LINKS
ARCHIVE
You are not logged in. Log in
Entries by Topic
All topics  «
cuento corto
Saturday, 19 September 2009
EL SOLDADO McVICKER
Topic: cuento corto


 

     El obispo salió de la Catedral Amparado bajo el palio y el ritual precedido del guión. Se encaminó al Fuerte. Faltaban cuarenta y cinco minutos para la salida del sol. El GENTIO somnoliento Congregado en la Plaza Mayor semejaba una nube de pájaros picoteando alimentos hacinados en una isla del Pacífico. "¿A qué hora, señor obispo?", Inquirió un religioso. "A las cinco en punto" fue la respuesta. Los religiosos marchaban con lentitud como Pretendiendo postergar la hora. Ciento cincuenta metros se recorren a paso de procesión en quince minutos, pero en tiempos de angustia equivalen un siglos. A medida que el Obispo abrazaba la muchedumbre le Abria paso como astillas al golpe de hacha.

"Nosotros no estamos acostumbrados a esto, Monseñor", prosiguió el Diálogo ". Así es, hijo mío", atino a decir el Prelado. La multitud que se había reunido desde la medianoche discutía el caso. Los vecinos de Buenos Aires Daban muestras de terror, piedad, impotencia, rabia, al tiempo que el obispo se limitaba un Manifestar su condolencia bajando la mirada con tristeza de los cítricos.

Las palabras del Virrey habían sido sólo jactancias mentirosas. La ciudad Estaba tomada por los invasores Británicos. Nada inexpugnable plaza de, de soldados imbatibles, de armamento disuasivo. Su imprevisión burocrática, inficionada de agasajos, fiestas y petulancias había sucumbido ante el desembarco táctico de los invasores, que primero amenazaron con desembarcar, luego simularon Retirarse con la complicidad de la neblina, más retronar para más tarde y hollar con la suela de sus botas y Las llantas de sus cañones el suelo argentino. Se habrán arrepentido, había pensado el atolondrado Virrey, acostumbrado uno desaciertos Semejantes en anteriores destinos del imperio donde nunca se ponia el sol.

Apremiado por ahora El Enemigo a las puertas de la ciudad, sólo había encontrado tiempo para colmar los Arcones Con los caudales públicos y las pertenencias familiares, y fugarse a Córdoba en el interior. En su inveterada estupidez no se le había ocurrido Darse cuenta de que los recién llegados saquearían la ciudad si no les entregaban los tesoros oficiales. Menos Aún le habían alcanzado sus entendederas PARA REFLEXIONAR ¿Con la entrega de los tesoros le harian jurar, junto a Funcionarios y los vecinos importantes, la obediencia un Su Majestad Británica.

Los pobladores, inexpertos en asuntos bélicos, resultaron Sorprendidos. En verdad, las CORTESÍAS modales palaciegos y de los nuevos personajes parecían desmentir las historias noveladas de piratas con pata de palo, Garfios En vez de manos, tapaojos en bandolera y tocas de pañuelos multicolores anudados sobre la nuca. Corrían voces de que los oficiales habían aprendido el castellano y el francés en Cambridge y Oxford, y que sus Almirantes leían en latín conocían y los libros de Cicerón de Plutarco. La rendición de los porteños había parecido más una ceremonia palaciega que una derrota en los campos de batalla. Se hablaba de condescendencia, de Instituciones amistosas y de un futuro inmediato de abundancia y bienestar.

Acongojado por su pena, cavilaba el obispo sobre la hipocresía de los intrusos. El bando imperial aseguraba el Respeto a los bienes de las personas que acataran sus órdenes. La religión y los sacerdotes no serian tocados, los Tribunales de Justicia mantenidos serian locales. Modesto Los artesanos no serian molestados, los campesinos continuarían con el laboreo de sus tierras, los gauchos con su independencia pampeana. Ningún cambio en el idioma, habituales cursos en las escuelas, todo como hasta entonces. Tanta munificencia a cambio de un juramento sencillo: la obediencia A LOS decretos Promesa y de no transgredirlos. El juramento no se pediría a todos los habitantes, sino Únicamente A LOS alcalde de prestigio y poder. ¡Quién lo habrá pensado! ¿Invasión Una no era más que esto? El obispo lloriqueaba para sus adentros por la ignorancia de sus paisanos.

Recordaba la historia del apresado en el Fuerte. A las tres de una mañana, Fray Pedro golpea a las puertas de la iglesia de San Francisco, y solicita entrar sin demora. Viene acompañado de un joven rubio, bien parecido y disfrazado de gaucho, con poncho de vicuña y sombrero de campesino. Es un soldado castellano que se ha escurrido del Fuerte y ha desertado. No es propiamente castellano sino irlandés, y por tradición familiar, católico. Con Dios no hay jugarretas y por eso abandona la bandera de su regimiento. En el primer momento ha encontrado refugio en la Fábrica de ladrillos de los Saavedra, Mientras los milicianos criollos le Organizan la huida al interior del país, San Luis, Córdoba o Mendoza, Cientos de kilómetros de distancia.

Dice llamarse McVicker, Paul McVicker, y ser devoto de San Patricio. Debajo del poncho calza una sotana prestada por Fray Pedro. En el convento recupera sus Fuerzas con un tazón de mate caliente y un bollo de pan con grasa que ha sobrado de la refección monacal. Queso casero, mortadela y una DOCENA higos secos Podrán mantenerlo hasta que llegue a la Villa de Luján, y de allí adonde fuere. Por de pronto, en el pueblo cordobés de Río Segundo es seguro que no hay Ciudadanos Británicos que PUEDAN delatarlo. El joven abraza una sus protectores, ya falta de castellano, insinúa su agradecimiento con un primario latín escolar: Gratias ago. En la balanza de su conciencia Dios está primero que el Rey.

Los paisanos, Mujeres y hombres, se arrodillaban al paso del Obispo sin preguntarse si SEE genuflexiones Podrían Producir Algún cambio.

- A lo mejor cambian de opinión-se animo a decir un vecino.

- Los ingleses no cambian-le aclaró un estudiante del Colegio de San Carlos.

A punto de llegar al Puente Levadizo del Fuerte, las campanas de Santo Domingo, La Merced, San Francisco y San Ignacio al unísono anunciaban el inminente encuentro. Un murmullo de rezos se acoplo A LOS sones quejosos de las Campanas. Las Autoridades británicas ordenaron bajar la plataforma dejando abiertas las fauces del monstruo de piedra y dejaron ver en el patio interno una doble fila de soldados extranjeros que otorgaban prestigio al acontecimiento ceremonial. Al ingresar con un mínimo Séquito de eclesiásticos, el obispo Miró hacia delante, elevó la mirada a los cielos y murmuró unas palabras casi inaudibles.

La noche en que McVicker se presento disfrazado de cura gaucho en el templo, la perspicacia de los invasores lo había seguido con la complicidad de las sombras hasta recapturarlo en el camino a Luján. El comandante británico Beresford había CONCEDIDO La Dispensa de Otorgar el Viático al desertor, considerando su Condición de católico. Un oficial Prelado al Recibió ya su Séquito, lo saludo con su espada y lo condujo al patio del recinto.

El pueblo continuaba perplejo y expectante. Había imaginado à Buenos Aires, azotada por Sangrientas batallas, atronadores cañoneos y cadáveres por los suelos. Era lo menos que podia esperarse de una guerra. Pero los oficiales forasteros se paseaban Después de la rendición Bajo las arcadas del Cabildo platicando entre sí, OBSERVANDO a la distancia El Círculo de la Plaza de Toros sentenciado a la demolición, Coqueteando sus uniformes rojos con faldas blancas por la única calle empedrada de la Florida, a la caza de alguna belleza casamentera, de SEE que se dividió en tres en atraer A LOS mozos esbeltos con sus peinetones como colas de pavo real y abanicos de códigos amatorios. Sin embargo, de tanto en tanto una recordaban los porteños con ejercicios militares y desfiles de cañones Quiénes eran los verdaderos vencedores. Y lo hacian con prudencia, sin ostentación ni arrogancia, según el principio militar de que es inconveniente agregar la humillación a la derrota.

Hombres y mujeres se habían acostumbrado un SEE Extrañezas. Hasta mixtos de amoríos hablaban las lenguas, Cuando no de una carrera de caballos cuadrera para la soldadesca, suntuosas veladas para los jefes y oficiales, con música de piano, violín y harpa. Los oficiales superiores alojados en las casas de las familias principales regodeaban sus paladares con los mejores asados de costillares, reverberantes de grasa, los recién fritados pastelitos de dulce de membrillo y las apetitosas frutas del Delta, rociadas con los aromáticos vinos de Mendoza y San Juan. El obsequio de una exquisita conversación sobre la filosofía de Descartes, La guerra del Peloponeso o los versos de la Décima Musa de México, Sor Juana, entre los criollos que habían estudiado castellano y los huéspedes, constituía el punto más elevado de la obsequiosidad rioplatense. Los señores foráneos podian irse dando cuenta de la diferencia entre Mexicano de Buenos Aires.

Los atrevimientos se planeaban en secreto para liquidar en su momento la ilusión acariciada anglosajona de inaugurar en América un imperio gemelo a la India. Consignas de Boca a oído, cartelones anónimos en portales y muros, estafetas nocturnas, desplantes de las camareras en las fondas A LOS comensales, levas y Reclutamientos silenciosos de don Martín de Pueyrredón, Santiago de Liniers y el doctor "Manuel Belgrano, Recogidas por los espías , ni inquietaban ni intimidaban A LOS invasores, seguros de su poder y de su experiencia imperial. El pueblo común continuaba con la rutina de todos los días, trabajar para vivir, amasar el pan para comer, lavar la ropa, Comprar en las puertas de sus casas los velones de luz, la leche, frutas, carnes y aves a vendedores ambulantes, los , o en las trastiendas de los joyeros e importadores los frutos apetecidos Beneficios del contrabando, los Franceses terciopelos, las filigranadas alhajas de oro y plata, Los espejos venecianos, las sedas chinas.

Éstas y otras Incongruencias desfilaban por la mente del atribulado obispo en su marcha al encuentro con Paul McVicker. Franqueo El Portalón del Fuerte, pero nadie Fue testigo del Diálogo. Lo único que dejó oír el Prelado Fueron las palabras te absolvo. Cuando el primer resplandor del sol por sobre el horizonte se dejó ver, el estampido de ocho fusiles arraso el aire de la plaza.

El grito inesperado de un gaucho anónimo Hizo añicos la expectativa del pueblo Congregado:

- ¡Mueran los malditos ingleses, Caracho!

Instantes Después el Obispo salió del Fuerte y dijo A LOS vecinos que corrieron a encontrarlo:

- McVicker no está ya entre nosotros.

En las veladas de la Gente bien no se mencionó el fusilamiento por Consideración A LOS oficiales ingleses que Solian concurrir. Una distracción sobreentendida evitaba la confusión de sentimientos. Don Filemón del Valle, que negociaba negros cimarrones fugados del Brasil, azuzado por unas copas demás, rompió la discreción y sostuvo tacita de todo militar que pone en peligro la vida de sus compañeros de armas con una traición, morir debe. Doña Augusta Ponce de León, sintiéndose culpable de guardar silencio ante la irreverencia pronunciada, se atrevió una opinar:

- Traición por traición, es preferible traicionar A UN REY QUE a Dios.

Intervino entonces Don Ramón de Sanz, profesor de Filosofía del Colegio San Carlos, quien argumentó que el mandamiento cristiano de no matar prohibe Únicamente la muerte INJUSTIFICADA Y no es aplicable una gravísimos Delitos contra la sociedad o no comprobados en forma fehaciente.

- ¿Y qué daño ha hecho a la sociedad el soldado McVicker? -preguntó la señora Augusta.

Arrellanado en su sofá con una copa de aguardiente en su mano, don Filemón completó su opinión anterior:

- NACE Toda persona y muere. Los que matan no son los fusiladores, sino el destino.

La ejecución del soldado Pablo McVicker Tuvo lugar el día 22 de julio de 1806, según consta en los papeles privados del castellano oficial Thomas Gillespie, actualmente conservados en un archivo de Southampton.


Posted by Carlos A. Loprete at 10:36 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:01 PM BRST
Post Comment | Permalink
Saturday, 5 September 2009
LA PERINOLA
Topic: cuento corto
 


 

    Abrumado por los juicios acumulados durante años en su juzgado, el juez Justino, que frisaba los ochenta y ocho de edad y olía la llegada de la puntual recolectora de almas, decidió corregir su negligencia judicial mediante un procedimiento expeditivo, dejando en manos del Creador la sentencia de los dictámenes pendientes. Hizo un cálculo aritmético. Leer dos mil quinientos cuatro expedientes a razón de dos por día, le insumirían un mil doscientos cincuenta y dos días, es decir, unos poco más de tres años,  suponiendo que no descansara los domingos y fiestas de guardar, y que su agotada fuerza física soportara el esfuerzo hasta el final. Imposible, le decían sus pulmones sofocados, y con justa razón.  

    En sus años juveniles había leído algo sobre los juicios de Dios, y aunque no los recordaba uno por uno, tenía presente que dos de las pruebas más empleadas eran la del agua hirviente y la del fuego. Si las ampollas de quien había puesto las manos en un recipiente de agua hirviendo no supuraban a los nueve días, el reo era inocente. En la prueba del fuego, el acusado debía correr nueve pies con un hierro  candente en sus manos, y si gritaba de dolor, era culpable. En ambos casos, Dios hacía que hubiera un resultado u otro para manifestar el veredicto. El juez Justino comprendió que no podía aplicar esos métodos porque debía citar a los acusados para las pruebas. Tampoco le servía el método de las dos candelas: dar una vela a cada litigante y la que se consumiera primero indicaba el culpable.

     Justino necesitaba un procedimiento para conocer el juicio de Dios sin recurrir a los litigantes. El único disponible de estas características era la perinola, ese pequeño prisma de madera con una cabecita en uno de sus extremos y un punta en la otra, similar a un trompo. En cada una de las seis caras escribiría, inocente el acusado,  inocente el acusador,  inocentes los dos,  culpable el acusado,  culpable el acusador,  culpables los dos. Mandó a fabricar el trompo y a la semana comenzó el sorteo.

-Que Dios lo haga caer con la cara de su juicio arriba, y podré morirme con los

 expedientes resueltos y sin remordimiento -dijo el magistrado.                                                            

     - Bien hecho, Su Señoría. Antes se deshojaban margaritas, me quiere, no me quiere mucho, poco, nada...Pero ahora los precios de las flores han subido tanto de precio, que es imposible comprarlas -confirmo el secretario.

     - Y además no daban resultado, porque la divinidad parecía no querer entrometerse en asuntos de faldas. La perinola es más segura y con una basta.

     Una semana después Justino se despertó ante una batahola de maracas, sonajas, petardos,  panderetas, carteles, pancartas, leyendas en las paredes y en el piso de las aceras y pavimento. Oculto detrás de una cortina se propuso descubrir la razón de ese tumulto. Eran unas doscientas personas amontonadas para expresar sus opiniones sobre los juicios resueltos. Los ruidos y gritos nada le decían, pero las leyendas sí. Leyó algunos: "Liberaste al violador de mi hija. Cuidado con la tuya",  "Justino cretino, sentencias con vino", "El traje a rayas, te espera" y otras lindezas literarias.    

     - Parece que es contra mí -reflexionó-, pero la mucama se abstuvo de contestar.

     Asustado llamó a su secretario por teléfono quien para poder entrar en la casa  tuvo que mentir a los manifestantes que era médico y venía a asistir al propietario de urgencia por un ataque al corazón. Lo dejaron pasar por piedad, aunque habrían preferido cerciorarse de esta afirmación mediante puntapiés y trompazos. Y para reconocerlo cuando saliera, le pintaron la cabeza de amarillo, el color de los traidores.

     La opinión del secretario fue categórica. La divinidad no respondía cuando se la invocaba con la perinola. Intentarlo con otra suerte de juegos era una prueba ya prohibida por la Iglesia, desde que se había constatado que la divinidad no juega a los dados ni a los naipes.

     Desconcertado pensó en consultar con el párroco de la jurisdicción, quien lo instó a alejarse de las brujerías por estar explícitamente vedadas a los cristianos en el Nuevo Testamento. No se puede tentar al Señor con esta clase de averiguaciones, pues ya lo intentó Satanás y fracasó.

     - ¿Entonces tendré que morirme con el pecado de negligencia en perjuicio de los necesitados de justicia? -preguntó el juez haragán.

     - Tampoco puedo decírselo. Yo soy cura, nada más, y no investigador del Señor.

     Acorralado por las imposibilidades, Justino estaba a punto de caer en una inevitable depresión profunda, cuando se le ocurrió que en nada perjudicaría a demandados y demandantes si se tomaba una semana para meditar en soledad su conflicto. ¿Pero dónde? Como dos cabezas piensan mejor que una -recordó-, volvió a consultar con su secretario.      

     - Si yo fuera usted, Usía, me aislaría en las sierras de Córdoba, donde dicen los lugareños que aterrizan los platos voladores. En una de ésas es cierto y los extraterrestres le resuelven el problema. Le digo más, yo me ofrezco para acompañarlo  si lo desea.

