria y los aviones no aterrizaban para evitar el contagio.
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A la semana el presidente mandó a llamar con urgencia al intendente Martí:
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         - Tenemos que hacer algo o nos cuelgan a todos. ¿Se le ocurre alguna idea?
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        - Sí, desarmar el equipo y dejar todo como estaba.
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          - De acuerdo, pero que sea esta misma noche.
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Una tremenda explosión sacudió entonces la ciudad en horas nocturnas. Una brigada de mil soldados recogieron pieza por pieza, tornillo por tornillo, los restos de las instalaciones esparcidos por el suelo y al amanecer la estatua y la Pirámide aparecieron en el lugar donde están hoy en día y pueden admirar los turistas.
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Desde entonces los opositores políticos lo llaman “el estúpido mayor de la ciudad”, calificativo que yo me habría negado a habría negado a emplear por impiadoso.
    
 
 
 
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Posted by Carlos A. Loprete at 8:54 PM BRT
Updated: Wednesday, 28 January 2009 4:31 PM BRT
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Saturday, 3 January 2009
AMBROSIO PAREDES ME DICEN

 

 

Se llamaba realmente Nemesio Leiva, pero sólo de día, porque de noche era Ambrosio Paredes.    

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 Cada hecho tiene su escenario propio para suceder. En lugares de iluminación profusa la indiscreción lumínica entorpece el fingimiento y delata los pasos furtivos. La oscuridad hipócrita favorece desde los tiempos de la candela de aceite los amores espurios y los atracos en los callejones.      ------------------------------------------

En el suburbio de Barracas, donde se asienta la espuma proletaria de obreros y artesanos abandonados por las olas atlánticas, Nemesio había aprendido gracias a su deambular callejero esta elemental verdad. El tango presumido engaña al ruedo de admiradores y apostadores los sábados y domingos por la noche,  bajo el relumbrón agonizante de las asmáticas lamparillas eléctricas. El cuchillo justificador del honor engreído ostenta su insolencia en el cinturón de los bailarines, en la espera paciente y silenciosa del desafiante que ponga en duda la valentía del  taita portador.    --------------------

  Es esa lánguida frontera donde la pampa y el asfalto discuten el derecho de avanzar, Nemesio Leiva ha comprendido que su redención social requiere abrirse paso desde los   cafetines y bailongos arrabaleros hasta los cabarets del centro de la ciudad, donde las damas ricas distraen su aburrimiento conyugal en procura de un auténtico macho salvador, y donde la lenidad de las leyes y la corruptela de los vigiladores públicos hacen vista gorda al delito a cambio de un  fajo de billetes.              -----------------------------

      - El cuchillo es lo único que respetan los hombres  ----------------------

     –le había dicho su madre-. Si lo desenvainas, húndelo hasta el fondo.    --------------------

  En su recoveco del fondo del conventillo esperaba que el traqueteo del tranvía del Bajo hubiera despertado al más remolón de los inquilinos para liquidar del todo el silencio nocturno con su sinfonía de martillazos y el canturreo de valsecitos criollos. Fungía de hojalatero alargando la vida de cacerolas y cacharros de metal con su destreza en el golpeteo y la soldadura de estaño, matizados de tanto en tanto con los resoplidos de satisfacción por los resultados obtenidos.     -------------------------------------

 Complaciente y amistoso, sus vecinos del inquilinato recogían de sus labios los buenos días prometedores, el elogio estimulante del traje o vestido recién estrenados, las felicitaciones gozosas por el premio ganado en la quiniela, cuando no el piropo zalamero que hacía sonreír ir y exagerar el balanceo de cadera de las muchachas en estado de merecer. Mas a pesar de su locuacidad reconfortante, nada ni nadie había logrado perforar la coraza de su intimidad, ni siquiera el coqueteo provocativo de la diosa del albergue al pasar delante de él en busca del agua para el puchero diario en la canilla común.     -----------------------

   Por las noches mudaba su vestimenta obrera apretándose dentro de un angosto pantalón de fantasía rayada, un saco de impecable negrura con ribetes blancos en las solapas y cuello, y un chambergo de ala requintada. Completaban su atuendo de valiente unos espejados zapatos de cabritilla negra y el legendario pañuelo de seda blanca con el monograma bordado A.P.  Con estos atavíos de vestuario advertía a los parroquianos del cafetín que debajo de la faja de su cintura dormitaba latente la muerte al filo de su facón.     -----------------

 Para los vecinos de Barracas no pasaba de ser un presumido enamorador de hembras, último ejemplar quizás de una estirpe en extinción, despojada ya de su fama heroica y salpicada por la irreverencia burlesca de la nueva generación. Acorralado entre dos fidelidades, Nemesio Trejo se inclinaba por la heredada consigna de su madre en su lecho de muerte:      ---------------------