     A la mañana siguiente, y sin pensarlo dos veces, el juez Justino y su secretario tomaban un ómnibus rumbo a las sierras, equipados con una tienda de campaña  y demás bastimentos para pasar las noches a la espera de un aterrizaje. Llevaba consigo una cámara de gran definición  para fotografiar a sus interlocutores, como justificación de las sentencias dictadas.

     Al quinto día de su asentamiento apareció en el cielo un artefacto como dos platos unidos por sus bordes, irradiando luces anaranjadas, azuladas y blancas. Giró varias veces, ascendió y subió, se desplazó horizontalmente a izquierda y derecha, se mantuvo quieto a poca distancia del suelo, y quince minutos después desapareció en las alturas. Justino alcanzó a tomar varias fotografías, y aunque no pudo dialogar con ninguno de los tripulantes, las llevó consigo a Buenos Aires y las exhibió a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, atribuyéndoles a los navegantes la orden de emplear la perinola en las sentencias judiciales.   

     Trece días demoraron los ministros en dictaminar en el caso de Justino. Como era de esperar, esos esclarecidos cerebros fueron irreprochables y ecuánimes, condenando a Justino como culpable, después de haber empleado ellos mismos la perinola en su dictamen.

     En estos tiempos ha quedado registrada la perinola como sucesora de la balanza de la justicia, con la leyenda siguiente a los pies: "Adiós a la toga, perinola, perinola."  


Posted by Carlos A. Loprete at 8:33 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:02 PM BRST
Post Comment | Permalink
Saturday, 27 June 2009
INMORTAL HASTA LA MUERTE
Topic: cuento corto


 

     Ahora me llamo Eustaquio Zipacná. Por lo menos así me anotó en el libro el jefe del pueblo cuando no pudo traducir mi apellido, por más de que eso de Eustaquio, español, no encaja  mucho que digamos con lo de Zipacná, maya. En mi pueblo de  Nakum me dicen simplemente Zipacná, y con eso me basta. A mi padre lo llamaban Bacah, al padre de mi padre Behelé y a mi bisabuelo lo nombraban Tzumum. No sigo para arriba porque no recuerdo el nombre de mis otros antepasados, que deben de ser entre cincuenta y doscientos, si no más.

     Anduvieron por la selva y las montañas, de aquí para allá, buscando alimento para vivir. De algunos lugares recuerdo sus obras, el palacio de Palenque con su torre cuadrada de cuatro pisos, el patio del Juego de la Pelota en Copán, el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal, el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá, los frescos de Bonampak. Mis vecinos los recuerdan y tienen fotos, pero yo los he visto en persona. Todavía guardo en mi casa una máscara de jade que recogí en Uaxactum y una estatuilla de Tabasco. De vez en cuando veo estos nombres y fotografías en la propagandas, me vienen lágrimas a los ojos, porque yo viví en esos sitios. Pero aprieto los párpados y no las dejo salir.

     Los turistas extranjeros se quedan asombrados cuando miran esas ruinas y aprovechan para tomarles fotos de colores. No pueden comprender cómo los de mi raza fueron capaces de esculpir sin hierro esos monumentos, pero yo sí porque también fui albañil. Pero no les explico nada. Ya que se jactan de saberlo todo, que lo averigüen si pueden. Ni siquiera tienen idea de otras ciudades que están enterradas bajo tierra. Y no hablemos de las que están tapadas la selva.

     Le sigo contando. Mi abuelo había nacido en una aldea cerquita de donde está ahora Muchaquitá. Sembraba maíz como los demás y cazaba venados. El viejito y yo nos enfermamos una vez de viruela. Por eso tengo estas marcas en la cara. De mi decían los vecinos que moriría sin remedio porque estaba muy  débil, pero el que se murió fue el abuelo. El pobre era tartamudo, pero muy buena persona. A los pocos años me mordió una cascabel. La pierna se me hinchó, la carne se puso morada y comenzó a ponerse fea. Dos veces por día me limpiaban la herida con agua del pozo sagrado y me soplaban humo de granos de copal quemados. Me curé, mi amigo, y aquí me tiene como si nada hubiera pasado. En la aldea todos danzaron haciendo sonar los tambores y flautas. Una parte de los bailarines gritaba: "¡El cielo y la tierra están con Zipacná!", y la otra contestaba "¡Así sea!" Una nube de avispones apareció a la mañana siguiente para indicar que los dioses nos habían escuchado.

     A otro de mis antepasados que se llamaba Lech lo mataron hará como quinientos años unos señores blancos con barba que llegaron en una casa flotante desde el oriente y desembarcaron como lo habían dicho nuestros adivinos: "Vendrán y seremos vencidos. ¡Pobres de nosotros!" Así fueron las cosas. Yo no me daba cuenta de lo que pasaba con esos monstruos cubiertos de hierro hasta las cabezas. Traían unas cuchillas largas que cortaban las flechas en el aire y unos tubos que escupían fuego y sonaban como truenos. Después supe que eran soldados españoles que veían a conquistarnos. Primero los creímos dioses, hasta que aprendimos que lo de arriba eran hombres y lo de abajo caballos.

     Los matamos a montones. Caían atravesados por las lanzas y las flechas, gritaban de dolor y les salían chorros de sangre como a nosotros. Les perdimos el miedo y los peleamos a muerte. Ensartábamos sus cabezas en la punta de palos enterrados o las colgábamos de las ramas de los árboles. Cuando pasaban por delante y las veían, lloraban y se ponían más furiosos. Yo mismo alcancé a matar una docena. Pero no pudimos al final vencerlos. Nos colgaron, nos ahogaron en los ríos, nos sacaron las tripas de cuchilladas y hasta nos hicieron devorar por perros hambrientos. Terminamos por rendirnos y convertirnos en sus sirvientes.

     No sé porqué, pero nuestros dioses nos dejaron solos, a pesar de que siempre les construimos templos, les ofrecimos sacrificios y mantuvimos a sus sacerdotes. No nos ayudaron. Poco a poco fuimos dándonos cuenta de que algo pasaba entre ellos y  nuestro pueblo y probamos entonces con el dios de los invasores, que estaba clavado en una cruz y con una corona de espinas.

     Sus ministros nos trataron mejor. Se suprimieron los sacrificios, nos defendieron de sus propios hermanos cuando se propasaban, pero siguió faltándonos el agua para regar, los volcanes continuaron brotando fuego y piedras, y los terremotos derrumbando nuestras casas. No pudimos salir de la miseria, y nos acostumbramos a ser lo que somos. Pero eso ya pasó. Nos ha tocado cargar con la desgracia encima y no sabemos si alguna vez acabará. Yo me hice cristiano y aquí me tienen. Aprendí el Padrenuestro, llevo colgado de mi cuello un crucifijo, pero de vez en cuando me hago una escapadita para rezarles a mis primeros dioses en una cueva. Algo mejor estamos, pero los ministros cristianos dicen que el dinero no alcanza, que somos muchos y que los maestros y médicos no quieren venir a vivir entre nosotros.

     El alcalde del pueblo es tan mentiroso que no podemos esperar nada de él. Antes de las elecciones nos promete tierra y trabajo, pero una vez que se sienta en el sillón del ayuntamiento, se llena los bolsillos y ser olvida de nosotros. Si protestamos, nos recibe  en delegación, habla hasta por los codos de justicia y nos despide con un abrazo y un apretón de manos. Al día siguiente todo sigue igualito como antes, y guay de encabritarse, porque lo hace aporrear por la policía y lo mete preso. El cura Eufemio nos defiende, pero a él también lo manda al calabozo ni bien abre la boca. Lo malo es que cuando queremos vengarnos, el padrecito nos sale con eso de que el hombre nunca debe matar. Así funciona la cosa, siempre perdemos. Mi hermano de raza Chetubal me decía:

- ¿Y cómo sabe usted tantas cosas antiguas? Debe de haber leído mucho.

- No crea -le contesté- No sé leer ni escribir. Pero en tantos años, algo ha aprendido.

     - Disculpe, hermano Zipacná. Eso no puede ser. Usted habla de siglos como si fueran meses. ¿Cuántos años tiene? Muy viejo no se ve, que digamos.

     - No sé, pero son muchos. No llevo la cuenta, vivo no más - le contesté-. Y como lo vi muy interesado continué mi relato.                                                                                

     - Una vez, hará unos quince años, fui a visitar al padre Eufemio para hacerle una pregunta. Era el más instruido del pueblo y bastante amigo mío. Llovía y no se veía un alma en las calles. Me recibió con un abrazo y me ofreció un cacao humeante y tortillas de maíz para calentar el cuerpo. Serían como las siete de la tarde, y no tocó el tema de la religión quizás porque sabía que yo no iba a misa y rezaba a escondidas a los primeros dioses.

     En medio de la plática le pregunté como al pasar cuántos años tiene que vivir una persona. Me dijo que alrededor de sesenta o un poco más, aunque en la Biblia está escrito que Noé vivió novecientos.

- Entonces yo le gano, porque he vivido más.

     - ¿Más de novecientos, Zipacná? ¿Se puede saber cuántos?

     - No lo sé exactamente, pero hasta donde me acuerdo, unos mil setecientos, padre Eufemio.

     - Bueno, son algo mucho,             ¿no le parece?

     Pensaría que estaba borracho o loco. Otras veces me había pasado lo mismo. Cuando en una ocasión dije que yo había visto al  conquistador Montejo en una expedición a Yucatán y que había trabajado para él como cargador de leña, todos se largaron a reír.      

-Menos mal que no lo embarcaron a España con él por ladrón.  

      Por eso me he hecho la promesa de no mencionar nunca más mi edad y cerrar la boca. Ya me está fastidiando esta vejez interminable. Si la gente supiera que siempre he sido igual y no envejezco con los años, me meterían en un loquero. El mes pasado, sin ir más lejos, apareció en la puerta de mi choza un periodista acompañado de una joven con una cámara de televisión al hombro. Le habían llegado rumores de que era el hombre más viejo del pueblo y quería hacerme una entrevista. Yo no quise recibirlo para evitarme problemas, pero el alcalde me ordenó hacerlo porque dijo que así vendrían más turistas y era negocio para todos. No tuve más remedio que recibirlo.

     Me hizo varias preguntas. Algunas le contesté y otras no.

     - Entiendo que usted no tiene descendientes, señor Zipacná. ¿Podría decirnos a qué se debe?

     - Es que cuando yo trabajaba para el adelantado Montejo, mi esposa tropezó con una piedra y se cayó a un abismo. Desde entonces soy viudo y no pienso cambiar de estado.

     - ¿El adelantado Montejo, dice? Si no me falla la memoria eso ocurrió en 1536.

      De inmediato comprendí que había hablado demás y me corregí:

     - Es una broma, señor periodista. Se lo dije para ver qué cara ponía. No estuve nunca casado.

     - ¿Y algún hijo...natural dijéramos?

     - Bueno, eso no lo sé. Usted sabe cómo son estas cosas de los amores.

     - ¿Tiene algún recuerdo importante que contar? Se lo agradecería muchísimo.

      Me vino a la memoria uno de hace trescientos años y se lo conté como si fuera de estos tiempos. El hombre era Pancho Villa, pero no se lo mencioné.

     -Tener tengo muchos, como toda persona vieja. Le cuento uno. Había un general al que le gustaban las mujeres. Tres veces por semana decía al levantarse: "Tráiganme mujeres, muchas mujeres. Pero que sean de caderas gordas, bien grandes." En una oportunidad  salieron sus servidores y rebuscaron por todos lados. Pero como todos sabemos,  por estos lados nuestras hermanas son flacuchas. El general las examinó una por una y las encontró inservibles. Enfurecido, las despachó a sus casas y estuvo a punto de colgar a uno de un árbol. "Los jefes no se han hecho para engendrar raquíticos -le reprochó a gritos- La Patria no progresa así."

     El periodista y la camarógrafa se esforzaron por sonsacarme la verdad de mi vida, pero tuvieron que conformarse con lo poco que les conté. Sólo les dije que no he conocido el asma ni la neumonía, los tumores, los vómitos de sangre, ni el paludismo; que como de todo y no me ha dolido nunca el hígado; que cuando me siento mal quemo incienso de nopal y de tabaco a la diosa Ixchel de la salud, y que cuando me agarra algún sofocón, hago hervir restos de vampiro soltero. El periodista y su asistente creyeron que me burlaba de ellos y no pudieron ocultar su fastidio. Me acorralaron entonces con otra pregunta:

- ¿Cuál fue el momento más feliz de su vida?

- Ninguno -les dije.

 - Entonces, usted no conoce la felicidad.

 - En realidad, no sé que es eso. Vivo y nada más.

      ¿Por qué habré vivido tanto?, me he preguntado algunas veces. Estoy como  estancado, con la misma cara de siempre; no he engordado ni enflaquecido un kilo. No me crecen los cabellos ni las uñas.  Tuve algunos accidentes, eso sí. Me quebré una costilla al desbarrancarme de un peñol; casi me ahogo en una creciente del Usumacinta y me quemé las plantas de los pies al pisar por descuido la lava de un volcán.

     Cuando estoy mucho tiempo en el mismo pueblo y la gente no me ve envejecer, empiezan los comentarios y me miran como al diablo. Entonces desaparezco una noche y busco otra aldea donde quedarme. Propiamente no entiendo qué pasa conmigo. Me siento cnsado y cualquier cosa que suceda ya la he visto antes. Alguna vez pensé en suicidarme para acabar con esta situación, pero siempre me faltó el coraje. Busqué también a alguien que me hiciera el favor de matarme, pero nadie quiso prestarse.

     Un día hablé en secreto con el adivino Ah Tok que vivía en una enramada y le pregunté por qué no moría. Se limitó a contestarme que no me preocupara y dejara el asunto así como estaba. No pude arrancarle otras palabras de su boca. Y aquí estoy, como una estrella solitaria en el cielo.

- Entonces  -me replicó el periodista-, usted es inmortal, señor Zipacná.

     - Podría ser. Por ahora lo único que puedo decirle es que no he muerto todavía y ten dré que seguir esperando para saber si lo soy o no.


Posted by Carlos A. Loprete at 9:59 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:04 PM BRST
Post Comment | Permalink
Wednesday, 3 June 2009
LA CENA DE LOS DIPLOMATICOS
Topic: cuento corto

 


 

    Desde el exterior el Imperial Palace Hotel se veía como un refulgente navío en la oscuridad de la noche. El sorteo se había iniciado.

     - Barrioviejo, Francisco -proclamó la ayudante después de extraer la bolilla del primer equipo.

     - ¡Embajador en Pakistán! -gritó la encargada del segundo bolillero.

     - Pérez , Dulcinea Dolores.

     - ¡Delegada ante la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra!

     - Gil, Gustavo.

     - ¡Embajador ante el Principado de Mónaco!

     - Frías, Celestino.

     - ¡Embajador itinerante en Malasia, Indonesia y Filipinas!

     - Lugones, Nemesio Raúl.

     - ¡Embajador en Birmania, llamada ahora Myanmar!

     Sorteados todos los destinos diplomáticos, ni Freud, ni Jung, ni Lacan habrían podido explicar los terremotos internos desatados en cada uno de los candidatos.

     Al pie de una escalera de mármol los electos para Nueva York, París, Roma y Washington para se felicitaban y consultaban de paso entre sí, en torno a un globo terráqueo, dónde estaban  Tegucigalpa, Kabul, Nairobi , Leopoldville, Sidney. Preguntaban si eran representaciones diplomáticas de primero, segundo o tercer grado; qué sueldos tendrían allí; si se jugaba al fútbol; si se podía comer carne vacuna o estaba prohibido; si se podía conseguir dulce de leche o si algún bailarín de tangos había hecho una jira por esos lugares. Un embajador retirado  y ahora senador nacional, las oficiaba de gran maestro académico. "¿Por qué se preocupan por esas pequeñeces -los aconsejaba-. Para eso tenemos asesores, y si no hablamos inglés, francés, alemán e italiano como los diplomáticos europeos y norteamericanos, contratamos traductores y sanseacabó.  Por algo somos diplomáticos".

     Los disconformes mascullaban en el jardín su disgusto por el resultado del sorteo. "Ojalá se lo coman los tigres", susurraba con sigilo el frustrado aspirante al cargo en Birmania, a lo cual agregaba otro perdedor: "Bueno, para morirse no hace falta ir tan lejos. Basta con que se corte aquí un dedo y chupe su sangre envenenada."

     Ganadores y perdedores pertenecían al mundo de la farándula nocherniega, ataviados con peinados estrambóticos, collares, pendientes, dijes y tachas, copas en mano y lenguas borboteantes. Intercambiaban comentarios sobre sus próximas funciones. Un ex guitarrista protestaba que no iba a ponerse a leer los libracos de derecho constitucional que nadie entiende ni aplica y que concentraría sus esfuerzos para lograr que en las escuelas los niños aprendieran a soplar flautas, rasguear las guitarras y hacer sonar bombos, que eran más atractivos que las tablas de Pitágoras.     Un pianista mezclado con contorsionista que tocaba el instrumento con las manos y los pies, confesaba que tendría que acostumbrarse a usar zapatos porque en las embajadas y consulados del exterior no se permitía el acceso en sandalias. Cada uno opinaba sobre sus próximas obligaciones y sus conocimientos artísticos, hasta que un ex payaso de circo los tranquilizó diciéndoles que no tendrían necesidad de recurrir a ninguna sabiduría libresca, ni siquiera a las reglas de ortografía, debido a que no estaban exigidos de hablar en público ni de escribir ningún proyecto de convenio internacional porque de eso se encargaba el jefe del Partido. "Para mí es ideal -comentaba un malabarista de clavas y bolos-, porque en mi profesión no se habla nunca."

     Los de la escalinata y los del jardín interrumpieron los diálogos y se concentraron en el vestíbulo central del hotel fantasmagórico, cuando el maestro de ceremonias se subió al estrado y anunció que después del sorteo la hora de festejarlo había llegado, y entre exhortación y exhortación al gozo, intercaló una frase perdida en su mente,  Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus , que atribuyó al escritor italiano Giovanni Papini, sin saber que la frase no era de Papini sino una anónima de la Edad Media y significaba "Gocemos, pues, mientras seamos jóvenes", olvidando al mismo tiempo que ninguno de los presentes militaba ya en la

edad del acné.

    Para iniciar se jugaría a "la gallina ciega". Entregó el pañuelo para tapar los ojos a una joven elegida al acaso y la lanzó a capturar a quien pudiera, sin mirar. Los demás contertulios le decían "Nena, nena, aquí, aquí" y se le escapaban sin dejarse tocar. La gallina ciega chocó con una mesa, se dio de bruces contra una farola, y se enredó en una alfombra, hasta chocar con el borde de una piscina de champán instalada a propósito y caer adentro. El siguiente festejante fue un gallo ciego, sorteado como futuro embajador, al que nadie se animó a conducirlo a ciegas al chapuzón, sino más bien a alejarlo. Al fin y al cabo, embajador es embajador y gallo ciego es gallo ciego, y aunque la venganza es el placer de los dioses, también es cierto que para burlarse de un necio con poder es más prudente esperar hasta que haya muerto. 

      A todo esto, entre el alcohol ingerido en las zambullidas y el extraído de las copas ofrecidas por los camareros, la alegría progresaba. Conforme nos lo han enseñado nuestros abuelos, en el vino está la verdad, y si en una copa de champán hay una verdad, en dos hay dos, y en diez hay diez.  Las burbujas de la champaña, al principio con cierta reticencia y después con total libertad, explotaron en confesiones públicas de adulterio, soliloquios obscenos,  pantomimas escandalosas,  desnudamientos provocativos y por último ofrecimientos desvergonzados de estupefacientes. Los camareros no intervenían en el festejo, impertérritos y estatuarios como soldados de la guardia presidencial.

     Cada cual daba rienda suelta a sus demonios interiores. La máxima expresión estuvo cargo de Luquita, que se quitó el vestido de fiesta y se exhibió casi desnuda, cubierta únicamente en su anatomía inferior con una redecilla más pequeña que el palmo de una mano y dos estrellitas como pétalos de rosas en sitios superiores. Mostraba y demostraba su cuerpo girando sobre su eje e inclinándose como para recoger violetas del suelo, y desafiaba a los concurrentes con alcohólica sinceridad: "Cuando me muera les mostraré mis huesos; por ahora les muestro mis carnes."                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              Varias damas se contagiaron de la filosofía corporal de Luquita, treparon al escenario y confirmaron con sus actos algo que los humanos saben desde los tiempos de Babilonia.

      Varios varones, contaminados  con las licencias femeninas, se treparon luego al escenario para ostentar, sin motivos valederos, sus abultadas barrigas, sus pelambres de pecho y espalda, sus calvicies prematuras, sus piernas arqueadas como paréntesis y sus facies equivocadas. Otros, más conscientes de su inanidad corporal, satisficieron sus impulsos de sobresalir mostrando sus inteligencias con cuentos picantes, adivinanzas obscenas, juegos infantiles de magia, naipes y otras destrezas. El sorteado cónsul en Seattle demostró con un palote improvisado cómo se juega al golf en una habitación cerrada, y el de Miami,  para no ser menos, enseñó al auditorio la técnica de convertir una bola blanca en tres negras con sólo mover los dedos de una mano. El próximo representante en Chihuaha no se quedó atrás en el desfile y enseñó la habilidad de cantar boleros con falsetes mexicanos.

    Un asistente se decidió por las exhibiciones intelectuales. Se arrogó la facultad de poder responder a cualquier pregunta que le formularan, ignorando que los dos últimos genios universales, Leonardo da Vinci y Juan Wolfgang Goethe, habían muerto ya. Sus respuestas pasmaron a los presentes quienes no obstante le retacearon los aplausos para no menoscabar el prestigio del señor Presidente, que por definición debía ser considerado el hombre más inteligente del Partido. Sus contestaciones se consideraron una obra maestra del pensamiento posmoderno y merecedoras de ser recogidas en una antología.

      -¿Por qué los chanchos se llaman chanchos?

      - Porque son sucios.

-¿Por qué la luna se llama luna y no sol?  

- Porque brilla menos.

- ¿Quién es superior, el hombre o la mujer?   

 - Un hombre inteligente es superior a una mujer tonta y viceversa.

- Y si un transexual se transforma en mujer, ¿cuál de los dos es superior, el

 primero o la segunda?  

- Depende de cómo haga la operación el cirujano. 

- ¿Cuánto pesa el agujero de un queso? 

- Cada uno según el diámetro. Uno de tres centímetros pesa el triple que otro de uno.

- ¿De qué nacionalidad es Dios?

- Como Dios hizo a la tierra primero que a los países, entonces no tenía nacionalidad. Pero luego se ciudadanizó argentino.

-¿Qué hacen los presidentes para saber tantas cosas?

- Preguntan.

- ¿Es lo mismo un "ilícito" que una "desprolijidad"?                

- Depende del diccionario que se use. Cada partido tiene el suyo.

-¿Son equivalentes "asesinato" y "muerte dudosa"? 

 - Eso lo deciden en cada caso los forenses del gobierno en el acta de defunción.

- Pero en definitiva vienen  a ser lo mismo, en los dos hay un hombre muerto.

 - Por supuesto, pero el primero es un muerto político y el segundo uno civil. .

- ¿Y las funerarias qué dicen ante el cadáver?  

- Nada, ¿qué quiere que digan? Verifican que el hombre esté muerto, y si no respira, lo entierran.

  Pero a la fiesta había que pagarla y el Presidente se había negado a poner un peso de su bolsillo. Que saquen la plata de sus alcancías y la paguen entre todos a cuenta de los beneficios que tendrán, ordenó. Una legión de conejitas aterciopeladas de negro invadió la sala con canastillas para recoger las donaciones voluntarias. Con el objeto de evitar que los partidarios se escabulleran haciéndose los distraídos, las conejitas colocaban insignias del Partido en las solapas de los candidatos que contribuyeran con más de cinco mil pesos. Ninguno se atrevió a depositar menos de esa cifra,  porque como en tiempos de guerra, los méritos excepcionales en los combates se miden por la cantidad de medallas en el pecho.  

      Las quejas no tuvieron oportunidad de manifestarse porque una nueva oleada de camareros invadió el recinto con sus bandejas pletóricas de copas. "Debieron pedirnos las contribuciones antes del sorteo y no después" -se quejaban en voz baja los más osados-. Como en el cine, nos cobran la entrada antes de ver la película". Un tercero apoyó: "De acuerdo, un hombre civilizado no debe llorar antes de que el pariente haya muerto."

    El sorteado representante ante el paraíso fiscal Luxemburgo,  muy satisfecho por su nominación, trató de suavizar las quejas con un pensamiento salomónico. "Bueno -sentenció-, seamos agradecidos. Como no podemos pagar con nuestros currículos, pagamos con el bolsillo. Ya vendrá el tiempo de compensarnos con creces. Así de sencilla es la cosa."

     A las cinco o seis de la mañana, cuando los gallos despertaban con sus cacareos al sol, y los tangueros se retiraban a dormir sus borracheras, hicieron su entrada al hotel los huéspedes invitados a manifestar su adhesión a los candidatos beneficiados. Un campeón de fútbol prometió dedicarles su primer gol contra los brasileños. El propietario de un club nocturno vip en la Costanera ofreció un asado criollo a los ganadores, con mollejas a discreción, testículos de jabalí pampeano y lengua de ciervo neuquino a la vinagreta. Para los asistentes con impotencias dentarias habría a su disposición un servicio paralelo de pizza napolitana con champán francés, enchiladas mexicanas y sushi japonés, para fomentar la hermandad mundial.

    Otros regalos ofrecidos fueron una alfombra de Esmirna, un collar de perlas auténticas del Japón, una docena de pepitas de oro de Alaska, un diamante de 101 quilates de las minas de Transvaal, un cuadro al óleo del maestro uruguayo Pedro Blanes y un cúmulo de antigüedades que empalidecieron su atracción ante la donación de un cachorro de canguro traído especialmente de Australia, y que se reservó por decisión unánime para regalo del Presidente.

     A modo de coronación del alborozo, la Luquita se ofreció para ser subastada al mejor postor por una semana. Llegaron a proponerse tres, cinco y veinte pesos, hasta que el futuro delegado ante el Banco Mundial, obstinado mujeriego y rico por donde se lo buscara, subió la oferta hasta los noventa y cinco mil y ganó la subasta. "¡Qué inmoralidad! -protestaban los perdedores envidiosos-. Con ese dinero se podría dar de comer medio año a los niños desnutridos". El vencedor abrazó al trofeo humano y ante los gritos del auditorio de que se besaran, que se besaran, el beneficiado obedeció. "Si los reyes y príncipes de Europa lo hacen, ¿por qué no puedo hacerlo yo, un humilde servidor de la democracia? Globalización es globalización", exclamó ante el aplauso general.

   Bajaron del estrado tomados de la mano como niños de jardín de infantes, mientras que Luquita, defendiéndose de las chanzas y bromas, al pasar al lado de un camarero estatua, le comentó con sorna por un costado de la boca, transgrediendo los niveles de jerarquía: "En esta vida uno pone el deleite, otro el cheque. Volveré intacta." El sirviente, incólume y ceremonial, la sorprendió contestándole por el otro costado de su boca: "Íntegra puede ser, pero intacta lo dificulto."

     Practicada así toda la gama de alegrías humanas, los huéspedes se retiraron zambulléndose en sus automóviles oscuros, sin saber que el Presidente  había manipulado los bolilleros, convencido de que con el poder lo mismo se puede aplastar a un gusano que a un ser humano.


Posted by Carlos A. Loprete at 11:36 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:05 PM BRST
Post Comment | Permalink
Thursday, 21 May 2009
LA EXTINCION DE ENDEMONIADOS
Topic: cuento corto


 

Aunque había consenso en el objetivo de la reunión, se disentía acerca de la sede del Congreso. Lyon, en Francia, sostenía que testimonios documentales fehacientes demostraban la presencia del Diablo en la región desde los tiempos de los reyes merovingios, y ello era motivo suficiente para ser la sede. Turín argumentaba que como Italia había sido la capital eclesiástica desde los tiempos del rey Constantino, los demonios destacados allí habían trabajado mucho tiempo y tenían sobrada experiencia sobre la región. Ginebra apoyaba sus pretensiones en el hecho de que los principales herejes habían escogido a Suiza como refugio por la liberalidad de sus leyes. Finalmente la disensión se transformó en unanimidad cuando el alcalde de Turín ofreció donar  un millón de dólares, obtener un descuento en el hospedaje de los asistentes y ceder a título gratuito el salón de honor de la municipalidad. A pesar de que la Asociación Cristiana de Jóvenes realizó dos marchas de protestas, el comité organizador aprobó el ofrecimiento del alcalde.

      En la misma reunión se designó presidente a Ti-Jean-Dantor, un ex sacerdote protestante, teólogo y apóstata, convertido al culto vudú durante una visita a Haití. Expectable figuras del ocultismo provenientes de todo el orbe habían comprometido su presencia, con la intención de constituir  un Consejo Ecuménico de Cultos Esotéricos, siguiendo la línea de pensadores satanistas del siglo XX.

     Ti-Jean-Dantor presidió la sesión inaugural en el lujoso salón de actos, sentado detrás de una mesa donde se apoyaba una cruz invertida. Un telón de paño negro cubría  todo el fondo, con cinco círculos concéntricos y un triángulo en su interior, para invocar la protección del Diablo. Una gigantesca pantalla mostraba de tanto en tanto imágenes del rey de los infiernos conforme lo habían imaginado las civilizaciones anteriores y las columnas de los palcos estaban adornadas con facies demoníacas  de todas formas.

     Dio comienzo a la reunión el presidente recitando una oración con las palmas de las manos hacia arriba: "Alabado sea Lucifer: Que tu reino en este mundo no se desvanezca jamás . Danos, Señor, fuerzas para seguir a tu lado, permanece siempre entre nosotros e inspíranos para que nuestros actos testimonien tu poder." A continuación les tomó juramento, y un estruendoso ¡Sí juro! atronó el ambiente. Los brujos enardecidos se confundieron en efusivos abrazos.

     El interés principal de los concurrentes estaba centrado en la modernización de los métodos y ritos empleados para comunicarse con Lucifer y obtener su concurso permanente. En las comisiones de estudio cada hechicero expuso su criterio, aunque en definitiva no insistieron en sus convicciones personales y convinieron en que Lucifer era único y podía invocarse bajo distintas denominaciones según la tradición del lugar. Particularmente notoria fue la actuación de los representantes de los cultos vudú de Haití y macumba de Brasil. Los primeros bregaron con firmeza por la aceptación de su método para resucitar a los muertos y traerlos del reino de Satanás, con la ayuda de los demonios infernales y sin derramamiento de sangre. Los segundos intentaron en que se reconociera que el Diablo es negro y que su apoyo únicamente podía lograrse con la presencia de sangre, aunque fuera sangre animal. La propuesta no fue aceptada ni denegada y para no malograr el concilio, se convino en postergarla hasta el próximo.

      En torno a la sede del Congreso unos doscientos mil cristianos de todas las denominaciones se habían instalado en carpas, cada una con un cirio encendido a la puerta, que de noche proyectaban Un murmullo ininterrumpido de rezos en coro ponían el telón sonoro al espectáculo.  Aquí y allá, por donde se mirara, enormes pancartas

advertían los reproches de los moradores congregados: "¿Por qué lo convocan, si ya lo tienen dentro de ustedes?" Otra estampaba esta leyenda: "No prevalecerán."  Una tercera, escrita probablemente por un creyente familiarizado con el latín eclesiástico,  rememoraba la frase Timor Dei initium sapientiae (El temor a Dios es el comienzo de la sabiduría).

     Frente al portal mismo de la alcaldía, los peregrinos habían levantado un enorme tablado, a modo de escenario, con una larga filas de horcas alineadas. Cada crepúsculo ahorcaban un muñeco con distintas figuraciones de los demonios extraídas de libros esotéricos de todos los tiempos: Andrialfo, con cuerpo de ave de corral; Azazel, con su investidura de macho cabrío; Bafomet, barbudo, con dos cabezas con cuernos; Behemot, pesado buey masticando sin descanso a toda mandíbula; Belial, patrono de los sodomitas, fascinante por su belleza casi femenina; Belcebú, el señor de las moscas, de rostro abotagado, ojos brillantes como ascuas y enmarañadas cejas negras; Bifrorus, torpe y contraído, siempre con una botella de licor en sus manos; Bitru, hermafrodita,  en forma de leopardo alado y órganos de ambos sexos;  Bruno, de tres cabezas; Eurinome, ocultando su cuerpo llagado con pieles de zorra; Mefistófeles, vestido de frac y rostro afable; Furfur, bajo el aspecto de un ciervo; Moloch, como rey de bronce, cabeza  de buey y brazos abiertos; Samael, el seductor de la nuera de Noé, en forma de serpiente; en fin, decenas de imágenes espantosas, exóticas, combinaciones de seres inimaginables, dragones, endriagos, sirenas, silfos, duendes...

     Buer, jefe de cincuenta legiones de demonios, atraía la atención por su efigie semejante a un pulpo, una cabeza leonina  con barba y cabellera contorneándola y cinco patas en forma de rayos emergiendo a los costados.

     Internamente, la Comisión de Pacto Único presidida por un hechicero francés, con fama de semiloco por sus numerosas abjuraciones anteriores, se ocupó de redactar el texto único de pacto con el Diablo que se utilizaría en el futuro en todos los países del mundo para admitir a los nuevos hechiceros. El debate insumió agotadoras jornadas  hasta que se llegó a un acuerdo unánime de diez artículos para proponerlos a la asamblea general. El artículo primero reglamentaba:

     "Todo aspirante a brujo, hechicero o mago debe firmar con un demonio, con sangre y en presencia de testigos, un contrato para ser aceptado como adorador de Satanás,  quien le garantizará toda suerte de honores, riqueza, poder y salud, a cambio de su adhesión, que en todos los casos será irrenunciable."