  -Sé algo, hijo mío. Nosotros no pudimos.     -------------------

 Para los varones de la lunfardía, el culto del cuchillo letal venía después de Dios y del amor a la viejecita. Nuca se sabe por qué se mata, pero es algo que no se puede evitar. Forma parte del destino y sucede en el momento menos pensado, sin buscarlo, como sucede con el amor. Quien traiciona al caudillo político o infama a la mujer del prójimo se ha internado en el laberinto del cuchillo. El honor se limpia únicamente con la sangre chorreante del filo acerado.     ------------------------- 

  En los lúgubres bailongos de Nueva Pompeya, los compadritos menores abrían paso a Ambrosio Paredes cuando entraba en los locales vecinos a confirmar su fama de taita mayor, no fuera que olvidaran su nombre o buscaran sustituir su señorío. Si se anticipaba a requebrar a alguna coqueta o le indicaba con un gesto del mentón que la había escogido para la próxima pieza, el compañero de la bailarina se apresuraba a desprenderse de ella, quedarse quieto en su lugar y mirar de reojo a su competidor, sin decir esta boca es mía, tragándose el desafío. Y si algún parroquiano arrancaba los aplausos de los concurrentes por sus cortes y quebradas, Ambrosio retomaba su fama con las improvisaciones de una guitarra.    ---------------------- 

   Una noche de Carnaval de mil novecientos dieciocho, cuando el médico de guardia del Hospital Rawson le retiraba respetuoso del vientre la hoja del cuchillo y suturaba las entrañas para restañar los borbotones de sangre, intrigado por la derrota del afamado rey, se atrevió a preguntarle cautelosamente:         -------------

   -¿Y por qué no se defendió con el cuchillo que llevaba, don Ambrosio? -         ------------------------------------------

 Es que soy Nemesio Leiva y no Ambrosio Paredes como me dicen, doctor. Y ese cabrón lo había presentido.

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Posted by Carlos A. Loprete at 4:37 PM BRT
Updated: Saturday, 3 January 2009 4:55 PM BRT
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Wednesday, 26 November 2008
CON PERMISO DE SAN PEDRO

   

  

     Tanto insistí a San Pedro, que terminó por autorizarme una salida temporaria de un mes del cielo con dos condiciones. La primera, que no revelaría a ninguna persona los secretos de la morada celestial; la segunda, que las nuevas acciones en la tierra, buenas y malas, serían computadas como una continuación de las anteriores, y en ese caso, ponía en riesgo la continuidad de mi permanencia en el Paraíso.

     Aparecí en la Plaza de Mayo y dirigí la mirada hacia la Casa de Gobierno, sede oficial del presidente y sus ministros.  Con gran sorpresa mía, el edificio que yo había conocido no estaba más allí. En su lugar había un parque de diversiones, un estadio, o algo así. Me aproximé  sorprendido al lugar. No había caminado unos quince pasos cuando vi aproximarse una muchedumbre de hombres desarrapados, sin camisa, vestidos únicamente con pantaloncitos cortos o vaqueros de tela grosera, con agujeros por todos lados,  y calzados con alpargatas de tela negra y suelas de cáñamo. Casi sin excepción portaban botellas de material plástico de las cuales sorbían cerveza o gaseosas a cada instante. Atronaban los oídos con pitos, maracas, castañuelas, matracas y bombos. Los varones  lucían cabelleras de distintos colores, los pelos cortos o pegoteados hacia arriba; las caras con aretes en las orejas, las narices o los labios; y tatuajes de serpientes enroscadas, diablos, corazones ensartados y flechas por todos lados. Revoleaban al aire banderas  con rostros de campeones de fútbol o guerrilleros famosos, amén de leyendas depredadoras y salaces. Las mujeres apenas cubrían sus torsos con camisolas cortas y raídas. Unas y otros proferían quejas ante los periodistas, por un hijo muerto por la policía, por el cierre de una fábrica y la falta de trabajo, por sueldos no cobrados, por su desalojo de una propiedad usurpada y miles de impertinencias más.

        Al notar mi presencia, el grupo se detuvo y se dedicó a observarme. Me señalaban con sus manos, hacían comentarios entre sí y se reían burlonamente. Uno de ellos, al parecer el jefe, tatuado de la coronilla a los pies y con un palo en la mano, se desprendió del grupo, se me acercó y dijo:       

        -¿Qué hacés vos aquí con esa facha? ¿No sabés que ya no se usa esa ropa? Parecés el abuelo de mi tatarabuelo disfrazado de mascarita en Carnaval.

       Dado que había resucitado sin memoria del Paraíso, sólo recordaba mis años de vida terrestre, y le contesté perplejo:

       - Pero ésta es la ropa que yo tenía puesta ayer  y no entiendo cómo ha cambiado tanto la  moda.