     Seguían las demás estipulaciones: desprenderse de todo escapulario, rosario, medalla, estampa o  reliquia religiosa;  recibir el bautismo satánico y adoptar un nuevo nombre; sangrarse con un cuchillo ceremonial la palma de la mano y beber la sangre en el cuenco de ella; hacer sacrificios periódicos, asistir a los aquelarres mensuales, provocar deliberadamente alguna calamidad pública, como envenenar aguas, incendiar un templo, matar ganados, pervertir religiosos. En compensación, Lucifer asegurará a cada aceptado por lo menos tres favores, a elección del interesado: inmediata asistencia en los peligros, satisfacción de los deseos carnales, poder político, fortuna en los negocios, acierto en los juegos de azar, felicidad personal y longevidad no inferior a los cien años.

     En el seno de la comisión se descartó la ponencia de un descendiente del conocido relojero Biber que decía haber inventado un reloj infernal cuyas agujas se movían en sentido contrario al normal. No se sabía a ciencia cierta si era teósofo, teólogo, astrólogo, adivino, chamán, brujo o hechicero, pero algo era. ¿Qué tenía que hacer un reloj en un pacto? Los pactos se suscriben para el futuro y no para el pasado.

     También fue rechazada la propuesta de un brujo británico que proponía reducir el pacto a tres artículos únicos: 1) Renegar y blasfemar de todo dios creador que no sea Satán Lucifer; 2) Despreciar, odiar y dañar por siempre a toda persona, iglesia o cofradía que no comulgue con la verdad satánica; 3) Adorar a Satán, ofrendarle cada mes una demostración de culto y reconocerlo como único bienhechor.

    A la mañana siguiente, muy temprano, comenzaron  a llegar los ejemplares de La Giornata con detalladas noticias de la reunió. Nadie sabía que el director del diario, un ferviente creyente, había infiltrado espías en las reuniones y estaba enterado de todo cuanto ocurría.    

     Entretanto, anoticiados los peregrinos exteriores de las deliberaciones, incrementaban su ardor en torno al edificio, pero los policías los contenían a fuerza de bastonazos y gases lacrimógenos. Los alrededores se inundaron de carpas y los cielos se cubrieron de miríadas de globos multicolores, al tiempo que una gruesa capa de oraciones se elevaba a las altura con el mensaje a coro de Te Deum laudamus. La alegría de los sitiadores contrastaba con fastidio de los brujos.

     -Bien, hermanos. Sólo nos restan decidir los precios de nuestra intercesión -dijo el titular de la Comisión de Presupuesto-. La cuestión es la siguiente: ¿debemos o no cobrar por nuestra tarea de reclutar devotos para nuestro Señor Lucifer?  Un manto de silencio sepulcral cayó sobre la sala. Nadie quería ser el primero en dar su opinión. Rompió el silencio un santón indonesio  manifestándose a favor de la percepción de honorarios con este argumento:

     - Si nuestro padre común nos ha escogido como sus servidores privilegiados para garantizar riquezas a nuestros fieles, implícitamente nos ha otorgado a nosotros el derecho de gozar del mismo beneficio. En consecuencia, propongo fijar una escala de aranceles de acuerdo con la importancia de los favores recibidos.

     - Claro, lógico, es justo, por supuesto, naturalmente -confirmaron los presentes.

     Acto seguido se acordó crear una unidad monetaria, que se denominaría luciferio, .equivalente a un dólar estadounidense. No se consideró equitativo percibir igual cantidad por enamorar a una mujer que por invocar la muerte de un enemigo. En ningún caso se permitiría el regateo ni se harían descuentos especiales.

     Para las siete de la tarde del día siguiente estaba anunciada la clausura del Consejo Ecuménico. La sesión se inició con la recitación a coro de la fórmula consagrada y en ella se escucharían testimonios  sorprendentes de quienes afirmaban haber visto en persona a Satanás. Una elegante francesa subió en primer término al escenario y narró su experiencia. Una noche, invocando a Satanás (Invoco te, Deus noster Satana Luciferi Excelsi...), oyó pasos leves y roce de ropajes, y una voz que le prometía matrimonio. Interrogada si había tenido una visión física, contestó:

 -No lo vi precisamente con mis ojos, pero estoy segura  que allí estaba él.

      Más contundente fue el testimonio de un anciano que se presentó como representante del hermetismo francés. Testificó que en un viaje secreto a San Petesburgo, se le presentó en el camarote del tren un campesino ruso, que vestía un largo vestido negro abotonado hasta el cuello que le dijo:

-El zar y su familia morirán. Lo he dispuesto yo así, el Señor de la Luz. .

Y en efecto murieron. Un hechicero del Camerún aseguró que Satán se le presentaba todas las noches de luna llena como una enorme langosta verde erguida sobre sus patas traseras pero que no le hablaba. Un curandero del Altiplano boliviano narró que lo veía a menudo en forma de una luz en el camino, pronunciando la palabra "Zupay, Zupay". El escándalo mayúsculo surgió cuando un manosanta de Buenos Aires quiso hablar a su turno pero el presidente Ti-Jean-Dantor no se lo permitió por falta de tiempo. El argentino exaltado se trepó a una butaca y dijo a gritos que lo había visto una noche neblinosa pasear del brazo con San Pedro en el cementerio de la Chacarita.

     A medida que los procesos programados se cumplían, los creyentes del exterior habían comenzado a desplazarse subrepticiamente en torno a los cuatro lados del edificio hasta conformar una multitud jamás vista. A los fieles se les habían plegado los parientes, los amigos y los hermanos laicos de otras cristiandades. La inminencia de una catástrofe imprecisable no admitía dudas.  Algo tenía que suceder. A la caída del sol los doscientos mil vecinos abrieron sus mochilas, sacaron las piedras que habían traído y al grito de "¡Viva Cristo Rey!"  arrojaron las piedras sobre el edificio municipal y lo cubrieron totalmente hasta convertirlo en una montaña de piedras.

     Muchos años han pasado desde este suceso. No se sabe dónde estaba el antiguo palacio municipal. Un curioso de estos días quiso saber qué había sido de los demonios auténticos ya que los endemoniados habían perecido:

- Como eran espíritus puros se filtraron como aire entre las piedras.

        - Entonces Satanás que había prometido su protección a los endemoniados  no les cumplió.

       - No. Por algo lo llaman el Maligno.


Posted by Carlos A. Loprete at 12:23 AM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:06 PM BRST
Post Comment | Permalink
Monday, 11 May 2009
MI VIDA POR UNA FOTO
Topic: cuento corto

Allá a lo lejos y hace tiempo hubo un rey que desesperado por huir de la batalla perdida, ofrecía su reino a quien le ofreciera un caballo: “Mi reino por un caballo.”

Desde entonces quedó establecida la costumbre de ofrecer un precio inmenso por una nimiedad que puede salvar la vida.

     ¿Qué daría hoy en día un presidente o un rey en tal caso? Nada, no se haga ilusiones el lector,  porque los soberanos no se presentan en los campos de batalla ni ebrios ni dormidos: se mueven en este mundo bajo la premisa inalterable de “animémonos y vayan.” Mientras sus súbditos mueren en las batallas, ellos se mantienen refugiados en algún búnker, cueva o túnel subterráneo, hospital, escuela, jardín de infantes, maternidad o templos, con la esperanza de que los enemigos sean ingenuos y dejen de atacarlos. Podrían citarse decenas de dictadores que cuando llegó la hora de la valentía, se mostraron cobardes como cualquier vecino de la calle y se fugaron a embajadas en busca de protección. No es necesario mencionarlos, porque cualquier curioso puede encontrar sus nombres en los diarios de la época. 

     Pero dejemos a los cobardes históricos con certificado de garantía y volvamos a los cobardes vulgares, a los cobardes actuales, que tienen miedo a no salir impresos en las portadas de las revistas o diarios, y ofrecen fortunas a los editores a cambio una publicación.  Mingo Equus pagó 200.000 dólares al editor de Good Wealth para ver su rostro con sonrisa trucada de ángel en la publicación, debido a que su facies real se parecía a la de un perro bulldog.  Dulzura Naciente, bailarina colombiana de cumbia, pagó por su parte 500.000 para que el editor publicara su fotografía de cuerpo entero, pero cambiada su piel negra en la de una mulata.

      Es inexplicable este obsesivo afán por la propia fotografía, como si en el más allá el ingreso se hiciera conforme a las fotografías terrenales y no a los actos cumplidos. Los guardianes de las tres puertas celestiales no confían en las fotos de nosotros los humanos y se atienen estrictamente a los registros propios. 

     Esta angustia por la fotografía asombraría a los mismísimos hermanos Lumière, que a duras penas aceptaron ser fotografiados ellos mismos, aunque dicho sea en su honor, no cobraron estipendio alguno por esa concesión. Mas cuando en la vida se mezclan la fotomanía con la ignorancia, el asunto se torna peligrosísimo. Mariquita Reinosa, actriz de espectáculos, no conseguía que le tomaran una fotografía y la publicaran en la portada de Good Wealth, como había sucedido con Mingo Equus. En su niñez los consejos escolares la habían declarado “analfabeta a perpetuidad”, y su razón tenían. Sostenía que como la letra hache no se pronuncia en castellano, en su lugar debía ponerse un cero.

     No habría corrido mayor peligro, si además de ignorante se hubiera resignado a quedarse en su casa y tejer. Pero no. Fotomanía e ignorancia forman un cóctel mortal, y ella sin darse cuenta, se metió cierto día en la manifestación de unos piqueteros fotográficos que reclamaban el monopolio para ejercer su oficio en la ciudad, con exclusión de todo otro profesional. Excitada y fuera de sí por los tambores, pitos, maracas y panderetas, perdió los estribos y se puso a gritar “Mi vida por una fotografía” en vez de ofrecer en pago alguna otra minucia de menos valor, como podría haber sido “mi marido por una foto.”

     Los errores se pagan en este mundo lo mismo que las verdades, y así ocurrió en su caso. Un piquetero tailandés refugiado, se hizo cargo del ofrecimiento, le tomó la foto con una Polaroid en la refriega, se la tiró a los pies, y le dio un maquinazo en la cabeza al grito de  “Entrégale tu alma al Diablo a cuenta de mis deudas.”  

     Eso le pasó a Mariquita Reinosa por vanidosa.

 


Posted by Carlos A. Loprete at 11:44 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:07 PM BRST
Post Comment | Permalink
Thursday, 26 March 2009
EL ARTE DE LAS NECROLOGIAS
Topic: cuento corto

 

    El matiz característico de la personalidad de Leoncio Núñez es su perseverancia en la redacción de notas necrológicas. Si hubiera tenido la suerte de asistir en sus años mozos a la universidad, seguramente se habría dedicado a la historia. Pero la beca prometida por el diputado Solanas en su campaña electoral no llegó nunca, y el pueblo de Las Tinajas  se debió resignar a tener un periodista funerario en vez de un erudito famoso. En las clases de la secundaria el profesor había leído pasajes de personajes célebres de la antigüedad escritos por un tal Plutarco –no recordaba si griego o latino-, que lo habían subyugado hasta la admiración. Nadie había superado al tal Plutarco en el arte de las biografías, al extremo de que un cristiano oriental había escrito una plegaria a Jesucristo para que salvara del infierno a tan ilustre pagano por sus enseñanzas. Lo cierto es que don Leoncio no tuvo otra salida y tuvo que dedicarse el resto de su vida a la composición de elogios fúnebres.

        Pero como en Las Tinajas no se contaba con antepasados tan encomiables como Pericles, Alejandro, Demóstenes, Julio César y Cicerón, nuestro Leoncio pensó que le quedaban los recién fallecidos para lucir sus prendas literarias y no morirse de inanición. Ahí estaban los honorables Navarro Celín, panaderos desde hacía treinta años sin ninguna hija fugada con un gitano; los Acosta Belaustegui, rematadores de ganado sin ni un caso de carbunclo; los Pino Hernández, hoteleros por tradición que habían hospedado en su posada al general Roca en su campaña del desierto, amén de otros distinguidos huéspedes de la aristocracia porteña en sus excursiones de caza.

      No eran muchas las familias patricias del pueblo para proporcionar muertos biografiables en una población de treinta y tres mil doscientas  cincuenta almas. En consecuencia, don Leoncio se había hecho amigo del hambre y convivía estoicamente con los pocos pesos que el diario le prodigaba por nota funeraria. Cuando no se moría un vecino por mes don Leoncio conseguía los emolumentos necesarios paras vivir escribiendo biografías en los cumpleaños, aniversarios y misas de difuntos. Los deudos y familiares solían mostrarse dadivosos en esas ocasiones con tal que el escritor no mezquinara los adjetivos brillantes en sus notas.

        Su fama se había afianzado con la nota mortuoria de don Candelario Irigaray, que antes de cruzar las puertas del otro mundo había sido uno de esos vascos de no quitarse  la boina ni para comer, y que de lechero en su niñez había ascendido a socio honorario y vitalicio del Club Social y Cultural Euzkadi por haber sido campeón cinco años consecutivos en pelota a paleta. Su viuda le había asegurado a Leoncio que no se fijaría en  centavo más o centavo menos, porque bastante se había sacrificado en vida el pobrecito difunto y los miserables pesitos ahorrados en el banco eran al fin de cuentas suyos. Un 21 de agosto, primer aniversario de su muerte, el diario local publicaba un recordatorio elogiando las altísimas dotes personales de don Candelario, “dueño de una exquisita personalidad, pletórica de solidaridad, nutrida en los más altos valores que sustentan la dignidad humana, como lo son el amor, el respeto al prójimo, la generosidad con los humildes, la rectitud de acciones, ejemplo intangible para las generaciones venideras y modelo incólume e impertérrito de excelencias humanas”.

        Su estilo se hizo famoso en  Las Tinajas y Leoncio pasó a ser en adelante Don Leoncio. Al principio llevaba una libreta con cubiertas de hule negro donde anotaba los calificativos y epítetos copiados de La Trompeta de la capital –los mejores en su opinión-, hasta que tres meses después amplió su técnica anotando verbos y metáforas. Este recargo de erudición lo obligó a ampliar su archivo con otras dos nuevas libretas, verde una y roja la otra, para no confundirlas, en las cuales conservaba frases hechas tomadas de Belisario Roldán, el genio argentino y de Bossuet, el genio francés. Fue así como sin haberlo sabido hasta entonces, los tinajenses descubrieron un día que eran ínclitos, perínclitos, preclaros, estelares, egregios, esclarecidos, ilustres, impolutos y grandiosos.

        Como la redacción de tan literarias notas le demandaba al menos dos o tres días, don Leoncio se enteraba con antelación del nombre de los desahuciados y comenzaba a escribirlas para cuando llegara el momento del deceso. Publicar la nota necrológica de doña Mercedes Cora Guzmán de Pérez Montalbán, postrada en cama desde hacía meses por una dolencia incurable, se convirtió en la máxima aspiración del periodista. Esposa de un concejal y descendiente de uno de los fundadores del pueblo, y por lo tanto integrante de la aristocracia pueblerina, era para don Leoncio la presa preferida, algo así como ser coronado poeta ganador en los juegos olímpicos.  La ocasión de la gloria se le presentó cuando el director del diario le anticipó en secreto –no vaya a decírselo a nadie porque lo echo a la calle-, que la antedicha doña Mercedes no tenía más que para dos  o tres días de vida. Don Leoncio escuchó la noticia sin decir esta boca es mía, se encerró en su casa, trabajó con ahínco y redactó la nota necrológica de la futura difunta. Una página literaria augusta no se escribe así como así en unas pocas horas, a menos que uno sea Lope de Vega. La víspera del fallecimiento tenía la pieza literaria concluida y don Leoncio se recluyó a esperar en su retiro el anuncio oficial de la familia.

        La benemérita doña Mercedes tuvo la cortesía de morirse el día previsto. El director corrió a la casa de don Leoncio, pero en el camino se enteró del trágico choque de automóviles ocurrido hacía una hora, en el cual había resultado muerta la esposa del intendente, doña Francisca Eleuteria Magallanes de Domínguez Castro.

         - Don Leoncio, escríbame a todo vapor la necrología de la esposa del intendente. Acaba de morir en un accidente de tránsito -le ordenó.

- Pero, señor director, apenas tengo dos horas para escribirla y eso no es posible.

        - No me contradiga y escríbala o lo pongo de patitas en la calle.

             El escribidor meditó un instante y el miedo al desempleo le agudizó la mente:

                 - Tengo una escrita ya para doña Mercedes Cora Guzmán de Pérez Montalbán.

   El director la leyó y la encontró magistral. En menos que canta un gallo resolvió el dilema con esta orden:

              - Está bien, don Leoncio. Cambie el nombre de doña Mercedes por el de doña Francisca Eleuteria y mándelo a publicar. Un intendente es más importante para nosotros que un concejal. Y ya sabe, punto en boca si quiere seguir trabajando en el diario.

       La nota fue calurosamente elogiada en Las Tinajas y el secretario de la intendencia consiguió que se reprodujera en otros periódicos de la provincia. Don Leoncio, por su parte, comenzó a usar la siguiente semana un nuevo traje de casimir inglés, camisa de seda china y zapatos de cabritilla charolados, en reemplazo de su raído atuendo anterior.

  La maravilla necrológica decía:

 

                      “FRANCISCA ELEUTERIA MAGALLANES DE DOMÍNGUEZ CASTRO

 

     


Q.E.P.D.). En la noche de ayer se extinguió la vida de nuestra ilustre y preclara comprovinciana doña Francisca Eleuteria Magallanes de Domínguez Castro, esposa  fiel y abnegada de nuestro patriótico alguacil mayor don Hermenegildo Domínguez Castro, a quien acompañó sin desmayo en la defensa de los más excelsos valores humanitarios y democráticos a lo largo de su fecunda vida política.

    Con el fallecimiento trágico de la señora de Domínguez Castro nuestra sociedad pierde a una dama que por su ínsita bondad, ejemplar sencillez y pródigo altruismo, ocupó un lugar de privilegio en los círculos que frecuentó en los momentos en que su inquebrantable vocación maternal se lo permitió. Constituyó con su digno esposo un hogar ejemplo de virtudes y renunciamientos, y entre ambos transmitieron modelos de nobleza, amor y humanidad a sus vástagos, uno de los cuales está a punto de graduarse de escenógrafo en una universidad capitalina.

      Fue además una exquisita lectora de poesía, afición a la dedicó horas hurtadas al sueño, y que aunque celadas al interés público por su modesto silencio, era conocida por personas de su intimidad, quienes han elogiado la cautivante melodía de su recitación y la agudeza y finura intelectual de sus glosas.

     Dueña de una personalidad sin par, cordial, sugestiva y armoniosa, había venido al mundo en la Villa del Quebrachal, donde residen aún varios de sus antepasados y yacen sepultos otros familiares no menos ilustres, entre quienes nos congratulamos en recordar en particular a su padre, don Crisóstomo Cristóforo Crisólogo Magallanes, introductor en la vecina localidad de la primera bicicleta rodante fabricada en Inglaterra por la más prestigiosa empresa metalúrgica en el mundo.  

   Durante el sepelio de sus restos, que tendrá lugar en la necrópolis local a las 15 horas, se pondrá en evidencia, a no dudarlo,  el profundo e inconsolable dolor que su óbito ha producido en nuestra consternada sociedad, que anoche mismo ha iniciado las rogativas novenarias por el eterno reposo de su alma en el beatífico reino del Creador, en una atmósfera balsámica de aromas florales emanados de las incontables coronas y palmas recibidas”. 

      Letras son valores, no meros borrones, se dijo para sus adentros el plumífero don Leoncio parodiando a la Santa Doctora Teresa de Jesús. Lo demás ocurrió por propio encadenamiento de los hechos. El intendente, que jamás había imaginado la historicidad de su difunta esposa, habló con el director del diario, éste con el literato y los tres con el gobernador de la provincia, quien por decretó designó a Las Tinajas como la Capital Nacional de los Panegíricos Fúnebres.


Posted by Carlos A. Loprete at 3:07 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:08 PM BRST
Post Comment | Permalink
Monday, 9 March 2009
LAS TRIBULACIONES DEL SENOR EINSTEIN
Topic: cuento corto


  El tren debía partir ese domingo a los ocho de la mañana. Previsor como era, el señor Einstein llegó media hora antes. Con su cabellera revuelta de león descuidado, sus gafas sin marco sostenidas por la misericordia de la punta de su nariz y su paraguas colgado de uno de sus brazos, se deslizó por la plataforma del andén a pasos rápidos y se trepó presuroso al tren. Se instaló en el asiento correspondiente, depositó su bolso repleto de libros, dos manzanas  y un emparedado de carne y pepinos para almorzar y suspiró aliviado. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo sin planchar, suspiró aliviado y se puso a pensar en el diálogo sostenido con el jefe de la estación:

         - ¿Por favor, de dónde sale el tren para Winterthur?

         - Andén 7, a la derecha.

          -¿A la derecha suya o a la derecha mía?

   El jefe, creyéndose burlado, lo miró entre sorprendido y molesto, pero disimuló su enojo y le contestó:

         - A mi derecha, por supuesto- y le señaló con la mano el lugar.

        - Disculpe, señor, pero la derecha suya no es la mía y la información era incompleta.

   El señor Einstein estaba convencido de que su pregunta había sido correcta, se resignó ante la ignorancia ajena y tomó un libro de física para distraerse mientas esperaba la salida del  tren. Al poco rato, el convoy inició la marcha.

         - Las ocho en punto -le comentó el pasajero de al lado-.Como siempre los suizos, son los reyes de la puntualidad.

         - Buenos, las ocho de la mañana aquí, pero en la China son las ocho de la noche -comentó como de paso el señor Einstein.

         - ¿Y eso qué? Es lo natural. Cada lugar tiene su hora propia.

         - Entonces en el espacio la Tierra no tiene un horario único.

         - Seguramente que no, ¿Y por qué había de tenerla?

          - Por nada  -agregó el señor Einstein.- Fue una ocurrencia mía, nada más. Disculpe.

  El tren partió y ambos pasajeros se dedicaron a mirar por la ventanilla el paisaje de la campiña entre montañas. A los pocos minutos, el señor Einstein tomó nuevamente la palabra y le preguntó a su vecino de asiento:

       -¿ Desearía compartir esta manzana?-y le mostró la fruta-. Los médicos dicen que es un alimento completo. 

       - Si ellos lo dicen... -contestó lacónicamente el viajero tratando de eludir la conversación con el atrabiliario desconocido.

       - Quizás más tarde. Tengo otra en mi bolso a su disposición -respondió-. Dio unos mordiscos y comentó:

       - ¡Qué curioso! Estaba pensando que no sé donde caerán los bocados de esta fruta.

  El compañero de asiento lo miró frunciendo el ceño casi en actitud de enojo:

       - Discúlpeme, señor -agregó-. ¿Usted me habla en serio o en broma? Todo persona sensata sabe que los bocados caen dentro del estómago. ¿No lo sabía usted? ¿Dónde habrían de caer? Hasta los niños del jardín de infantes lo saben. 

       - De acuerdo, caen en el mismo estómago pero no en el mismo espacio. Fíjese si no. Tragaré un bocado cuando el tren pase por el comienzo de aquella próxima estación y  caerá en el estómago, pero cuando estemos al final de la estación. Luego el bocado no habrá caído en el mismo sitio del espacio.

   El señor Einstein quiso hacer un demostración ante el asombro de su interlocutor. Mordió un pedazo de la manzana, lo masticó y lo engulló. Los movimientos de la boca y la garganta confirmaron su explicación. El bocado había comenzado a caer al comienzo de la estación y había caído al final. Una vez que terminó de deglutir, tomó nuevamente el libro de física y continuó la lectura. El interlocutor jamás había pensado en semejante curiosidad. ¿Qué se traería entre manos semejante personaje?

   La belleza del paisaje que se veía a través de la ventanilla distraía el diálogo de los viajeros. La creación era para ambos el espectáculo más bello que los ojos humanos podían observar, y poco a poco confraternizaron. El señor Einstein, ese aparente loco dejó de serlo y se transformó en un inexplicable personaje. ¿Qué inteligencia superior, casi siniestra, anidaba su cerebro? La conversación ser puso más cordial y espontánea..

   Entre parlamento y parlamento, las afirmaciones del señor Einsten confundían al  ocasional acompañante, quien llegó a poner en su duda sus creencias anteriores. Una   pelota de goma que se desprendió de las manos de un niño sentado en el extremo del vagón que se dirigía hacia ellos complicó aún más la situación .

     - Dígame, amigo, esa pelota que corre por el piso hacia nosotros, ¿marcha hacia delante o hacia atrás?

       - Entiendo que hacia adelante.

       - Pues está equivocado. Como el tren corre a más velocidad que la pelota, la pelota se mueve hacia un sitio de más atrás, hacia la próxima estación, digamos. ¿Vio cómo las cosas no son como parecen?

   El señor Einstein sacó entonces su emparedado de jamón y pepinos y ofreció cortésmente la mitad a su compañero, quien rechazó con equivalente urbanidad el ofrecimiento alegando tener revuelto el estómago, por no decir su mente.  
 
   Un silencio prolongado sucedió al diálogo. Casi una hora transcurrió sin palabras,  hasta que el señor Einstein rompió el silencio:                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
   
        - ¿Falta mucho para llegar a Winterthur?                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              -     
      -Disculpe, señor, y no lo tome a mal. Antes de hablar con usted le habría dicho que unos diez minutos, pero ahora no lo sé. A lo mejor a la estación le ha dado por mudarse de sitio. Y a propósito, ¿podría decirme dónde está usted?                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
      
       - Déme un minuto de tiempo -respondió-, mientras saco mi libreta y hago el cálculo
      
       - Un bocinazo de aviso anunció a los viajeros la inminencia de la llegada. Cuando el convoy se detuvo, los dos pasajeros descendieron juntos en la hermosa villa rodeada de campiñas, agricultores y pastores que detenían sus labores para dar la bienvenida en procura de descanso y solaz. A punto de despedirse en el andén, el ocasional acompañante preguntó al señor Einstein:
         
         - Discúlpeme, amigo, ¿podría decirme si los humanos estamos cabeza arriba o cabeza abajo en la Tierra? Me ha quedado esa duda.
        
         - Es muy simple, señor. Estamos en un sitio del universo, no sabemos todavía en cuál, donde no hay arriba ni abajo, derecha ni izquierda. Estar cabeza arriba o cabeza abajo es lo mismo. Eso no importa mucho. Basta con que estemos.

    Se estrecharon las manos y cada uno por su lado se fue a gozar de las delicias de la naturaleza y de la cordialidad de sus habitantes.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 


Posted by Carlos A. Loprete at 5:10 PM BRST
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:09 PM BRST
Post Comment | Permalink
Friday, 20 February 2009
MIS PARIENTES HOLANDESES
Topic: cuento corto

 

     Llegaron un sábado a las nueve de la noche desde el aeropuerto de Ezeiza en un taxi que les cobró, por supuesto, mucho más de la tarifa oficial. El chófer no sabía que Lulia, la madre, era argentina, aunque residía en Amsterdam, con su esposo K. y su hijo Polke, ambos holandeses de nacimiento. Pero Lulia sí sabía que los taxistas del aeropuerto no trabajaban bajo normas de honradez y resultaba más práctico hacerse la ingenua y pagar, antes que iniciar las vacaciones con un conflicto personal.

---------------

     Los recibimos en casa con gran expectativa, mi esposa e hija. ¿Cómo serían esos parientes que venían de un extraño país? Nos apresuramos a saludarlos y abrazarlos, pero con gran sorpresa nuestra, Polke dio un paso atrás y se negó a que lo tocáramos. No entendimos su actitud y pensamos que probablemente estaba intimidado ante parientes tan expresivos. Tener diez años no es edad todavía suficiente para ser un héroe social. No aceptaron compartir con nosotros una suculenta cena que les teníamos preparada, y únicamente admitieron tomar sendos vasos de una gaseosa con cola de fama universal.

---

¡Qué prudentes -pensé- no quieren causar molestias!

---------

Milena, nuestra perrita joven y alegre, les dio una recepción menos confiada. Los ladraba en español con breves pausas en las que nos miraba a nosotros como esperando una respuesta aclaratoria, favorable o desfavorable a los recién llegados, husmeaba las tres enormes maletas que traían, se acercaba a Lulia, a K. y a Folke, los olía  y reolía, sin dejar de mover su rabo cortado y mirarnos en procura de una respuesta. Como no la obtuvo porque nosotros estábamos concentrados en la recepción, se resignó a extenderse en el suelo a nuestro costado, dispuesta a defendernos si fuera necesario. Padre y madre no se inmutaron con los ladridos y sólo Folke le dirigió unas miradas que no alcanzamos a comprender si eran de simpatía o temor. Les mostramos las habitaciones que les teníamos reservadas y nos fuimos todos a dormir.

------------------ 

Al día siguiente, me desperté temprano y fui a la cocina para prepararme el desayuno, y encontré a  Lulia tomando mate con bombilla como solemos hacerlo nosotros. Hablamos únicamente de la Argentina y sus cosas, que ella no había olvidado y se complacía en rememorar, como sabueso que remueve de la tierra el hueso enterrado. Evidentemente había conservado intactas sus experiencias juveniles en el país enterradas en un voluntario olvido pero no hacía comentarios comparativos ni me decía “En Holanda nos desayunamos con…” A todas luces, evitaba hablarnos de los asuntos que podían suscitar desacuerdos. Mientras ocurría esto, Lulia preparaba el desayuno para su esposo y para su hijo. Para Polke esos pequeños limoncitos que aquí llamamos kinotos, papas fritas disecadas y me parece que una gaseosa de cola. Para K. no recuerdo. Lulia no despertó a ninguno de los dos y esperó a  que se levantaran por su cuenta.

------------------

    Quiso después conocer mi computadora. La probó y me dijo que estaba mal configurada . Tecleó y retecleó por aquí y por allá y me la dejó programada de una forma increíble. Mejoró la configuración, agregó programas, instaló entradas directas y otras exquisiteces técnicas que me deslumbraron. Aplicando uno de esos programas, me mostró su casa en Amsterdam, vista desde diferentes altitudes y me explicó cómo era y cómo marchaban sus planes para el pago de las hipotecas.

----------------

 En eso estábamos, cuando apareció Polke masticando los kinotos crudos y sonrió al ver el equipo listo para funcionar. A partir de entonces Polke se convirtió en un visitante fantasma, jugando con la computadora, mirando televisión,  masticando kinotos y entreteniéndose horas y horas por día.

------------------

     Con K. yo me entendía en un medio inglés, al paso que mi esposa y mi hija se entrometían de vez en cuando escuchaban alguna frase conocida. Yo, por manifestarle mis buenos sentimientos, le mencionaba de vez en cuando algún personaje o hecho relacionado con su país, leído o escuchado de bocas expertas. Desfilaron  así por mi galería el delicado filósofo Erasmo de Rotterdam y sus divergencias  con la Iglesia de Roma; el torturado pintor Van Gogh y su extraño suicidio; las misteriosas reuniones secretas de los miembros e invitados del Grupo Bildelberg, fundado en Holanda por el Príncipe Bernardo entre otros, y al que la opinión pública consideraba  el grupo de poder capitalista más fuerte del mundo.

---Como mis infructuosos intentos de manifestar  mi simpatía no parecían obtener reciprocidad, intenté temas más cotidianos, y pasé al turismo en las islas de Araba y las Antillas Holandesas, a la esposa argentina del príncipe heredero Guillermo de Orange, a las vacas lecheras holando-argentinas, sin olvidar el próximo encuentro de fútbol entre los equipos de nuestros países en las olimpíadas de Beijing. Tampoco logré conmoverlo. K. escuchaba con atención y me respondía subiendo y bajando la cabeza, con un escueto yes o a lo sumo con una frase en inglés que yo entendía algunas veces y otras no.     

------------------

Me quedaba un último recurso, la ginebra Bols, pero no sabía nada de ella. ¿Dónde encontrar información tan minúscula? Me salvó la Wikipedia, donde de paso aprendí que era una bebida espirituosa producida por el destilador holandés, Lucas Bols y alguna que otra minucia.

------------------

Mientras este torneo no se definía, otro prosperaba, el de Folke y mi perrita. Milena iba y venía de la cocina donde se desarrollaban las conferencias académicas a la sala donde Folke efectuaba sus investigaciones informáticas. Sorpresivamente una mañana encontré que Folke y la perrita se abrazaban gozosos en un sofá frente al televisior y una alegría interior me inundó. ¡Por fin Holanda y la Argentina se habían unido!   

------------------

     A los cinco días llegó el momento de la despedida: Lulia, K. y Folke tomaban un ómnibus a las sierras de Córdoba. Los acompañé en un taxi a la estación  terminal de Buenos Aires, para evitarles inconvenientes y ayudarlos en cualquier imprevisto. Durante la espera, lamenté que la perrita no hubiera podido venir a hacer lo mismo con su amigo Polke, y para ofrecer al niño un última manifestación de cariño, le compré en su nombre un llavero con la figura de un conocido jugador argentino de fútbol. Esta vez me sonrió con franca alegría, pero sólo me permitió que le diera la mano y no lo besara. Me lo imaginé en la escuela de su ciudad natal, exhibiendo el trofeo de su safari.

--A punto de abordar el ómnibus, abracé a Lulia, volví a dar la mano a Polke y me dirigí a K. Lo miré sin decirle nada, como pidiéndole aprobación para lo que iba a hacer, y le di un fuerte abrazo y lo besé. Sólo entonces se despojó de su holandés interior, me sonrió agradecido y me abrazó

 -- Dios los bendiga, parientes holandeses. Vuelvan pronto, mi casa es la suya.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

 


Posted by Carlos A. Loprete at 10:27 AM BRT
Updated: Sunday, 4 October 2009 6:10 PM BRST
Post Comment | Permalink
Wednesday, 28 January 2009
ROSAMUNDA

 

 

Cinco meses y cuatro días habían pasado desde la última lluvia y el más leve movimiento del aire levantaba del suelo un sofocante polvo. Los vecinos se desplazaban por la ciudad cubriendo sus ojos y narices con pañuelos. Los cuchicheos en la calle se hacían dando la espalda al viento y por lo general se reducían a comentarios enojosos sobre el maldito viento y el gobernador.