       - No te hagás el vivo, viejo estúpido. Te sacás esa ropa de los tiempos oligarcas y te  vestís como nosotros o te mandás a mudar de aquí. Se acabaron los tiempos de San Martín y de Sarmiento. Nos ha costado mucho conseguir la democracia y no estamos dispuestos a perderla por un vejestorio pasado de moda.

       No supe qué responder y opté por retirarme con una inclinación de cuerpo pidiendo disculpas a mi interlocutor, quien me agradeció con un puntapié en las nalgas y un escupitajo de desprecio. Debo confesar que sentí miedo de verme entre tanta gente distinta. Temí que algún desaforado se sintiera afectado y me metí en el sanitario de un bar donde me desarreglé lo más que pude. Me despeiné, me quité los zapatos y media vestimenta, quedé casi en cueros, y salí a la calle. Compré a un vendedor ambulante una bandera cualquiera de las innumerables que se ofrecían, rojas y negras con iniciales dibujadas, una matraca y un paraguas con  gajos de colores para saltar y vociferar. No comprendía qué sucedía, pero recordé el consejo de mi madre de hacer lo que viera allí donde fuera. ¿Qué tenían que ver la camisa, los tatuajes, los aros y los gritos con la democracia?  En mis años terrenales se decía también que había democracia y los hombres usaban camisa y corbata, pero ahora no al parecer. 

       La ausencia de la Casa de Gobierno fue lo que menos comprendí. ¿Adónde habría ido a parar? La recordaba pintada de color rosa, con su fachada renacentista, su techumbre de pizarra negra y una flameante bandera nacional al tope de un mástil, con 

custodia de impávidos y solemnes granaderos apostados en la entrada. Pero otro recuerdo de mi viejecita me orientó en la incertidumbre: menos averigua Dios y perdona. Sin poder sobreponerme a la curiosidad, me escabullí entre la muchedumbre revoleando mi camisa y mi paraguas y le pregunté a un hombre que marchaba a mi costado hacia dónde íbamos. Me miró sorprendido por mi ignorancia y me respondió:

-¿Y vos me preguntás eso? ¿No sabés que hoy es el Día de la Solidaridad y el presidente jurará como todos los años amar al pueblo y no defraudarlo? ¿En qué país vivís? Espero que no serás un espía de la oposición infiltrado, porque entonces no te quedará ni un hueso sano –me respondió al tiempo que me mostraba amenazante su garrote. Me quedé mudo sin saber qué contestar. El peligro era inminente. Un hombre  apostado detrás de mí, vestido con una como casulla amarilla sin leyendas y tocado con una gorra con visera, me murmuró al oído: “No olvide que no puede mentir. Dígale que viene de otro país”. Se lo dije y la respuesta lo convenció. De amenazador se convirtió en conciliador y me recomendó: “A la salida no se olvide, compañero, de hacer fila para cobrar los cien pesos que dan hoy por la asistencia”, y se retiró.

- Aproveché para darme vuelta y observar a mi inesperado consejero. Era un hombre de estatura media, buen aspecto, ojos profundos, de apariencia cautivadora, tez y rasgos que no permitían presumir su nacionalidad. Su sola presencia irradiaba tranquilidad y paz. Alcancé a mirarlo apenas unos instantes pues desapareció entre la multitud. El edificio que encontré era según mi experiencia como un coliseo romano, pero construido de cemento, columnas y vigas de metal, cristales divisorios, con elevadas torres en su perímetro y un gigantesco tablado que hacía de escenario, donde se levantaba un podio fastuoso, iluminado con poderosos reflectores desde todos los ángulos y rodeado de una veintena de cámaras de televisión y unos cien micrófonos por los cuales se filmaba y difundía la voz presidencial a pantallas instaladas en toda la ciudad y el país. A una pitada de señal el locutor anunció la aparición del presidente. Salió al escenario en mangas de camisa, sonriente y levantando sus brazos al cielo, abrazándose a sí mismo, y llevando de tanto en tanto su diestra al corazón, como diciéndoles a los espectadores que los tenía a todos adentro. Un conjunto de tamborileros organizados abrieron los aplausos con sus parches y la multitud aplaudió al

presidente, a los gritos de “¡Se siente, se siente, Perucho presidente!”