-----------

- Estamos orinados por los perros –se oía decir.

----

Ese dieciocho de julio se había presentado sin embargo transparente y sereno. La oportunidad había llegado. Un destartalado camión apareció en la escena  envuelto entre broncos resoplidos  y se estacionó a la vera de la plaza principal. Enfrente, sobre la acera opuesta de la calle, la Casa de Gobierno ostentaba la arrogancia colonial de sus dos pisos con arcadas y tejas patinadas con el verdor de los años, con la enseña nacional al tope de un mástil, como recordando a los provincianos que allí se asentaba la fuente del poder.

----

El chófer abrió la desarticulada puerta izquierda del vehículo, descendió y acomodó un sólido tablón en pendiente sobre la culata. Subió y comenzó a empujar desde adentro una vaca holando-argentina, mientras de doña Rosamunda la tironeaba desde abajo con una cuerda ensartada en el cogote de la res. El animal descendió con andar cauteloso para no rodar, ante el asombro de los transeúntes.

----

La mujer, arrugada y desgreñada, no superaba los sesenta años de edad. Instaló la vaca en un macizo de la plaza para que pastara, a la sombra de un jacarandá. Con cuatro palos y una lona de arpillera improvisó un techo para protegerse de los rayos del sol, se sentó en una banqueta tambaleante , extrajo de un bolsón una centena de vasos plásticos, los acomodó en una mesita plegable, y señalando a la vaca inició su proclama:

----

- ¡Leche gratis al pie de la vaca! ¡Leche gratis para los pobres!

         Mientras ordeñaba a la bestia llenaba los vasos y los ofrecía sin pago a los curiosos amontonados en círculo. Rosamunda persistía con su discurso:

----

       - El gobernador se hace el chancho rengo y nos mata de hambre a los jubilados y pensionados, mientras él se llena la barriga y los bolsillos con el dinero del pueblo.

----

        Y continuaba su desafío:

---

       - Seguro que me está mirando detrás de las persianas de su despacho. Que baje si es tan macho y le daré un vaso para que la pruebe.

---

       Doscientos cincuenta pesos mensuales sólo alcanzan para sustentar la comida de un abuelo durante una semana, y ésa era la suma que doña Rosamunda, la jubilada, había gastado para alquilar la vaca por un día a un tambero de los alrededores.

---

       A la puerta del Club Social un socio distinguido, ex concejal jubilado con una asignación especial de seis mil pesos,  agregaba su opinión:

---

       - A esa vieja loca tendrían que meterla en el manicomio. Habla de hambre y miren qué gordita está.

---

      Rosamunda reclamaba a voz en cuello la presencia del gobernador, pero el funcionario no aparecía.

---

      - Que grite todo lo que quiera. Yo estoy vacunado contra las protestas –comentaba el gobernador desde su refugio detrás de la ventana-. ¿De dónde quieren que saque yo la plata para vivir?  En esta provincia todos quieren ser ricos.

---

      Los cuarenta litros y medio de leche alcanzaron a distribuirse en tres horas. Levantó entonces Rosamunda su tienda de campaña y se retiró como llegó. Los comentarios sobre la hazaña de la mujer corrieron de boca en boca durante el resto del día, y al siguiente, el olvido colectivo se encargó de lo demás.

----

     Las hojas de agosto, septiembre y octubre cayeron de los almanaques. Para el Día de los Muertos, a principios de noviembre, la oficina meteorológica anticipó  una jornada bochornosa y seca, con brisas leves del norte. Minutos antes de las once doña Rosamunda estaba instalada en la plaza enfrente de la Catedral, invitando a los asistentes al templo a paladear chorizos y pan sin costo alguno. Había traído consigo una larga parrilla ayudada por dos ancianas y entre las tres atendían la cocina.

----

-  Exquisitos –agradecían los beneficiarios en medio de la humareda.

---

      Desde su atalaya en la Casa de Gobierno, en diagonal con la Catedral, el gobernador y su secretario privado espiaban el festín:

---

      - ¡Doscientos chorizos para dos mil personas! –ironizaba el mandatario-. No alcanzan ni para tapar los agujeros de las muelas. Diga que es vieja y viuda, si no ya la tendría pudriéndose en un calabozo

----

           Doña Rosamunda, aunque no lo escuchaba, presentía sus denuestos. Tomó entonces una bocina y gritó apuntando al edificio gubernamental:

---

          - Queda uno para el gobernador! Lo espero quince minutos si quiere bajar. Pero apúrese porque se va a enfriar y la grasa fría hace mal al estómago.

---

         La multitud giró sus cabezas , pero la persiana siguió baja.

---

         El veinticuatro de diciembre, cuando los empleados salían de los comercios y oficinas para festejar la Nochebuena en sus hogares, notaron frente a la Casa de Gobierno un murmurante gentío que colmaba el lugar. Doña Rosamunda había prometido a la prensa que se suicidaría en público, si para ese día el gobernador no había aumentado las asignaciones para los jubilados. La ciudad no guardaba memoria de un anuncio de esta naturaleza. Gritar, vaya y pase. Regalar leche y chorizos, podría ser. Pero suicidarse ya era otra cosa, se decía en los corrillos. Desde la aparición del cometa Halley en 1910, ninguna expectativa había sido tan angustiosa. Se hicieron apuestas por sí y por no, de todo tipo. Benicio Portales, propietario de una funeraria, se  había manifestado como uno de los más descreídos:

----

        - La entierro gratis –prometía-, en cajón de caoba importada con manijas de oro, coche de lujo y banda música, si se mata.

---

        Un empresario de la construcción hizo conocer también su apuesta:

--

     - Y yo le levanto un panteón de diez metros de alto, se si atreve.  Sólo los monjes australianos se suicidan –continuó-, confundiendo a los budistas con los australianos.

---

      El suicido prometido se consumaría a las cinco de la tarde. Al secretario privado del gobernador se le ordenó asistir disfrazado entre el gentío junto con otros hombres del servicio de inteligencia para espiar el acontecimiento desde adentro. Unos minutos antes de la hora anunciada, un coche de plaza tirado por un caballo se abría paso entre la multitud, con la capota descubierta y doña Rosamunda sentada en el único asiento como en un trono real:

---

    - ¡Dejen pasar! ¡Dejen pasar! –gritaba el público coreando a voces el pedido a latigazos del conductor.

---

    El carruaje se detuvo en la esquina de la Casa de Gobierno y descendió la inminente suicida, cubierta la cabeza con un pañolón negro, sin pronunciar palabra ni mirar a los costados. Enfiló hacia el pórtico de entrada por un estrecho pasaje que le abrían los espectadores. Diecisiete minutos exactos demoró la mujer en el recorrido. Se detuvo frente a la entrada del edificio, donde seis guardias uniformados, impertérritos y solemnes como estatuas babilónicas , custodiaban el acceso. Rosamunda se detuvo frente a ellos y esperó unos instantes. Extrajo luego un revólver de su bolso y continuó impasible, sin hacer movimiento alguno.

---

- ¡Coraje, doña Rosamunda! ¡No afloje ahora! –se oyó gritar.

---

       Fue el relámpago que disparó la tempestad de consejos:

---

       - ¡No lo haga, señora, no lo haga!

       - ¡Dios la castigará si se mata!

       - ¡No le dé el gusto a ese cretino, señora!

       - ¡Guarde la bala para el gobernador, Rosamunda!

       - ¡No sea zonza, señora, el gobernador se saldrá con la suya!      

       - ¡No se mate, señora! Usted ya hizo bastante por nosotros. Aunque se mate seguiremos siendo pobres.

----

       Doña Rosamunda seguía quieta y muda en medio del turbión clamoroso. Giró luego la cabeza y vio un alto recipiente para residuos instalado cerca. Meditó unos instantes,  y ante el desconcierto del público caminó hacia él, lo destapó, se metió adentro y desde el interior cerró el recipiente.

---

       No se oyó estampido alguno. Acto seguido dos ordenanzas uniformados salieron del edificio, levantaron el tacho y lo llevaron adentro.

---

       Hasta el presente nadie ha tenido noticia alguna de doña Rosamunda, la jubilada pobre.

--------


Posted by Carlos A. Loprete at 3:52 PM BRT
Updated: Wednesday, 28 January 2009 5:04 PM BRT
Post Comment | Permalink
Saturday, 10 January 2009
EL FILTRO

 

                                  

 

        El intendente de la ciudad de Buenos Aires, la ponderada Atenas del Plata del siglo pasado, es un hombre elegido en democrática vocación. Elegido sí, pero por error de sus camaradas de partido que lo seleccionaron confundiéndolo con otro avispado afiliado  de su mismo nombre y apellido. Los votantes lo consagraron porque la lista de candidatos no se discutía. Hasta su nombre lo escribía con transgresiones ortográficas. Ponía Marti donde debía escribir Martí, con acento. No se avergonzaba de ser bobo, porque como bobo que era no se daba cuenta de serlo.
--------------------
           Debo confesar que vacilo entre varios sinónimos para calificarlo, porque no soy propenso a la ofensa y respeto al prójimo como a mí mismo, obediente al catecismo dominical que nos enseña que todos somos iguales, hermanos digamos, hijos de un mismo Creador. Podría haberlo reputado de mentecato, lelo, majadero o pazguato,  pero esas palabras me sonaban a reliquias y panderetas sevillanas y mi personaje apenas si sonaba un pito y esto con dificultad. Estólido y necio eran adjetivos demasiado académicos y están envejecidos. Insensato implicaba favorecerlo porque ser carente de sentido no es lo mismo que ser bobo. Si lo llamaba simple los lectores podrían confundirlo con sencillo, y pensarlo un hombre humilde, bonachón, modesto.
-------
          Me quedaban en el diccionario bobo,  tonto y estúpido , que vienen a ser lo mismo, pero menos grave me pareció la primera. En cualquier opción, no debo dejar de reconocer que su nivel intelectual no lo pondría alegre a ningún psicólogo ni a ningún historiador del país. Adjudíquele usted el que quiera.
-------
Indudablemente no es como yo, un pobrecito  vecino del barrio, que barre de mañana la acera, va al supermercado a comprar las vituallas diarias más baratas, chismea de cuando en cuando con algún vecino, ayuda a su mujer a cocinar y mira televisión con un vaso de vino en la mano si el presupuesto le da permiso.
------
Ninguna calle en la urbe lleva mi apellido ni he sido premiado con una medalla de oro por alguna especialidad cultural de actualidad, como haber triunfado en una carrera de embolsados,  por ejemplo, o distraer los domingos en una plaza a los niños sin techo echando fuego por la boca o arrojando bolos al aire. Tampoco ni nombre está inscrito en la lista de espera de honorables futuros, por mis ideas liberales. Por ahora no soy campeón de nada, pero quién le dice, de pronto un concejal que pretende mi voto para su reelección me postula como candidato al premio de limpieza urbana por sacar a pasear mi perrita con una escobilla, una palita y un balde. Nunca se sabe.
---------------
           Esta omisión no me inquieta ni me quita el sueño, ya que hasta ahora hay anotados en la lista de espera ciento tres vecinos. Los candidatos con mayores probabilidades son  tres goleadores de fútbol; un entrenador del zoológico para que los guanacos no escupan a los visitantes, un fabricante de pizzas por su fórmula para ahorrar orégano, dos piqueteros especialistas en el bloqueo de calles y encendido de neumáticos, un cantautor de protestas y lloriqueos; quince muchachos del rock vociferadores y simiescos, con peinados coloridos que crecen para arriba y tatuajes en sus cuerpos, y un poeta de murgas carnavalescas en lenguaje popular, cuyos textos no me animo a transcribir pues no comulgo  con la obscenidad.
---------------
     El caso es que alguien le susurró al oído al intendente que mucha gente se quejaba del peligro de permitir la proliferación del mal gusto en la ciudad arriesgándose a perder las próximas elecciones. Aceptó la advertencia el  tal Martí y analizó varios proyectos que le ofrecieron sus asesores. No lo convenció ninguna de las
propuestas. Aumentar las horas de clase de los niños resultaría impopular entre los padres y los hoteleros, los primeros porque tendrían que trabajar más horas en ayudar a los párvulos a hacer sus tareas escolares, y los segundos debido a que los hoteles y lugares de veraneo disminuirían sus clientes. Más valía hotel completo que niño culto. Obsequiarles libros gratuitamente resultaba muy oneroso y de todos modos, en los desfiles escolares el público sólo puede ver la blancura de los guardapolvos y no la cantidad de ideas del cerebro.
---------
          Podría recurrir a los llamados medios de comunicación, aumentando el número de programas educativos, suprimiendo las escenas de desnudo de la publicidad, restringiendo el tiempo dedicado al ofrecimiento de cosméticos que revitalizan la piel, yogures que alargan la vida y aportan calcio, hierro y todo el abecedario de vitaminas, aparatos de gimnasia que lo hacen todo y mueven los músculos del cuerpo humano reduciendo la obesidad abdominal mientras el cliente descansa, utensilios domésticos que hacen la comida automáticamente, limpian los pisos, enceran y matan los microbios del perro al tiempo que el ama de casa escucha una novela. Pero ni pensarlo. Los industriales escandalizarían la ciudad, no pagarían los impuestos y apelarían a la Comisión  Interamericana de Prensa por la falta de libertad.
-----------
         Lo sedujo la proposición de su quinto secretario privado, un mocito algo leído y escribido, que formaba sus opiniones íntimas en las pantallas de la CNN en inglés. Según un anuncio de la mencionada emisora, en Suecia, país del primer mundo industrializado, un profesor de la Universidad de Upsala, que no se hacía el sueco en cuestiones de ciencia, había creado un prototipo de aparato culturalizador de última generación, especialmente adaptado a las necesidades de la globalización. Una magnífica oportunidad para instalar el primero en Buenos Aires y recuperar la primacía entre los países del tercer mundo. Su inventor lo ofrecía en el mercado bajo el eslogan de “Recupere el tiempo perdido. Venga con su país como es, y lo dejaremos como debe ser”.
---------------
           Dicho y hecho. Ordenó hacer venir al experto de Suecia y le encomendó la construcción del sistema culturalizador en Buenos Aires.  El inventor requirió el pago anticipado de un cincuenta por ciento del equipo a construir, comida y alojamiento en una quinta de recreo en Lomas de Zamora para treinta ayudantes, residencia  y tres galpones con aire acondicionado, sauna, cancha de tenis, y sala para distracción nocturna, amén de viáticos, sueldos y un estipendio mensual para su secretaria privada y traductora. La votación próxima era más importante que los gastos que debía sufragar la intendencia, de manera que los concejales aprobaron por unanimidad la contratación de los servicios requeridos, ordenaron pagar reteniendo para ellos un veinte por ciento del importe total por su patriotismo y cursaron a Upsala los telegramas y fondos pedidos.
----------
       El susodicho intendente anunció con bombos y platillos en cuanta tribuna hablaba la restauración de la urbe, que en adelante dejaría de llamarse la Reina del Plata para ser la Capital de la Cultura Sudamericana. La comisión de genios suecos llegó una noche y fue recibida por el intendente y su cohorte de funcionarios y asesores. El sueco inventor era un cabezón de pelo blanco despeinado, anteojos para playa,  cuerpo de levantador de pesas, mejillas enrojecidas por el alcohol, que se expresaba  mitad por señas y gestos y la otra mitad con palabras del inglés, el francés y español mexicanizado, amén de algunos porteñismos de alabanza aprendidos de urgencia: macanudo, fenómeno, chau.  La comisión de recepción fingía no oír los dislates del recién llegado, y el intendente se aguantó que lo llamara che en vez de usted, y el secretario de finanzas disimuló con una sonrisa forzada que lo tratara por su notoria juventud de pibe en lugar de señor.
------------
            - Bienvenido a esta ciudad, ilustre señor  Halmstad
---
             –lo saludó el porteño.
---
             -Más bienvenido sea che
--
               –respondió ceremonioso el escandinavo en su cuarto de lengua.
------------
La ilustrada treintena de huéspedes se encerró en las instalaciones preparadas y comenzó en reserva sus trabajos, protegida por una cerca de madera plantada a propósito. Día a día entraban al recinto custodiado por guardias armados camiones con metales, materiales eléctricos y electrónicos, aparatos de medición y otras mercancías necesarias, en abundancia tal, que únicamente eran superadas por las de langosta chilena, pulpos gallegos, bananas ecuatorianas, cocos haitianos, champán francés, vodka ruso, vino lombardo, agua embotellada norteamericana, y otros productos alimentarios procedentes de los países que integran las Naciones Unidas.
------------
El pueblo curioso merodeaba día y noche el lugar, al lado de los periodistas de la televisión, tratando de husmear alguna primicia. Si sonaba una sirena, para algunos era indicio de que cesaba la jornada de trabajo, mientras que para otros era una alarma porque algo estaba por explotar. Cualquier grito humano era presagio de un motín interno, cualquier borrachera nocturna se interpretaba como un disturbio por la falta de pago o una orgía improvisada con visitantes encubiertas, en fin, ya se sabe que no hay como la falta de noticias para generar rumores.
-----------
El intendente hacía concurrir dos veces por semana al sabio Halmstadt, lo agasajaba con una cena privada y conversaba sobre el proyecto:
----
            - ¿Todo bien, míster Halmstadt?
------
             -lo inquiría, sin saber que un míster debe ser norteamericano y no sueco.
-----
             - Muy bien, Su Excelencia –respondía el genio.
-----
           - Me alegro mucho, my friend
---------
            –le contestaba en inglés, por consejo de un asesor
------------
             -.El  día de la inauguración se aproxima y debo cumplir con mi pueblo. ¿Me podría adelantar algunos detalles de la obra? Estoy ansioso por decirle algo a los vecinos. Los periodistas no me dejan en paz si no les digo algo.
-------
            -Excuse me, che. Más adelante se lo diré. ¿O no confía en mí? Dígales que los suecos no mentimos y sabemos lo que hacemos. No es un atomic projec y no explotará. That’s enough.  En su momento lo sabrán.
-----
           A todo esto el intendente Martí no soportaba más la ansiedad por tener detalles de la obra, insistió ante don Halmstadt y pudo visitar de incógnito la preparación del fabuloso aparato. De poco le sirvió la inspección, porque como no distinguía entre una perforadora y una prensa, se quedó en ayunas, dándose por satisfecho para disimular.
-----
            La expectativa creada en la opinión pública crecía día a día, al punto que el intendente, para librarse de los llamados periodistas de investigación con sus cámaras ocultas, no tuvo más remedio que internarse en la clínica de un amigo y hacerse operar de una apendicitis fingida. Sin embargo, el periodismo no cejaba y las elecciones se acercaban. Inventó un viaje a Montevideo con el pretexto de tratar asuntos de interés común a ambas ciudades hermanas, obligó a su hija a casarse con un amigo carioca y poder asistir a las bodas en el Brasil, se hizo practicar un chequeo médico completo en Miami, y así ganó cuatro meses de tiempo.
----
            Pero como todo lo que empieza termina alguna vez, don Halmstadt lo sorprendió una mañana con la noticia de que el equipo estaba terminado y le indicara el sitio dónde instalarlo. El asunto requirió una sesión de urgencia de la cúpula gobernante. El sitio debía ser histórico y amplio. Se descartó el Hipódromo porque los turfistas lo ocupaban todos los días de la semana, día y noche, con carreras hípicas, sin contar con que el presidente de la institución era opositor y podía aprovechar la ocasión para infiltrar su figura como patrocinante. La zona aristocrática de Puerto Madero estaba colmada ya de restaurantes, cabarets y  casinos, y los parroquianos embelesados con el atractivo de las comilonas  no cambiarían un menú japonés por un filtro. En el barrio de Mataderos había lugar, pero estaba alejado del centro y su historia de gauchos reseros,  matarifes y payadores, no condecía con la modernidad del invento.   
------  
-              - No nos queda entonces más que la Plaza de Mayo. Es la plaza de los grandes acontecimientos del país -argumentó el intendente Martí.
-----------
                 - Pero ya hay hay allí una estatua y la Pirámide desde la época de la proclamación de la libertad  -arguyó otro secretario que recordaba la Revolución de Mayo de la escuela primaria. 
-------------
                - Las corremos de lugar, colocamos el equipo y a otra cosa. ¿Qué le hace una mancha más al tigre? Como dice el refrán, “Donde comen dos, comen tres”. 
-------------                 
                 - Excelente idea, señor intendente –concluyó un tercer asesor.
- ---------------

                 - El equipo se instaló en horas nocturnas, sin la presencia de curiosos y las instalaciones se taparon con arpillera como una torre de petróleo en California. En la parte delantera se levantó un tablado, donde se hicieron presentes para la inauguración el presidente, sus ministros, el intendente y su corte de funcionarios. Unos y otros lucían espléndidos dentro de sus respectivas vestimentas, tachonadas de condecoraciones y demás atributos de sus investiduras, una especie de coronación imperial, prestigiada por la concurrencia de embajadores, prelados y gente de uniforme.

- --------
Una trompeta llamó a silencio a los presentes, la sirena de una autobomba de bomberos hizo coro al sonido del estridente metal, se abrieron las jaulas de trescientas palomas de paz, los pájaros elevaron su vuelo revoloteando sus alas teñidas de los colores patrios, hasta que estelas de cohetes luminosos anunciaron el descubrimiento de las instalaciones construidas. Los circunstantes lanzaron al unísono una oleada de interjecciones de sorpresa, pasmados de sorpresa por el curioso ensamblaje de torres metálicas, andamios, reflectores, bocinas, aspersorios de vapores olorosos, antenas parabólicas apuntadas a los cuatro rumbos de la atmósfera, y bocinas que hacían vibrar los tímpanos. Observado desde la lejanía el complejo, se veía un poco más pequeña que una torre de lanzamiento de cabo Kennedy. ¿Para qué servirían tan diversos instrumentos? ¿Cómo operarían en el espacio para obtener la transformación de la cultura argentina? Habría que esperar hasta las doce en punto de la noche para que el prodigio comenzara a producirse.
----
El presidente pronunció el discurso inaugural con las elocuentes palabras escritas por un anónimo periodista a sueldo. “Por fin para nuestro amado, querido y nunca bien reconocido país, sin alardes triunfalistas ni alabanzas ajenas a nuestro humilde modo de ser, y con la presencia de este abnegado e inteligente pueblo que nos acompaña, tengo el honor de inaugurar y entregar al asombro del mundo, estas instalaciones productoras de la cultura que merecíamos, y que habrá de ayudarnos en la insobornable vocación de grandeza que nos legaron nuestros mayores”, dijo el presidente al comenzar. El intendente calificó a la obra de “monumental, ciclópea, bárbara, grandiosa, fenomenal” y la comparó a las pirámides egipcias y a los jardines colgantes de Babilonia, según iba leyendo el texto que le habían preparado. A cada párrafo enfático, un ayudante disimulado en el gentío de la plataforma hacía una señal con su mano, y una banda de partidarios del público hacía sonar una veintena de tambores que servían de telón de fondo a los aplausos convenidos.
------
El intendente Martí anunció que a partir de la medianoche el equipo se pondría en funcionamiento y cada ciudadano podría experimentar en su hogar los beneficios del nuevo sistema. Pidió a la muchedumbre retirarse tranquila y confiada a sus hogares, se montó en un helicóptero con el primer magistrado y desapareció en el horizonte.
----------
El sol declinó en el horizonte, la Plaza de Mayo se cubrió con un manto de sombra a la espera de los sucesos, y los vecinos se reunieron en sus hogares, en las sedes del partido oficialista y en los cafés cibernéticos. La ciudad se convirtió en un hervidero de comentarios, rumores y conjeturas por todos los lados. ¿Habría llegado la gloria que los patricios fundadores de la patria nos habían prometido? Casi dos siglos había demorado ya el advenimiento esperado, y aunque la bobería del intendente Martí no alcanzaba seguramente para realizarla, quizás el Señor de las Alturas hubiera decidido darnos una mano con sus ángeles protectores.   
-------                              
Las cosas comenzaron a suceder a la hora anunciada. Las pantallas de los televisores se ponían en negro y enmudecían automáticamente cuando aparecían escenas eróticas,  lo mismo que cuando un político hablaba en público o un periodista mostraba niños famélicos y desnutridos. Al aparecer en la pantalla un delegado del Fondo Monetario
Internacional opinando con dogmatismo científico que la deuda pública debía pagarse porque de lo contrario sufriríamos mucho, la negrura y el silencio se apoderaban nuevamente de la pantalla chica. Durante toda esa noche y los dos días siguientes, desaparecieron los programas del intendente dialogando con el conductor, rodeado de sus hijos y de su silenciosa esposa con los párpados caídos como santa medieval. En esos días no se vieron más misiles cruceros, bombardeos nocturnos con precisión milimétrica, financistas fraudulentos de la bolsa de Nueva York, desfiles de jóvenes casi desnudas en la pasarela de un modisto europeo, fuegos artificiales del año nuevo en Tokio, declaraciones de un futbolista que había tenido una torcedura de tobillo o de un basquetbolista detenido por eludir el pago de impuestos.   
------------    
En los diarios y revistas las noticias sensacionalistas y escabrosas aparecían sustituidas por cuadros negros, y en los noticiarios de radio eran interferidas por zumbidos,  mientras las palabras obscenas se encubrían con silencios. Tan sorprendentes como estos cambios fue la infección de un virus selectivo que empezó a aparecer en Internet. Se lo denominaba virus Séneca 34X , acaso por alusión al moralista latino y se caracterizaba por transformar las letras en números como tablas de logaritmos que no admitían lectura alguna. Las noticias falsas, las propagandísticas, las engañosas y las desvergonzadas  eran reemplazadas por series de signos
incomprensibles. Así por ejemplo, presidente se transcribía 6?*<>””#%$, y sabio por 00000, acaso porque no existía ninguno en la ciudad y sus alrededores.   
-------
Las asambleas políticas no salían al aire, ni los vuelcos de ómnibus ni los choques de automóviles. Tampoco los asesinatos ni los suicidios. Los nombres propios de dirigentes, gremialistas y piqueteros habían sido borrados de la memoria de la torre y de los diccionarios históricos. .
----------
Mas grave aún que los virus comunicativos fueron los virus biológicos que perfeccionaban la tarea de depuración. Como en un campo de guerra moderna, esos virus eran selectivos y afectaban a cada inculto en el punto clave de su oficio. Los políticos enmudecían al pretender hablar en asambleas públicas, los dedos de los redactores se endurecían y no se movían frente a las hojas en blanco o al teclado de las computadoras, los mentirosos tosían sin poder pronunciar palabra, los difamadores se ahogaban, los malos pintores dejaban caer de sus manos las paletas y tarros de pintura, los guitarristas rompían las cuerdas y los cantores improvisados sentían inmovilizarse la úvula del paladar. Los barcos extranjeros se negaban a entrar en la zona portuaria y los aviones no aterrizaban para evitar el contagio.
---------
A la semana el presidente mandó a llamar con urgencia al intendente Martí:
---------
         - Tenemos que hacer algo o nos cuelgan a todos. ¿Se le ocurre alguna idea?
----
        - Sí, desarmar el equipo y dejar todo como estaba.
----
          - De acuerdo, pero que sea esta misma noche.
--
Una tremenda explosión sacudió entonces la ciudad en horas nocturnas. Una brigada de mil soldados recogieron pieza por pieza, tornillo por tornillo, los restos de las instalaciones esparcidos por el suelo y al amanecer la estatua y la Pirámide aparecieron en el lugar donde están hoy en día y pueden admirar los turistas.
----
Desde entonces los opositores políticos lo llaman “el estúpido mayor de la ciudad”, calificativo que yo me habría negado a habría negado a emplear por impiadoso.
    
 
 
 
-------------
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

 

                                                                                                                                                                              


Posted by Carlos A. Loprete at 8:54 PM BRT
Updated: Wednesday, 28 January 2009 4:31 PM BRT
Post Comment | Permalink
Saturday, 3 January 2009
AMBROSIO PAREDES ME DICEN

 

 

Se llamaba realmente Nemesio Leiva, pero sólo de día, porque de noche era Ambrosio Paredes.    

 --------------------------

 Cada hecho tiene su escenario propio para suceder. En lugares de iluminación profusa la indiscreción lumínica entorpece el fingimiento y delata los pasos furtivos. La oscuridad hipócrita favorece desde los tiempos de la candela de aceite los amores espurios y los atracos en los callejones.      ------------------------------------------

En el suburbio de Barracas, donde se asienta la espuma proletaria de obreros y artesanos abandonados por las olas atlánticas, Nemesio había aprendido gracias a su deambular callejero esta elemental verdad. El tango presumido engaña al ruedo de admiradores y apostadores los sábados y domingos por la noche,  bajo el relumbrón agonizante de las asmáticas lamparillas eléctricas. El cuchillo justificador del honor engreído ostenta su insolencia en el cinturón de los bailarines, en la espera paciente y silenciosa del desafiante que ponga en duda la valentía del  taita portador.    --------------------

  Es esa lánguida frontera donde la pampa y el asfalto discuten el derecho de avanzar, Nemesio Leiva ha comprendido que su redención social requiere abrirse paso desde los   cafetines y bailongos arrabaleros hasta los cabarets del centro de la ciudad, donde las damas ricas distraen su aburrimiento conyugal en procura de un auténtico macho salvador, y donde la lenidad de las leyes y la corruptela de los vigiladores públicos hacen vista gorda al delito a cambio de un  fajo de billetes.              -----------------------------

      - El cuchillo es lo único que respetan los hombres  ----------------------

     –le había dicho su madre-. Si lo desenvainas, húndelo hasta el fondo.    --------------------

  En su recoveco del fondo del conventillo esperaba que el traqueteo del tranvía del Bajo hubiera despertado al más remolón de los inquilinos para liquidar del todo el silencio nocturno con su sinfonía de martillazos y el canturreo de valsecitos criollos. Fungía de hojalatero alargando la vida de cacerolas y cacharros de metal con su destreza en el golpeteo y la soldadura de estaño, matizados de tanto en tanto con los resoplidos de satisfacción por los resultados obtenidos.     -------------------------------------

 Complaciente y amistoso, sus vecinos del inquilinato recogían de sus labios los buenos días prometedores, el elogio estimulante del traje o vestido recién estrenados, las felicitaciones gozosas por el premio ganado en la quiniela, cuando no el piropo zalamero que hacía sonreír ir y exagerar el balanceo de cadera de las muchachas en estado de merecer. Mas a pesar de su locuacidad reconfortante, nada ni nadie había logrado perforar la coraza de su intimidad, ni siquiera el coqueteo provocativo de la diosa del albergue al pasar delante de él en busca del agua para el puchero diario en la canilla común.     -----------------------

   Por las noches mudaba su vestimenta obrera apretándose dentro de un angosto pantalón de fantasía rayada, un saco de impecable negrura con ribetes blancos en las solapas y cuello, y un chambergo de ala requintada. Completaban su atuendo de valiente unos espejados zapatos de cabritilla negra y el legendario pañuelo de seda blanca con el monograma bordado A.P.  Con estos atavíos de vestuario advertía a los parroquianos del cafetín que debajo de la faja de su cintura dormitaba latente la muerte al filo de su facón.     -----------------

 Para los vecinos de Barracas no pasaba de ser un presumido enamorador de hembras, último ejemplar quizás de una estirpe en extinción, despojada ya de su fama heroica y salpicada por la irreverencia burlesca de la nueva generación. Acorralado entre dos fidelidades, Nemesio Trejo se inclinaba por la heredada consigna de su madre en su lecho de muerte:      ---------------------

  -Sé algo, hijo mío. Nosotros no pudimos.     -------------------

 Para los varones de la lunfardía, el culto del cuchillo letal venía después de Dios y del amor a la viejecita. Nuca se sabe por qué se mata, pero es algo que no se puede evitar. Forma parte del destino y sucede en el momento menos pensado, sin buscarlo, como sucede con el amor. Quien traiciona al caudillo político o infama a la mujer del prójimo se ha internado en el laberinto del cuchillo. El honor se limpia únicamente con la sangre chorreante del filo acerado.     ------------------------- 

  En los lúgubres bailongos de Nueva Pompeya, los compadritos menores abrían paso a Ambrosio Paredes cuando entraba en los locales vecinos a confirmar su fama de taita mayor, no fuera que olvidaran su nombre o buscaran sustituir su señorío. Si se anticipaba a requebrar a alguna coqueta o le indicaba con un gesto del mentón que la había escogido para la próxima pieza, el compañero de la bailarina se apresuraba a desprenderse de ella, quedarse quieto en su lugar y mirar de reojo a su competidor, sin decir esta boca es mía, tragándose el desafío. Y si algún parroquiano arrancaba los aplausos de los concurrentes por sus cortes y quebradas, Ambrosio retomaba su fama con las improvisaciones de una guitarra.    ---------------------- 

   Una noche de Carnaval de mil novecientos dieciocho, cuando el médico de guardia del Hospital Rawson le retiraba respetuoso del vientre la hoja del cuchillo y suturaba las entrañas para restañar los borbotones de sangre, intrigado por la derrota del afamado rey, se atrevió a preguntarle cautelosamente:         -------------

   -¿Y por qué no se defendió con el cuchillo que llevaba, don Ambrosio? -         ------------------------------------------

 Es que soy Nemesio Leiva y no Ambrosio Paredes como me dicen, doctor. Y ese cabrón lo había presentido.

----------------

-------------------------


Posted by Carlos A. Loprete at 4:37 PM BRT
Updated: Saturday, 3 January 2009 4:55 PM BRT
Post Comment | Permalink
Wednesday, 26 November 2008
CON PERMISO DE SAN PEDRO

   

  

     Tanto insistí a San Pedro, que terminó por autorizarme una salida temporaria de un mes del cielo con dos condiciones. La primera, que no revelaría a ninguna persona los secretos de la morada celestial; la segunda, que las nuevas acciones en la tierra, buenas y malas, serían computadas como una continuación de las anteriores, y en ese caso, ponía en riesgo la continuidad de mi permanencia en el Paraíso.