         Me sorprendió no escuchar por los altavoces el Himno Nacional y pensé que se habría suprimido, porque la banda ejecutó en su lugar una marcha desconocida que la tribuna coreaba. El silbido estridente de un pito se hizo escuchar y el público cesó de gritar. Ingresó entonces al escenario una dama vestida en traje de calle, con una estola cruzada sobre sus hombros y media cabellera colgando a un costado de su cara, saludando a la concurrencia con su diestra y sonriendo. La multitud, al aviso de otra pitada,   renovó su cántico de alegría, que estremeció el estadio cuando su esposo el presidente la estrechó en sus brazos. El estribillo cambió de letra y en varias manzanas a la redonda se percibió con claridad: “¡Olé, olé, olá, se quieren de verdad!”. Un nuevo silbido del pito indicó a los manifestantes el paso a la tercera de las consignas escritas en un volante distribuido a los concurrentes: “¡Que se besen, que se besen!” El magistrado mostró su dentadura postiza en una sonrisa de complacencia y obedeció con aire de general vencedor en una apoteosis. Una salva de estrepitosos aplausos festejó la desenvoltura de la pareja, a los gritos de “Perucho, Perucho, el pueblo está contigo”. El presidente, dentadura por delante, levantó agradecido el  brazo derecho, mientras furtivamente recogía con la izquierda un discreto papelito que un miembro de la comitiva le pasaba por detrás.

            Era una lista de frases escritas. El presidente le echó una mirada de reojo y comenzó su discurso con los brazos en alto: “Hermanos y hermanas de mi patria, los llevo a todos en mis bolsillos.” El ayudante le tironeó el saco por detrás, y el orador se rectificó de inmediato: “...Sí, sí, eso mismo digo, en los bolsillos de mi alma, para tenerlos siempre conmigo y no perderlos”. La multitud festejó con aplausos la ingeniosa  salida de su líder,  cubriendo cada tres o cuatro párrafos los otros dislates del conductor con una infernalia ruidosa de bombos. “Nuestras vacas no son locas, ni comen vidrio. Son vacas sabias y patrióticas que se dejan comer hasta en  Cuaresma, aunque no le guste al Obispo”, agregó más adelante. Se hizo traer una costilla humeante en la punta de un cuchillo, mordisqueó un pedazo pero se le desprendió la dentadura postiza. Mientras sus ayudantes la buscaban con afán, Perucho le hizo morder otro bocado a su compañera Peruchita alegando “Donde come uno, comen dos”. Un perro intruso se

cruzó entonces por el escenario y ladró pidiendo su parte. El caudillo se inclinó para satisfacer al cuzco pedigüeño al tiempo que proclamaba: “En este país nadie se muere de hambre”. Los partidarios festejaban con ovaciones las ocurrencias de líder. El perro expresó su agradecimiento mojando el piso y al acabar su necesidad ladró a la dama pidiendo que lo levantara en brazos. Cuarenta y cinco minutos llevaba el jolgorio, cuando el orador pidió silencio y ofreció presentar a tres nuevos miembros del partido, cuyos bustos se colocarían en la  galería del museo presidencial por su calidad de Héroes del Pueblo. Todos habían dado muestras de una contracción inigualada al trabajo y  habían dedicado sus hazañas a la primera autoridad del país. El primero era un obrero ferroviario que había subido y bajado las barreras de un cruce durante noventa y cuatro horas sin dormir. El segundo era un bombero que había estado echando agua con su manguera sobre una pira artificial de fuego sin interrupción a través de ciento diez horas. El último, un boxeador que había ganado un campeonato en Indonesia. En forma imprevista se adjudicó una cuarta medalla de héroe a un barrendero olvidado que se había pasado nueve días sin comer en homenaje al líder, arrojando al piso unos papeles sucios y recogiéndolos de nuevo en una bolsa. Perucho  había pensado a último momento que por medalla más o medalla menos, el país no iba a fundirse, pero no lo dijo. En cambio expresó: “Así son las cosas, hermanos y hermanas: para un peruchista no hay nada mejor que otro peruchista”. Los ánimos estaban a esa altura de la tarde exaltados y comenzaron a reclamar como en años anteriores que el día siguiente fuera feriado, coreando a voz en cuello “¡Mañana, San Perucho, mañana San Perucho!” El presidente dibujó una sonrisa en su rostro y confirmó la petición popular: “Y ahora, hermanos y hermanas, a descansar a sus casas. Mañana es San Perucho y no se trabaja. Los abrazo a todos en mi corazón”. La muchedumbre fue dispersándose en varias direcciones. Algunos rompieron de paso a pedradas escaparates, faroles y cuanto vidrio encontraron en el camino, amén de los robos de mercaderías en los negocios saqueados. Otros improvisaron asados a la criolla en la plaza, al tiempo que los más arriesgados se bañaron en calzoncillos en las fuentes públicas para demostrar su regocijo. No faltaron los cohetes y petardos, los círculos de mateadas colectivas, las borracheras y otros desmanes urbanos. Feliciano, que así se llamaba en vida el resucitado, se retiró meditabundo a su morada transitoria en el hotel, rezando para no violar el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo y perder la gloria del Paraíso.                                                                                                                                 ----------------

 

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Posted by Carlos A. Loprete at 12:50 PM BRT
Updated: Saturday, 3 January 2009 4:57 PM BRT
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