     Aparecí en la Plaza de Mayo y dirigí la mirada hacia la Casa de Gobierno, sede oficial del presidente y sus ministros.  Con gran sorpresa mía, el edificio que yo había conocido no estaba más allí. En su lugar había un parque de diversiones, un estadio, o algo así. Me aproximé  sorprendido al lugar. No había caminado unos quince pasos cuando vi aproximarse una muchedumbre de hombres desarrapados, sin camisa, vestidos únicamente con pantaloncitos cortos o vaqueros de tela grosera, con agujeros por todos lados,  y calzados con alpargatas de tela negra y suelas de cáñamo. Casi sin excepción portaban botellas de material plástico de las cuales sorbían cerveza o gaseosas a cada instante. Atronaban los oídos con pitos, maracas, castañuelas, matracas y bombos. Los varones  lucían cabelleras de distintos colores, los pelos cortos o pegoteados hacia arriba; las caras con aretes en las orejas, las narices o los labios; y tatuajes de serpientes enroscadas, diablos, corazones ensartados y flechas por todos lados. Revoleaban al aire banderas  con rostros de campeones de fútbol o guerrilleros famosos, amén de leyendas depredadoras y salaces. Las mujeres apenas cubrían sus torsos con camisolas cortas y raídas. Unas y otros proferían quejas ante los periodistas, por un hijo muerto por la policía, por el cierre de una fábrica y la falta de trabajo, por sueldos no cobrados, por su desalojo de una propiedad usurpada y miles de impertinencias más.

        Al notar mi presencia, el grupo se detuvo y se dedicó a observarme. Me señalaban con sus manos, hacían comentarios entre sí y se reían burlonamente. Uno de ellos, al parecer el jefe, tatuado de la coronilla a los pies y con un palo en la mano, se desprendió del grupo, se me acercó y dijo:       

        -¿Qué hacés vos aquí con esa facha? ¿No sabés que ya no se usa esa ropa? Parecés el abuelo de mi tatarabuelo disfrazado de mascarita en Carnaval.

       Dado que había resucitado sin memoria del Paraíso, sólo recordaba mis años de vida terrestre, y le contesté perplejo:

       - Pero ésta es la ropa que yo tenía puesta ayer  y no entiendo cómo ha cambiado tanto la  moda.

       - No te hagás el vivo, viejo estúpido. Te sacás esa ropa de los tiempos oligarcas y te  vestís como nosotros o te mandás a mudar de aquí. Se acabaron los tiempos de San Martín y de Sarmiento. Nos ha costado mucho conseguir la democracia y no estamos dispuestos a perderla por un vejestorio pasado de moda.

       No supe qué responder y opté por retirarme con una inclinación de cuerpo pidiendo disculpas a mi interlocutor, quien me agradeció con un puntapié en las nalgas y un escupitajo de desprecio. Debo confesar que sentí miedo de verme entre tanta gente distinta. Temí que algún desaforado se sintiera afectado y me metí en el sanitario de un bar donde me desarreglé lo más que pude. Me despeiné, me quité los zapatos y media vestimenta, quedé casi en cueros, y salí a la calle. Compré a un vendedor ambulante una bandera cualquiera de las innumerables que se ofrecían, rojas y negras con iniciales dibujadas, una matraca y un paraguas con  gajos de colores para saltar y vociferar. No comprendía qué sucedía, pero recordé el consejo de mi madre de hacer lo que viera allí donde fuera. ¿Qué tenían que ver la camisa, los tatuajes, los aros y los gritos con la democracia?  En mis años terrenales se decía también que había democracia y los hombres usaban camisa y corbata, pero ahora no al parecer. 

       La ausencia de la Casa de Gobierno fue lo que menos comprendí. ¿Adónde habría ido a parar? La recordaba pintada de color rosa, con su fachada renacentista, su techumbre de pizarra negra y una flameante bandera nacional al tope de un mástil, con 

custodia de impávidos y solemnes granaderos apostados en la entrada. Pero otro recuerdo de mi viejecita me orientó en la incertidumbre: menos averigua Dios y perdona. Sin poder sobreponerme a la curiosidad, me escabullí entre la muchedumbre revoleando mi camisa y mi paraguas y le pregunté a un hombre que marchaba a mi costado hacia dónde íbamos. Me miró sorprendido por mi ignorancia y me respondió:

-¿Y vos me preguntás eso? ¿No sabés que hoy es el Día de la Solidaridad y el presidente jurará como todos los años amar al pueblo y no defraudarlo? ¿En qué país vivís? Espero que no serás un espía de la oposición infiltrado, porque entonces no te quedará ni un hueso sano –me respondió al tiempo que me mostraba amenazante su garrote. Me quedé mudo sin saber qué contestar. El peligro era inminente. Un hombre  apostado detrás de mí, vestido con una como casulla amarilla sin leyendas y tocado con una gorra con visera, me murmuró al oído: “No olvide que no puede mentir. Dígale que viene de otro país”. Se lo dije y la respuesta lo convenció. De amenazador se convirtió en conciliador y me recomendó: “A la salida no se olvide, compañero, de hacer fila para cobrar los cien pesos que dan hoy por la asistencia”, y se retiró.

- Aproveché para darme vuelta y observar a mi inesperado consejero. Era un hombre de estatura media, buen aspecto, ojos profundos, de apariencia cautivadora, tez y rasgos que no permitían presumir su nacionalidad. Su sola presencia irradiaba tranquilidad y paz. Alcancé a mirarlo apenas unos instantes pues desapareció entre la multitud. El edificio que encontré era según mi experiencia como un coliseo romano, pero construido de cemento, columnas y vigas de metal, cristales divisorios, con elevadas torres en su perímetro y un gigantesco tablado que hacía de escenario, donde se levantaba un podio fastuoso, iluminado con poderosos reflectores desde todos los ángulos y rodeado de una veintena de cámaras de televisión y unos cien micrófonos por los cuales se filmaba y difundía la voz presidencial a pantallas instaladas en toda la ciudad y el país. A una pitada de señal el locutor anunció la aparición del presidente. Salió al escenario en mangas de camisa, sonriente y levantando sus brazos al cielo, abrazándose a sí mismo, y llevando de tanto en tanto su diestra al corazón, como diciéndoles a los espectadores que los tenía a todos adentro. Un conjunto de tamborileros organizados abrieron los aplausos con sus parches y la multitud aplaudió al

presidente, a los gritos de “¡Se siente, se siente, Perucho presidente!”

         Me sorprendió no escuchar por los altavoces el Himno Nacional y pensé que se habría suprimido, porque la banda ejecutó en su lugar una marcha desconocida que la tribuna coreaba. El silbido estridente de un pito se hizo escuchar y el público cesó de gritar. Ingresó entonces al escenario una dama vestida en traje de calle, con una estola cruzada sobre sus hombros y media cabellera colgando a un costado de su cara, saludando a la concurrencia con su diestra y sonriendo. La multitud, al aviso de otra pitada,   renovó su cántico de alegría, que estremeció el estadio cuando su esposo el presidente la estrechó en sus brazos. El estribillo cambió de letra y en varias manzanas a la redonda se percibió con claridad: “¡Olé, olé, olá, se quieren de verdad!”. Un nuevo silbido del pito indicó a los manifestantes el paso a la tercera de las consignas escritas en un volante distribuido a los concurrentes: “¡Que se besen, que se besen!” El magistrado mostró su dentadura postiza en una sonrisa de complacencia y obedeció con aire de general vencedor en una apoteosis. Una salva de estrepitosos aplausos festejó la desenvoltura de la pareja, a los gritos de “Perucho, Perucho, el pueblo está contigo”. El presidente, dentadura por delante, levantó agradecido el  brazo derecho, mientras furtivamente recogía con la izquierda un discreto papelito que un miembro de la comitiva le pasaba por detrás.

            Era una lista de frases escritas. El presidente le echó una mirada de reojo y comenzó su discurso con los brazos en alto: “Hermanos y hermanas de mi patria, los llevo a todos en mis bolsillos.” El ayudante le tironeó el saco por detrás, y el orador se rectificó de inmediato: “...Sí, sí, eso mismo digo, en los bolsillos de mi alma, para tenerlos siempre conmigo y no perderlos”. La multitud festejó con aplausos la ingeniosa  salida de su líder,  cubriendo cada tres o cuatro párrafos los otros dislates del conductor con una infernalia ruidosa de bombos. “Nuestras vacas no son locas, ni comen vidrio. Son vacas sabias y patrióticas que se dejan comer hasta en  Cuaresma, aunque no le guste al Obispo”, agregó más adelante. Se hizo traer una costilla humeante en la punta de un cuchillo, mordisqueó un pedazo pero se le desprendió la dentadura postiza. Mientras sus ayudantes la buscaban con afán, Perucho le hizo morder otro bocado a su compañera Peruchita alegando “Donde come uno, comen dos”. Un perro intruso se

cruzó entonces por el escenario y ladró pidiendo su parte. El caudillo se inclinó para satisfacer al cuzco pedigüeño al tiempo que proclamaba: “En este país nadie se muere de hambre”. Los partidarios festejaban con ovaciones las ocurrencias de líder. El perro expresó su agradecimiento mojando el piso y al acabar su necesidad ladró a la dama pidiendo que lo levantara en brazos. Cuarenta y cinco minutos llevaba el jolgorio, cuando el orador pidió silencio y ofreció presentar a tres nuevos miembros del partido, cuyos bustos se colocarían en la  galería del museo presidencial por su calidad de Héroes del Pueblo. Todos habían dado muestras de una contracción inigualada al trabajo y  habían dedicado sus hazañas a la primera autoridad del país. El primero era un obrero ferroviario que había subido y bajado las barreras de un cruce durante noventa y cuatro horas sin dormir. El segundo era un bombero que había estado echando agua con su manguera sobre una pira artificial de fuego sin interrupción a través de ciento diez horas. El último, un boxeador que había ganado un campeonato en Indonesia. En forma imprevista se adjudicó una cuarta medalla de héroe a un barrendero olvidado que se había pasado nueve días sin comer en homenaje al líder, arrojando al piso unos papeles sucios y recogiéndolos de nuevo en una bolsa. Perucho  había pensado a último momento que por medalla más o medalla menos, el país no iba a fundirse, pero no lo dijo. En cambio expresó: “Así son las cosas, hermanos y hermanas: para un peruchista no hay nada mejor que otro peruchista”. Los ánimos estaban a esa altura de la tarde exaltados y comenzaron a reclamar como en años anteriores que el día siguiente fuera feriado, coreando a voz en cuello “¡Mañana, San Perucho, mañana San Perucho!” El presidente dibujó una sonrisa en su rostro y confirmó la petición popular: “Y ahora, hermanos y hermanas, a descansar a sus casas. Mañana es San Perucho y no se trabaja. Los abrazo a todos en mi corazón”. La muchedumbre fue dispersándose en varias direcciones. Algunos rompieron de paso a pedradas escaparates, faroles y cuanto vidrio encontraron en el camino, amén de los robos de mercaderías en los negocios saqueados. Otros improvisaron asados a la criolla en la plaza, al tiempo que los más arriesgados se bañaron en calzoncillos en las fuentes públicas para demostrar su regocijo. No faltaron los cohetes y petardos, los círculos de mateadas colectivas, las borracheras y otros desmanes urbanos. Feliciano, que así se llamaba en vida el resucitado, se retiró meditabundo a su morada transitoria en el hotel, rezando para no violar el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo y perder la gloria del Paraíso.                                                                                                                                 ----------------

 

-------------------

 

-------------------------------                                                                                                                                                 Guardar en GennioEste blog es parte de Buzzear (AR)


Posted by Carlos A. Loprete at 12:50 PM BRT
Updated: Saturday, 3 January 2009 4:57 PM BRT
Post Comment | Permalink
Tuesday, 25 November 2008
LOS FUNERALES DEL ROBOT

 

        

      Hubiera preferido titular a este artículo como el entierro de un robot, pero dado que entierro significa poner bajo tierra y con el robot muerto no hicieron eso, tuve que someterme al título que pongo.

     Empiezo por declarar que según mis conocimientos el Japón es el país actual que más confía en los robots y siente por ellos una veneración desconocida en Occidente, como en Haití por los zombies, en la India por las almas reencarnadas y en Egipto por las momias. En la Argentina no hay zombies, ni almas reencarnadas, ni momias, pero existen las “almas en pena” o sea aquellas que andan rodando de un lugar a otro porque sus cuerpos muertos no han sido enterrados todavía. Se carece, pues, de robots.

      En el Japón el mecánico Tomodata, conocido por su invención del autómata Sillo, que saludaba, lloraba, bailaba sobre sus piernas, saltaba a la cuerda, cantaba y rezaba, y no se preocupaba si era rico o pobre, estaba en el apogeo de la fama, ratificada por una tarjeta de felicitación que le había enviado el mismísimo Bill Gates animándolo en su creación. Pero como en este mundo el hombre propone y Dios dispone, sucedió lo inesperado, el autómata Sillo además de sus extraordinarias habilidades también había adquirido la de morir, y un día se murió no más.

     Tomodata, convencido hasta la médula de los huesos de que los robots suplantarían con el tiempo a los seres humanos en la faz de la tierra, lo primero que pensó fue en hibernarlo a 272 grados bajo cero, hasta que la robótica descubriera la técnica de dotar a su criatura de inmortalidad. Desistió sin embargo de este propósito porque al no saberse de qué enfermedad había muerto, se corría el peligro de complicar aún más cosas. No se tenía experiencia de cómo reaccionarían los circuitos y mecanismos plásticos y metálicos a tan baja temperatura.

     Lo más prudente, a su criterio, era organizarle un gran funeral y  depositarlo en un panteón especial. Adquirió entonces un predio de varias hectáreas cercanas a Tokio, y diseñó un cementerio exclusivo para muñecos mecánicos en todo el mundo. Hizo construir en el centro un túmulo con una cubierta de cristal transparente donde depositaría al cadáver informático. Invitó a sus colegas a concurrir con sus ingenios electrónicos a los funerales del primer robot muerto en el mundo, y obtuvo del gobierno el derecho a consagrar la ciudad como la capital mundial de los “robots.” Se consagraría con exclusividad a los robots antropomórficos, o androides, excluidos los zoomórficos y los meros artefactos móviles, sin forma humana., y que se utilizan para localizar minas y aparatos explosivos, espiar al enemigo, inspeccionar cráteres de volcanes, transportar cargas y otras tareas menores. Tampoco fueron invitados los robots simplemente biológicos, como los minúsculos que se infiltran entre las cucarachas o los muñecos meramente mecánicos con un índice intelectual inferior al de un mosquito.

     El día del funeral, se hicieron presentes los mayores ingenios de todo el orbe, encabezados por los “robots hábiles” que caminan, corren, suben y bajan escaleras, cocinan y ayudan a las amas de casa, lavan la ropa sucia, limpian los pisos con estropajos, ejecutan órdenes verbales y hasta orinan y defecan. Marchaban cabizbajos y sollozantes, a paso lento y fúnebre, en columnas y filas ordenadas como en un desfile militar.

     Separados por una distancia diferenciadora, venían los “robots intelectuales”, reconocidos por su capacidad mental excepcional, ejecutores de obras reservadas a los genios, sacar instantáneamente la raíz cuadrada de cualquier número, traducir lenguas, clasificar fósiles de dinosaurios y otras excelencias del pensamiento, hasta la fabulosa de inventar otros robots.

     En tercer lugar marchaban los “robots artísticos”, famosos por su capacidad de pintar cuadros, componer canciones, crear coreografías, incluso la de escribir poemas. Traían impresos en sus pechos los nombres de los artistas humanos superados, Biogogh, Cervantic, Vincivic, y otros. En sus testas lucían coronas de laureles y desfilaban erguidos, quizás también apesadumbrados, pero orgullosos al fin.

     El cuarto lugar le había sido denegado a los “robots suicidas”, que pretendieron aparecer encapuchados y con sus armas y explosivos, para evitar conflictos ideológicos entre los países fabricantes.          

     Al final de la caravana, rodeado de una docena de ingenios tocadores de harpas, marchaban los “robots místicos” portando el ataúd del fallecido. Cerraba el cortejo llorando a toda lágrima Tomodata. Depositaron el cuerpo a la espera de una próxima resurrección en el túmulo de cristal  y hombres y androides se dispersaron.

    Como se estila este tercer milenio, Tomodata ofreció a los periodistas una conferencia de prensa.     

    - Señor Tomodata, ¿de qué falleció su robot?

    - No lo sé todavía, hay que investigarlo.

    - Pero ¿podría decirnos al menos cómo fueron sus últimos momentos?

    - Eso sí. Estaba rezando y le pidió a Dios que le dejara ver la cara. El Padre le respondió “Sube y me verás”. Mi hijo androide quiso hacerlo, se puso de pie y cayó al suelo. Eso es todo, señores periodistas, muchas gracias.

 

 

 

Buzzear (AR) Free counter and web stats

Posted by Carlos A. Loprete at 4:49 PM BRT
Updated: Tuesday, 12 May 2009 12:00 AM BRST
Post Comment | Permalink

Newer | Latest | Older